1 de mayo, Día del Trabajador. ¿Qué trabajador? – .

1 de mayo, Día del Trabajador. ¿Qué trabajador? – .
1 de mayo, Día del Trabajador. ¿Qué trabajador? – .

El 1 de mayo se celebra el Día del Trabajador. Ese día recuerda la represión a los trabajadores de la fábrica McCormick ocurrida en 1886, quienes lucharon por reivindicaciones sociales y laborales a favor de la clase trabajadora. Los hechos tuvieron lugar en la ciudad de Chicago donde cada año llegaban desempleados de diferentes partes del país para conseguir un trabajo que mejorara sus condiciones de vida. Fueron los inicios de este período histórico que conocemos como “capitalismo” en el que la jornada de 8 horas era un emblema de lucha y casi una utopía.

Surge una pregunta. Dado que esto ocurrió en el siglo XIX, ¿a qué trabajador alude hoy el Día Internacional de los Trabajadores? ¿Qué deberíamos realmente tener en cuenta en esta fecha, cuando nos adentramos en el siglo XXI? Está claro que esta conmemoración debe ser universal y no sólo en términos geográficos. Es decir, debería incluir a todas aquellas personas que trabajan, que son muchas más que las que tienen empleo. El empleo, es decir, el trabajo remunerado, es sólo una porción de la gran masa de individuos que crea valor. Pensar el trabajo desde esta perspectiva nos hace solidarios y conscientes de que somos una parte pequeña y concreta pero esencial de esa gran gelatina que es el esfuerzo humano encaminado a crear bienes.

Darle al trabajo su verdadero significado y relevancia es, al mismo tiempo, liberarlo de responsabilidades que no le corresponden y de logros que en determinadas circunstancias son imposibles de alcanzar. A veces cometemos el error de construir en nuestra mente una imagen del trabajo, o un prototipo de trabajador, y de juzgar la actividad de las personas clasificándolas según este patrón: éste funciona, éste no. También tendemos a incorporar a esa imagen un juicio de valor: cómo trabaja esta persona, merece lo que tiene. Aunque el juicio no es del todo erróneo, claramente depende de la idea que tengamos de qué es trabajo y qué no es trabajo.

Ejemplos. Pensemos en una frase que siempre escuchamos: “Trabajé durante toda mi vida adulta, en consecuencia merezco disfrutar de una jubilación cuando me retire del mercado laboral”. Si bien la afirmación es correcta en un sentido económico y ético, contiene un problema no resuelto. Cuando se habla de “mercado” se refiere a un tipo particular de trabajo; más específicamente al trabajo remunerado. En otras palabras, se refiere al trabajo comercial, al esfuerzo realizado por una persona – una parte del cual es recompensado con dinero. El Censo 2022 reveló que sólo el 64% de la población adulta en Argentina está “activa”, es decir, tiene trabajo o está buscando uno activamente.

¿Qué hace el resto? Si se excluyen a los jubilados y a los que estudian, 3,4 millones siguen siendo inclasificables. La gran mayoría de estas personas “inactivas” son las llamadas “amas de casa”, el 92% de las cuales son mujeres que lavan, cocinan, compran y cuidan, y que según las definiciones comerciales del trabajo, no trabajan.

Las consecuencias que se derivan de esta definición son muy peligrosas. Pensemos en la afirmación que hicimos anteriormente: “Trabajé durante toda mi vida adulta, en consecuencia merezco disfrutar de una jubilación cuando me retire del mercado laboral”. Estos millones de mujeres no trabajaron y no podrán retirarse de un mercado laboral al que nunca ingresaron. (En realidad, y para ser justos, estas mujeres nunca se jubilan: durante toda su vida continúan realizando sus tareas domésticas y de cuidados; ni tienen vacaciones ni fines de semana pagados.)

Pero quizás haya otra cuestión más sutil. ¿Es cierto en Argentina que todas aquellas personas que trabajaron en el sentido comercial del término tienen derecho a una jubilación? La respuesta es no”. El Censo 2022 muestra que el 43% de la población ocupada de Argentina no cotiza por cuenta propia, ni realiza aportes al sistema de pensiones. En términos muy simples, hay casi 9 millones de personas empleadas en el empleo informal. Esta población tampoco tendrá derecho a jubilarse cuando su fuerza laboral ya no tenga valor de mercado. La tasa de informalidad afecta al 33% de los hombres y mujeres asalariados y al 60% de los trabajadores por cuenta propia. El 43% es un promedio entre esas dos cifras. Así que cuidado con esos discursos que proclaman el cuentapropismo como la solución al problema del trabajo y que convierten a este grupo de trabajadores en héroes de cómics macabros.

Quizás a alguien se le ocurra pensar “por eso es necesaria la reforma laboral”. Por supuesto que se necesita una reforma laboral, pero enfocada en los problemas que enfrenta el trabajo hoy en Salta, en Argentina y en el mundo. Una reforma laboral centrada en la inclusión de sectores históricamente excluidos de los derechos que, precisamente, se conmemoran el 1 de mayo de cada año.

Si no, nos preguntamos ¿de qué sirve una cita? Sería muy bueno pensar en cómo podemos lograr más inclusión y no menos; cómo lograr más derechos y no menos; salarios más altos y no salarios más bajos. La fecha en sí carece de contenido si no invita a pensar en una sociedad con retos como el trabajo robótico rutinario y cómo será la sociedad del futuro.

Afortunadamente, hoy contamos con mucha información que podemos utilizar para evitar cometer errores del pasado. Podemos, por ejemplo, revisar la historia reciente para informarnos cómo nos fue en cada etapa de nuestra vida social. Para eso están los censos, encuestas y diversos tipos de información que como sociedad nos esforzamos en recopilar.

En 1988, antes de que el Presidente Menem asumiera la presidencia de la República, la tasa de desempleo era del 5,7%.. Poco más de diez años después, en 2001, había alcanzado el pico del 18%, gracias a la reforma laboral. En 2011 fue del 6,7% y en 2023 cerró con el 5,7%. En plena crisis de 2001-2002, la tasa de informalidad laboral se había disparado, alcanzando a casi la mitad de la población ocupada. En Salta se rompió el techo del 60%. Buena parte de este aumento se debió a que algunos miembros de los hogares tradicionalmente inactivos salieron al mercado laboral en busca de ingresos como consecuencia del altísimo desempleo de jefes y jefas. La calidad del empleo sufrió significativamente.

En 1998, año en que comenzó el declive de la Convertibilidad, el entonces ministro de Economía Roque Fernández reconoció que la flexibilización laboral implementada por el gobierno había servido para legitimar abusos de empresarios y empresarias. La famosa frase “Se prostituyó una idea que era razonable” del entonces ministro, resumía contundentemente lo que había llevado a la implementación, entre otras atrocidades, de los “contratos de promoción”, una forma jurídica que autorizaba a las empresas a contratar empleados sin ningún derecho laboral.

Millones de mujeres que trabajan 9 horas al día, 7 días a la semana, Millones de personas que trabajan por una remuneración que roza los umbrales de pobreza y en condiciones laborales de alta inestabilidad, informalidad y precariedad, son “trabajadores”. Los esfuerzos deben dirigirse particularmente a ese grupo de población. Como ocurre en otros ámbitos de la vida, la cantidad ya no es suficiente. Aunque habría que redoblar esfuerzos para mantener un desempleo bajo como el actual, es hora de pensar en la calidad. Un salto de lo cuantitativo a lo cualitativo: incluso con grupos de derechos humanos que trabajan y permanecen ocultos detrás de un velo de “inactividad” puramente estadística, preservando el bajo desempleo y mejorando la calidad del empleo existente. Esa es la dirección, no la contraria.

 
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