El escultor murciano del siglo XVIII que creó ‘milagros’ con sus manos

Cuando uno contempla aquel viejo y penitente San Jerónimo, ceño fruncido, barba larga, carne flácida, castigándose el pecho con una piedra mientras con la otra mano sostiene un crucifijo; o ese angelito regordete que mira con ojos consternados la mano herida de Jesús en el grupo de la Virgen de los Dolores, una Piedad dramática alejada de la tierna versión renacentista; o aquella Última Cena, maravillosa apoteosis de la puesta en escena barroca, pura exhibición de miradas, gestos y detalles que capta el momento en el que el Señor revela que uno de sus discípulos lo va a vender por un puñado de monedas… es fácil pensar en la leyenda de Miguel Ángel con su Moisés de mármol, cuando , golpeándolo en la rodilla, le dijo “habla”, o quizás en algo más inquietante, como la bruja blanca de Narnia petrificando a sus enemigos. ¿Qué estamos viendo realmente? Un anciano desesperado, un niño a punto de llorar, una mujer en actitud declamatoria, un hombre a punto de ser traicionado… No es sólo realismo. Esas figuras tienen alma.

El autor de este milagro de la imaginería es francisco salzillo (Murcia, 1707-1783), que es para su ciudad natal lo que la Virgen de la Fuensanta, el Bando de la Huerta, el Entierro de la Sardina, las fiestas de Moros y Cristianos o la empanada de carne… y, como no, la Semana Santa. Básico. Los días de simbiosis entre ese “pintor de esculturas” (o “escultor de pinturas”, que cada uno elija la definición que más le guste) y la conmemoración de la Pasión de Cristo, con la procesión más importante de toda Murcia, la de los Salzillos. El Viernes Santo, de madrugada, parte desde la Iglesia de Nuestro Padre Jesús Nazareno y ha sido declarada Bien de Interés Cultural de carácter inmaterial.

En el momento en que el primer rayo de sol besa el estandarte de la cofradía o el rostro de la Dolorosa, lentamente se pone en marcha un arte sublime: los pasos de La Cena, La Oración en el Huerto, El arresto, los azotes, Verónica, La Caída, Nuestro Padre Jesús Nazareno (pieza anónima de 1600), San Juan y el Doloroso. Las nazarenas que acompañan la procesión parecen ’embarazadas’, porque bajo su túnica esconden una gran bolsa sujeta por una cuerda donde llevan caramelos, pasteles, tortas de Pascua, huevos duros y frijoles para repartir entre los asistentes. Solemnidad y belleza disfrutados a ras de suelo y desde las terrazas de las viviendas, cotizados miradores desde donde contemplar un espectáculo apasionante.

Estos pasos procesionales del Hermandad de Jesús Se pueden admirar tranquilamente en el Museo Salzillo, ubicado en la Plaza de San Agustín. También el famoso belén de 556 figuras de barro que el artista creó entre 1776 y 1800 (ampliado por su discípulo Roque López), así como bocetos y el ajuar procesional. Las obras del imaginero iluminan también la catedral, los conventos de Santa Clara y las Capuchinas, las iglesias de Santa Catalina, San Miguel, San Bartolomé, San Andrés, San Juan de Dios y Jesús. El recorrido por el centro de Murcia tiene estas paradas obligadas, y también otras para repostar, por ejemplo en las terrazas de las plazas Cardenal Belluga y Las Flores, en los bares de tapas y en las confiterías donde elaboran las famosas tartas de ciervo. .

obras de un genio
En la foto superior, el cortejo procesional de los Azotes, por las calles de Murcia. A la izquierda, la procesión de Salzillos. A la derecha, Oración en el Huerto.

Mejor en casa que en la corte

También es posible seguir la huella del maestro en Caravaca de la Cruz, sede del único colegio de Salzilla con personalidad propia fuera de la capital, localidad que además guarda en su castillo una joya legendaria, la Cruz de Caravaca, en cuyo interior se encuentran un Lignum Crucis, un trozo de madera de la cruz de Cristo.

El galgo proviene de raza: el padre de Salzillo, Nicolás, escultor napolitano afincado en Murcia, lo formó artísticamente. Francisco estudió con los jesuitas y, con apenas 20 años, se hizo cargo del taller cuando murió su padre. No quiso escuchar las ofertas que le llegaban de la Corte y sólo abandonó su ciudad natal en una ocasión, cuando llegó a la vecina Cartagena para entregar las imágenes de los Cuatro Santos (Isidoro, Leandro, Fulgencio y Florentina). Nunca le faltaron encargos de las iglesias y conventos de Murcia y alrededores, por lo que toda su obra es de carácter religioso, casi siempre en madera policromada. Su virtuosismo en el tratamiento pictórico de las tallas y la delicada textura de las figuras nos dejan boquiabiertos, y cuando las contemplamos nosotros también sentimos la tentación de decirles: “Hablan”.

 
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