El éxtasis con el que han salido los aficionados de la Maestranza, en la tarde del 1 de mayo, difícilmente volverán a vivirlo. El mejor torero de la era moderna, José Antonio Morante de la Puebla, llegó a la plaza de verde esperanza y con la inspiración de un genio. Su invierno en Portugal con su amigo y apoderado Pedro Jorge Marqués ha hecho regresar la mejor versión del torero y de la persona. Ya lo avisamos el pasado Domingo de Resurrección, el diestro es completamente otro, y este jueves ha querido demostrarlo a los presentes.
cuando los genios están inspirados sorprenden a los aficionados y hasta a ellos mismos. El de la Puebla se sacó de la chistera, permítanme la expresión, un recibo inusual con seis largas a una mano al cuarto toro de la tarde. Nadie daba crédito de la improvisación en tan pocos segundos y de la calidad de los remates. El público entró en un ataque de júbilo y la banda sonó para amenizar ese regalo que nos iba a regalar el de la Puebla.
Volvió el genio, volvió Morante de la Puebla
Con la muleta no iba a defraudar. El cigarrero quería triunfar a toda costa a pesar de que el animal no lo ayudó. Él le puso todo lo que le faltaba. Una obra llena de entrega, inspiración y empaque desde los medios. Volvía el mejor Morante.
Bodeguero se paraba y no dejaba enlazar los muletazos, pero tenía enfrente al mejor protagonista. Morante, de forma inteligente y con una predisposición que no se le veía desde hace años, supo darle ese tiempo que necesitaba al toro para apretarle cuando hizo falta. Así fue en la última tanda: roto, encajado y con el corazón en sus muñecas. Reventó la faena y se fue a por la espada para dejar una estocada en todo lo alto. El público, completamente entregado a la obra maestra, le pidió con fuerza las dos orejas a lo que el presidente se las otorgó. Los debates no sirven cuando hay emoción en el ruedo.
Morante de la Puebla con el primer toro por la tarde / Antonio Delgado-Roig
Antes a su primer toro, mientras seguía entrando el público, el de la Puebla llamó la atención con un quite de cuatro verónicas que levantaron los primeros oleeee de la tarde. Una auténtica delicia para empezar.
Entró de golpe el torero cigarrero en la tarde y se le veía cómodo delante de Treinta y Dos. Y tanto. Se lo llevó hasta los medios. Frente a frente con la muleta y sin una gota de viento. Con la mano derecha apostó de verdad y se lo pasó muy cerca en la primera tanda, la música sonó para amenizar la faena que nos iba a regalar el genio de la Puebla. Lo mejor llegaría al natural. Un único natural al ralentí que levantó a la plaza. Es el único torero del escalafón que es capaz de hacer eso. Qué barbaridad.
El torero siguió aprovechando la sosa embestida del animal en una faena llena de empaque y torería. Esta vez si, a diferencia del Domingo de Resurrección, el público supo verlo desde el principio y lo jaleó. Pinchó esa obra pero quedará en el recuerdo la tarde de este jueves 1 de mayo.

La derecha de La Puebla da un pase con el Cabo al segundo de su lote / Raul Caro / EFE
Una oda al toreo de capa de Juan Ortega
Regresaba Juan Ortega al coso baratillero tras firmar la mejor faena de la pasada temporada. Y que mejor manera que haciendo una oda al toreo de capote. Espoleado por el triunfo de Morante, Ortega movió las muñecas para parar a Avivado. Un toreo de capa excelso, capaz de parar las agujas del reloj. La banda de Tejera volvía a sonar por segunda vez en el capote. En la muleta se diluyó su actuación en una faena de más a menos, en la que el torero de Triana metió al toro muy detrás de la cadera con la mano diestra y el toro terminó protestando.

Juan Ortega con su segundo en la tarde / Antonio Delgado-Roig
Al segundo de la tarde, le recetó hasta doce verónicas hasta los medios. Ojo y siempre cargándole la suerte. Algo inusual hoy en día.
El toro mostró problemas de visión, con parones, medias embestidas y mirando por encima de las clavijas. Aun así, Ortega realizó un quite despacioso rematando con dos medias abelmontadas recordando al Pasmo de Triana.
En banderillas, Arponcillo seguía desparramando la vista y embestía cruzado lo que provocó que los banderilleros pasaran dificultades. Incluso, Jorge Fuentes fue cogido con el capote y tuvo que pasar a la enfermería.
Era una papeleta difícil, pero Ortega no se iba a dejar nada en el tintero en esta tarde. Brindó a Isabel Lozano, antes de comenzar la faena con la mano diestra. Era una faena de altibajos por las condiciones del toro. Tuvo mucho mérito Ortega en sacarle todo lo que pudo y dejar algunos muletazos de bella factura. El respetable le brindó una ovación al acabar.

Pase con el Cabo de Ortega al segundo de su lote / Raul Caro / EFE
El lote de Pablo Aguado
El lote de Pablo Aguado ha sido el más complicado de la floja corrida de Domingo Hernández. Si el tercer toro fue manso desde salida, el último fue desclasado y sin raza ninguna que no pudo hacer nada.
A su primero, Aguado intentó sostenerlo con unos torerísimos doblones por abajo rematado con un trincherazo que pareció un cartel de toros. ¡Duró una eternidad!
La naturalidad de Aguado estuvo presente durante toda la faena. Suavidad, temple, compás cerrado y toreo vertical fueron las señas de identidad de la faena a Chocolatero. No hizo falta que sonara la música, Sevilla le ponía la sintonía con los oles rotundos y rasgados en cada muletazo que acompañaba.

Pablo Aguado en su trabajo durante la sexta celebración de fertilizantes en la verdadera Maestranza de Sevilla / Raul Caro / EFE
A pesar de la mansedumbre de la res de Domingo Hernández, Aguado supo tocarle las teclas y taparle la cara cada vez que el toro quería irse a las tablas. Al natural hizo lo más destacado, llevando al animal con los vuelos y toreando a cámara lenta. Intentó llevarlo con profundidad detrás de la cintura, pero el animal empezó a rajarse. Saludó una fuerte ovación tras el fallo a espadas. No tuvo suerte en el día de hoy.
Tarde de expectación que suplió con creces lo esperado por los aficionados. Tres toreros sevillanos que pusieron su arte y la elegancia de la escuela sevillana para bordar el toreo ante una floja corrida de Domingo Hernández. Dos horas y media de duración y nadie se movió al finalizar la corrida.

El Pablo Aguado de la derecha, muleta en la mano, espera para terminar el trabajo / Raul Caro / EFE