Suele ocurrir que las narrativas más salvajemente inventadas e invertebradas se salvan en un mínimo soporte argumental. Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) recurre a esta discreción en La isla del Dr. Schubert. Un anónimo y difuso “intérprete y copista de los cantos de sirena” va tras la pista de este Dr. Schubert y con su labor de “escribano” escribirá unos “diarios” que forman el corpus informativo con el mismo título que el libro.
Esta obra, “tronco de un paraíso… para los que consiguen soportarlo”, cuenta la historia de una isla balear cercana al islote de Dragonera y de su propietario, Schubert, cirujano y héroe de la batalla de Solferino, desde la antigüedad e incluso algunas guerras “nether”
Es sobre un puro scrim donde se incrustan episodios sueltos de una realidad inédita, aunque algo concomitante con el nuestro. El tiempo se expande como un chicle muy elástico y se remonta a una época mítica en la que el propio Homero firmó una copia del ilíada.
En el extremo opuesto, se llega al “fin del mundo”. De por medio, se pasa por el Imperio Austro-Húngaro, la construcción del Canal de Panamá, la Revolución Mexicana o una época actual con tarjetas de crédito, ascensores de cristal, grandes almacenes, boutiques y algo tan actual como los cruceros de recreo, motivos de una denuncia de la modernidad que quiere hacer del mundo un lugar peor. Tal extensión afecta el marco espacial.
Bajo la seducción del mar y las islas omnipresentes (las Sandwich del Sur, las Sandwich de las Especias, Borneo, los arrecifes de Cubagua…), se mencionan o transitan el Mar Adriático, Ucrania, Sudáfrica, la Guayana Francesa, el Congo Belga y muchos lugares. más. Por si fuera poco, este amplio marco incluye también al propio inframundo.
---El tiempo se expande como un chicle muy elástico y se remonta a una época mítica en la que el propio Homero firmó un ejemplar de la ‘Ilíada’
Este escenario alberga mil maravillas. El protagonista “provoca huracanes en botellas de vino”. Algo mucho menos sorprendente que la génesis de su gran amigo Tristán: “Un saltamontes fruto de la cópula entre un cíclope y una mecedora vienesa”. Y está poblado por ninfas, sirenas, ondinas, lamias, furias, centauros, dragones, hidras de cinco cabezas, duendes y diversos monstruos.
Son simples muestras de la ferviente dedicación de Sainz Borgo a la inventiva sin límites, no sólo en el campo convencional de la fantasía sino también en el de la juego surrealista transgresor, con sorpresas dadaístas y gusto por la paradoja y la extrañeza conceptual. A lo que se suma un abundante culturalismo que implica alusiones, por otra parte nada secreto, para lectores informados. Así, menciones de “un argentino ciego” y de un poeta con varios heterónimos o varias referencias casi directas al autor de Isla Berta.
Paralelamente va la afición a la frases descabelladas. Me parece enigmática la afirmación de Javier Marías, “el único que sabe leer pensamientos incendiarios en la mente de los guardias de museo”. E incomprensible lo que se dice de una mariposa: “La encontró hermosa como una ahorcada que vence dando coces al aire”.
En la base de su historia, Karina Sainz Borgo tiene una valiosa idea, la construcción de una fábula mítica visionaria con dosis de aventuras y mágicas historias legendarias que muestran cómo el caos y la violencia amenazan un mundo ideal. La fatigosa acumulación de ocurrencias y el exceso de verborrea impiden que una propuesta atractiva se convierta en un buen texto.