Sí al empleo para vivir dignamente

Sí al empleo para vivir dignamente
Sí al empleo para vivir dignamente

Hace unos días se me rompió el corazón cuando escuché a una compañera del sindicato decir: “Ser madre es cada vez más difícil. Tengo que estirar mi nómina hasta el infinito para pagar los gastos fijos -alquiler, luz, teléfonos y actividades extraescolares- y los 5 almuerzos saludables. del colegio y 5 comidas al día, con 5 piezas de fruta, los siete días de la semana. Además, tenemos que ser lo suficientemente valientes para decirles a los niños, mes tras mes, que les compraremos los zapatos que necesitan cuando nos paguen y que la ropa de la que tanto se quejan tiene que durar un mes más. Trabajar así no paga, pero hay que aguantar lo que sea”.

Vivimos en tiempos precarios. Precariedad económica, porque muchas veces dos salarios no alcanzan para vivir; la precariedad social, porque aumenta el descrédito y el desencanto con la política, la justicia, los sindicatos o la prensa; precariedad de la solidaridad, porque nuestros microproblemas son tantos que, gota a gota, nos ahogan y olvidamos que a nuestro lado hay alguien que nos necesita, que nos pide una microayuda tan grande como una sonrisa, un cariño. saludo o un café para conversar y sentir que no estamos solos; y, por supuesto, la precariedad laboral.

En La Rioja hay empresas que llevan años sin renovar sus convenios y hay trabajadores que siguen con las mismas condiciones laborales que hace una década, con horarios abusivos y una organización de la jornada tóxica. En nombre de la rotación, los trabajadores cambian de trabajo de un día para otro; En nombre de la productividad, se entra y sale de un ERTE mediante WhatsApp; En nombre de mejoras laborales, te inscribes a trabajar los lunes sabiendo que te despedirán el viernes; o contratos indefinidos que deben completarse con otro trabajo ya que el trabajo indefinido significa por unos días o por unas horas; o por exigencias del llamado progreso tecnológico, obligamos a nuestros mayores a pagar en cajeros automáticos, a los que nunca se han conectado a las nuevas tecnologías a hacer trámites con la Administración online, y a los más jóvenes a vivir de instrucciones dadas en códigos QR.

En 1886, en la ciudad de Chicago, el 1 de mayo, los trabajadores iniciaron una huelga pidiendo algo que parecía imposible: ocho horas de trabajo, ocho horas de sueño y ocho horas en casa. Las calles se llenaron de sangre y la clase trabajadora respondió. “¡Sequen sus lágrimas, los que sufren! ¡Tened valor, esclavos! ¡Levantarse!”.

La afirmación del siglo XIX sigue siendo válida en el siglo XXI. 1.744 horas al año, 38,5 horas semanales, con horarios que respeten el tiempo de descanso y nos permitan conciliar el trabajo con las necesidades personales básicas –descanso, alimentación saludable, tiempo de ocio, etc.– y familiares –acompañar a nuestras personas dependientes, a nuestros hijos y a nuestros padres, dedicándoles el tiempo de calidad que se merecen para cocinar para ellos, comer con ellos, jugar con ellos…–.

Desde una visión humanista del trabajo, tenemos que afirmar que un contrato es un acuerdo formal que se firma con el empleador y se defiende judicialmente, y un compromiso implícito en el que cada una de las partes se compromete éticamente. El trabajador, para cumplir con las exigencias de su categoría laboral. El empresario, a respetar escrupulosamente la ley. La Administración, para promover políticas responsables en materia de seguridad laboral, igualdad de oportunidades, retribución económica, etc.; y se compromete también a velar por el cumplimiento de la ley, es decir, a dotarse de un cuerpo de inspectores de trabajo que garanticen que los planes de prevención no sean letra muerta, que las horas fuera del horario laboral no sean un derecho adquirido de algunos empresarios o la responsabilidad del trabajador se ajusta a su categoría laboral; y garantizar que, después de la vida laboral, tengamos pensiones constitucionalmente protegidas que nos permitan mantener el poder adquisitivo real, que ningún tipo de medida, ya sean recortes, aumentos de impuestos, copagos o aumentos de las tarifas de los servicios básicos, nos prive de una vida digna.

Hoy, sea el día que sea; aquí, sea cual sea la empresa; y ahora, en este momento histórico que nos toca vivir; Es hora de pedir, alto y claro, un “sí al empleo en mayúsculas”, que permita al trabajador y a su familia vivir para trabajar y le libere de la esclavitud de buscar varios trabajos en minúsculas para sobrevivir.

 
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