La milagrosa historia de Luis, salvado por cinco cirujanos granadinos

Coraje es el que demostraron cinco cirujanos del Hospital Universitario Virgen de las Nieves de Granada cuando tuvieron que afrontar una compleja intervención que encerró a Luis Díaz en el quirófano durante trece horas. Este almeriense, natural de Pulpí, llegó en camilla con un tumor en el estómago y el esófago y un pronóstico que preveía que le quedaría como máximo un mes de vida.

Todo comenzó el 22 de marzo de 2022, cuando luego de dar un concierto Luis notó un fuerte dolor en el hombro. Hacía cuarenta y ocho años que no veía a un médico, pero no dudó en buscar ayuda. Al principio lo asociaron con haber estado cargando camiones; Pensaron que podría ser una contractura. Pasó treinta días entre Voltaren y masajes musculares hasta que una mañana miró el ventilador de techo de su habitación y vio dos máquinas de aire en lugar de una. Inmediatamente después, se desplomó.

«En el hospital me dijeron que era neumonía. Me dieron un tratamiento muy agresivo y el dolor en el hombro mejoró, pero cuando comía comencé a sentir que me ahogaba. Así hasta el 11 de julio de 2022, otra noche en un concierto, bebí agua y comencé a vomitar. Luego me comí un helado de turrón como si nada, me sentó bien, pero al día siguiente fui al médico, por si acaso, y me sugirió que tenía una hernia o una úlcera”, cuenta Luis.

Pero este almeriense no aguantó más ante tanta incertidumbre y decidió buscar un médico “pago”. Al contarle su historia familiar (su padre murió de cáncer de pulmón y sus abuelos y varios de sus tíos murieron de cáncer de estómago y próstata), le ordenó una ecografía. No pensaba hacerlo, pero el médico sufrió un trombolimbo y la enfermera a cargo insistió. Luis tenía un tumor en el estómago y el esófago que cubría “todo su cuerpo”.

«Cuando escuché a la enfermera pedirle a mi pareja que pasara, me vino a la mente la muerte de mi familia. Pensé: hasta aquí he llegado, ya me voy. El médico me dio un mes de vida. Llegué a casa y rompí cosas, lloré, grité… Soy de las que primero traga y luego revienta”, admite. Para él era vital ponerle un nombre a lo que le estaba pasando. Y lo llamó Agustín. “Si no, él te lleva por delante”. En ese momento empezó a luchar, a ser consciente de que treinta días no iban a ser suficientes para disfrutar de sus seres queridos. Creer en el destino le dio fuerza. Según él, fue dando tumbos de médico en médico hasta ser atendido en el Hospital Universitario Virgen de las Nieves de Granada “como nunca antes en la sanidad pública”.

Trece horas en el quirófano

Allí fue recibido por los cinco cirujanos que le salvarían la vida. Lo supo en cuanto los conoció, lo vio en sus miradas, podía confiar en ellos. Y así, el 30 de noviembre dejó su cuerpo en manos de Cristina Plata, Jennifer Trigueros, Mónica Mogollón, María del Carmen Montes y María Jesús Álvarez. Este último, jefe de la Unidad de Cirugía Esofagogástrica, recuerda que un equipo “multidisciplinar” realizó una valoración previa. La intervención “duró unas siete horas, pero Luis estuvo trece en el quirófano”.

Le extirparon el esófago y lo reconstruyeron con el colon. Fue “un desafío, un caso complejo”, añade su pareja, la doctora Trigueros. «Su enfermedad no es frecuente y es una satisfacción profesional y personal, como paciente y como persona, ver que hoy se encuentra bien. Al final se establece una relación muy estrecha y te emocionas”, afirma.

El día de la operación, Luis sintió miedo por primera vez. Era una mañana fría y llegó al hospital de la mano de su pareja, Susana Galero, que le ha acompañado “en los buenos y en los malos momentos”. «Me dijo que así como entrara conmigo de la mano, me sacaría de allí jalándola. Él estuvo conmigo durante la peor parte de mi vida, que fue la quimioterapia, y luego me hizo todas las curas; No quería ser enfermera. Le quitó las grapas y le echó agua en la encía gástrica”, comparte Luis.

Los primeros días no fueron fáciles. Durante los siguientes seis meses, tuvo que alimentarse con chicle y sentía “mucha hambre”. Ella insistió e insistió hasta que uno de los médicos le dio una “pizca” de yogur natural para que probara. Tenía que tomarlo todo en veinticuatro horas; Al cabo de una hora, ella ya no estaba. Lo siguiente fue un donut acompañado de un descafeinado con leche, algo fuerte para recién operado de estómago y esófago, pero se arriesgó y le salió bien. Le quitaron el chicle e inmediatamente pudo empezar a comer con normalidad, siguiendo una dieta blanda.

Luis se sentía mejor, tanto que anotó en una nota en su celular el día que pensaba que le darían el alta y -atención- tenía razón. «Esto es totalmente cierto. Dieciséis días después, el 15 de diciembre, salí por mis propios medios de Virgen de las Nieves”, señala. La única diferencia es que desde entonces “se le cae” la comida, pero ha aprendido cómo es la sensación. Pues eso y la “valentía” de los cinco cirujanos que le operaron ha hecho que se despierte cada mañana pensando que le han dado “un día más”.

En la piel y en el corazón

Ha pasado año y medio desde que le diagnosticaron cáncer y el último control solo ha sido una buena noticia. Después de limpiar los ganglios metastásicos de sus pulmones, el tumor ha desaparecido por completo. Luis Díaz está limpio. Y yo vivo. Algo que no estaba tan seguro de que fuera a conseguir. «Mi vida iba demasiado rápido, siempre luchando. Llevaba dos años en equilibrio y libertad. Y la enfermedad vino a cortarme las alas. He tenido la suerte de que la vida me ha dejado luchar por algo que a otros no les deja”, agradece.

Ahora sabe lo que significa “vivir al límite” y se lo debe a los cinco “fantásticos” del hospital de Granada. Para cada uno de ellos, el almeriense se ha tatuado una cruz en los dedos de su mano derecha. Y encima, las letras de la palabra ‘valor’. “Llevaron mi cruz a la espalda durante la operación, me empujaron hacia adelante y enfrentaron mi cuerpo con pocas posibilidades, con un mes de caducidad”, subraya Luis. “Su valentía me salvó la vida”.

 
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