Una oscilación entre el azar y la voluntad.

Una oscilación entre el azar y la voluntad.
Una oscilación entre el azar y la voluntad.

La pintura de Ignacio De Lucca se inserta en el revisionismo actual de los modelos de la modernidad, con una visión contemporánea que rompe el modo normativo de aquellas poéticas. Durante mucho tiempo su obra remitió a su Misiones natal y, más concretamente, a la exuberancia de aquel paisaje. En la exposición que presenta hoy inicia una nueva etapa. Hay un cambio en el proceso interno de realización, con una acción más lenta. Los motivos referenciales se perfilan apenas sugeridos en una dimensión espacial exenta del carácter narrativo que prevaleció en sus obras anteriores. Es un giro conceptual que retoma un proceso de abstracción iniciado en 2004 cuando participó en la residencia para artistas ¨Paintings Edge Program¨, California. Allí, con la mirada y el diálogo con las maestras Elizabeth Murray, Terry Winters y Laura Owens, comienza a experimentar con procedimientos y procesos (gesto, mancha) que ahora regresan como herramientas para crear imágenes.

Fui testigo de ese viaje. En los meses que estuve acompañando a Ignacio en la creación de esta exposición, siempre sentí que entrar a su taller tiene algo de ritual. Una forma de actuar más lenta, permitiendo que la huella de la mancha genere una imagen espontánea. La demora es planificada, como el arquero japonés que al ejecutar un tiro no se trata sólo de dar en el blanco; la espada no se blande para vencer al adversario; El bailarín no baila únicamente para ejecutar movimientos rítmicos. Se trata, sobre todo, de armonizar lo consciente con lo inconsciente (según Eugen Herrigel, en Zen en el arte del tiro al blanco; Editorial Gaia, Madrid, 2012).

En la acción performativa que precede al acto de pintar hay una estrategia de espera que requiere una regulación de la energía. Lucca y sus lienzos se transmutan en una única realidad, del mismo modo que el arquero imaginario del que hablamos se convierte también en arco. Coloca los lienzos en el suelo sobre botes de pintura de diferentes alturas y configura un terreno inventado con pozos, desniveles y otra serie de accidentes provocados intencionadamente. Entonces comienza el goteo sobre la tela y el azar adquiere su propio ritmo. En ese momento el artista ya se encuentra inserto en una ceremonia privada donde la mancha dirige el rumbo y se produce la alquimia del encuentro. Aquí es cuando aparece la imagen.En esta serie hay una regulación de energías y tiempos. diferente. El primer gesto es casi una acrobacia, un salto sin red. gobierna el oportunidad más que mi propia voluntad, – Me confiesa Ignacio. “Hay una máxima concentración en el momento inicial, luego viene un proceso más lento de ajustes y acentos, donde el tiempo y la mirada distanciada terminan definiendo las obras”.

La puesta en escena de cada sesión requiere de una concentración física muy precisa para generar la dinámica entre azar y control. Como él comenta, “Es un proceso que me marea, porque tengo una personalidad que me lleva en exceso y ahora dosifico la energía en cortos periodos de tiempo”. En la construcción de la imagen todavía hay una historia, pero reducida al mínimo, despojándose del tono narrativo y cromático en las obras monocromáticas. Se trata de una estructura casi arquitectónica armada con la corporeidad de la pintura al óleo blanca, que funciona en gruesas capas superpuestas, creando un contrapunto entre diferentes superficies. El cuadro se expande en el espacio de la habitación con una instalación sitio específico de un mural realizado en cerámica esmaltada, junto con esculturas volumétricas que remiten a una escena final de naturaleza. Pistas de un lugar recordado que son el hábitat original del artista erosionado por el paso del tiempo. Como en una partitura, mide el tono de su música en la que alterna el tono suave de la pintura diluida, casi aterciopelada, con la gravedad de la materia espesa.

El paisaje exterior, tan evidente en obras anteriores, es hoy escenario de su propia subjetividad. Sus flores y plantas adquieren formas abstractas que se alejan del mundo representado y se acercan a su propio modelo simbólico. Ese modelo que habita Ignacio es la naturaleza como lugar donde sucede lo poético. Un territorio diseñado con el equilibrio exacto entre sensibilidad y concepto donde ocurre la experiencia estética.

* Licenciado en Historia del Arte; comisario de la exposición. Texto escrito especialmente para la exposición. En la galería Tramo, Avenida Alvear 1580, planta baja, hasta finales de mayo.

 
For Latest Updates Follow us on Google News
 

PREV Eduardo Costantini y el arte de descubrir tesoros visibles para todos
NEXT Tienes que ser artista – .