Entre las muchas impresiones que el apagón del 28 de abril nos dejó en la península ibérica, me quedo con esto: en una calle Madrid, un grupo de transeúntes se congregó alrededor de un automóvil estacionado con las puertas abiertas, mientras que la radio resonó en el extraño silencio de esas horas. Ansiosos por la información, los ciudadanos se acercaron como polillas a la luz, buscando comprender lo que sucedió.
Ni la televisión, ni las redes sociales, ni los dispositivos inteligentes funcionaron. Solo la radio, la análogo, la de los transistores con antena y baterías, continuó transmitiendo.
Orden a la incertidumbre
El corte en el suministro de electricidad que ocurrió a nivel peninsular causó la caída de numerosas antenas de teléfonos móviles, dejando una gran parte de la población sin cobertura o acceso a Internet. A partir de ese momento, la información se convirtió en el bien más precioso. Las preguntas fueron acumuladas: ¿Qué ha pasado? ¿Afecta solo mi área? ¿Cuánto tiempo durará esta oscuridad?
Estas preguntas exigieron respuestas para tomar decisiones fundamentales: cómo regresar a casa, qué hacer con los niños, cómo preparar un examen, si se abastecen de agua, alimentos y papel higiénico … y cómo pagar esa compra adicional. Para algunos, las preguntas fueron aún más angustiantes, por ejemplo, cómo mantener al respirador de un niño enfermo sin electricidad.
Afortunadamente, el apagón duró solo unas pocas horas. Sin embargo, el papel sedante que realizó la radio subraya la importancia de incluir un transistor en ese kit de supervivencia básica en caso de posibles crisis. No es solo una herramienta informativa, sino un instrumento de salud pública emocional.
Siempre ahí
Como en otros momentos cruciales de la historia, la radio surgió como un bálsamo contra la inquietud colectiva. En España, fue durante la mítica “Noche de Transistores” de 23-F, cuando el país contuvo el aliento. También cumplió su papel en 11 m, durante el confinamiento por la pandemia o en la Dana de Valencia.
Esta capacidad de radio única se encuentra con precisión en su extraordinaria maleabilidad operativa: se puede implementar con recursos técnicos mínimos, transmitiendo desde cualquier esquina con una computadora portátil e incluso improvisar los estudios temporales en minutos.
Su independencia energética es igualmente crucial, trabajando con baterías convencionales o generadores portátiles, sin necesariamente dependiendo de la red eléctrica general. Mientras que otros medios dependen de una infraestructura compleja (rotativas, redes de datos, equipos voluminosos o conexiones estables), la radio mantiene ese carácter ágil y adaptable que permite estar presente donde y cuándo se necesita más.
Toda esta versatilidad también es lo que lo hace ideal en la cobertura de los conflictos de guerra, cuando las redes eléctricas pueden fallar y las telecomunicaciones no son confiables.
La radio ha demostrado una vez más su valor en ese apagón que derritió los conductos a la comunicación digital, exponiendo la fragilidad emocional de una sociedad tan dada a la sobreinformación. La incertidumbre alimenta la percepción de la amenaza y, dada el vacío informativo, nuestro cerebro proyecta escenarios paraguas como un mecanismo defensivo. Esto genera un cóctel de ansiedad, miedo, estrés y sensación de pérdida de control, especialmente si se prolonga la falta de información.
Desde su amanecer, la radio ha demostrado ser un medio extraordinariamente valioso para mitigar el impacto psicológico de las crisis sociales. Su accesibilidad universal y su capacidad para transmitir simultáneamente información veraz y compañía emocional lo convierten en un pilar fundamental para preservar el equilibrio colectivo del estado de ánimo.
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Es así desde su inicio. En los años treinta y cuarenta, Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill ya aprovecharon el poder terapéutico de la radio recién nacida. En los conocidos como Chats junto al fuegoEl primero se dirigió a los ciudadanos estadounidenses para decirles cómo se estaba recuperando el país de la Gran Depresión, en qué consistieron las iniciativas del New Deal y cómo evolucionó la Segunda Guerra Mundial. Churchill, por otro lado, dedicó sus discursos de radio a comunicarse, pero también para arangarse a los británicos.
Sus voces, serenas y paternas, firmes y enérgicas la otra, no solo informaron, sino que aliviaron la ansiedad colectiva, evitaban el pánico y restauraron el equilibrio emocional de las poblaciones traumatizadas por la crisis y la guerra.
Durante el apagón
Las características tecnológicas de la radio lo hacen único en situaciones críticas. Y así, en la mañana del 28 de abril, mientras que la mayoría de los canales informativos digitales y la telefonía móvil colapsaron debido a la falta de suministro de electricidad, las principales estaciones de radio lograron mantener su servicio gracias a la activación de los generadores de emergencia y la experiencia de sus equipos técnicos y periodísticos.
Más allá de informar, la radio ofrece un acompañamiento emocional irremplazable. La presencia de voces humanas, calidas y llena de matices, transmite serenidad y empatía, elementos cruciales para aliviar el estrés. Y, por lo tanto, la escucha por radio puede disminuir los sentimientos de aislamiento y promover la conexión social, aspectos esenciales para desarrollar la resiliencia de la comunidad.
Aunque el día del apagón, las estaciones interrumpieron su programación habitual para informar minuto por minuto de lo que estaba sucediendo, en otros tipos de contratiempos (pandemias, conflictos de guerra), la rutina de radio, con boletines informativos, espacios musicales y secciones participativas ayuda a mantener una sensación de normalidad en el medio del Caos. Esto representa un valioso ancla psicológica durante los períodos de incertidumbre.
En un mundo hiperconectado donde la dependencia tecnológica nos hace paradójicamente más vulnerables, emerge el transistor a las baterías, así como un puente de sonido que nos mantiene conectados cuando todo lo demás falla. Esta tecnología veterana demuestra que los medios más simples pueden ser los más confiables en momentos críticos, no solo por su capacidad para transmitir información, sino también por su poder para mantener nuestra salud mental y emocional cuando las certezas cotidianas permanecen en la oscuridad.