Hace unos 20 años, comencé a hacer trabajos de campo fuera del país. Entrevistó a políticos de países vecinos, para comprender sus reacciones a las sociedades convulsionadas. Fueron los años de giro a la izquierda en la región, del predominio del socialismo del siglo XXI, y un modelo económico de mercado que comenzó a ser cuestionado por sus límites en la redistribución social. Para resumir mi viaje de investigación, solía decir que, para comprender Bolivia, era mejor ser antropólogo; Para explicar a Chile, fue suficiente con los instrumentos de la ciencia política; Y eso, para analizar Perú, la sociología estaba mejor equipada. Explico: la sociedad boliviana fue movilizada por identidades colectivas vinculadas por enlaces étnicos. El surgimiento de Evo Morales no fue un activismo sindical, sino un reclamo de identidad de raíces telúricas que solo la antropología podía desentrañar. Por su parte, el pacto social chileno fundado en la transición democrática, enclaves autoritarios y optimismo económico, comenzó a mostrar signos de agrietamiento; Pero en una sociedad altamente formal, donde los individuos se rigen por reglas incuestionables, la ciencia política cumple con la explicación del funcionamiento de las instituciones respectivas y la elevación de los ajustes correctivos necesarios. Finalmente, una sociedad altamente informalizada como el peruano, donde las instituciones están abrumadas por las individualidades y no por grupos, la sociología debe ser más delgada para el diagnóstico. Dos décadas después, la ciencia política institucional sufre para comprender el brote posterior al chileno.
Evoca estas anotaciones comparativistas, porque explican en parte mi insatisfacción con la producción política peruana. Paso por las secciones de políticas de las librerías de Lima y los títulos de la última producción politológica se concentran en describir nuestro régimen político, que parece un consenso, “ya no es democracia”. Según los valientes colegas, la democracia peruana ha sido “tomada”, “agredida” o simplemente ha “colapsado”. Se usan índices sofisticados como V-DEM (que son encuestas realizadas a los mismos colegas), bases de datos de opinión pública como el barómetro Alatricas (aunque de manera descriptiva; ¡sin hacer una sola regresión!), Se utilizan resultados electorales unidos (factibles de las falacias ecológicas), entre otras cifras). Recientemente, un ensayo publicado en inglés establece que estamos pasando por un “autoritarismo legislativo”, aunque las justificaciones son cuestionables. Por ejemplo, ¿cómo una supuesta “dictadura del Congreso” perdona su archirival más político y no constitucionalmente los desactiva para competir en las elecciones? ¿Por qué el “autoritarismo fujimorista” en el Congreso terminó protegiendo a Martín Vizcarra y Salvador del Solar? ¿Desde cuándo “los dictadores son democráticos”? Algo, no me queda bien.
Los politólogos peruanos están estudiando instituciones obvando la sociedad. Pusieron el énfasis en los supuestos voluntades de las élites políticas, porque en ellas (constantes, inquilinos de Palaciegos) pueden dar forma, reformar y deformar las instituciones. Pero lo desconocido (para mis colegas) se estigmatiza de inmediato: el compuesto circunstancial entre bancos es alto a la categoría de “dictadura”, un transfugas tingado a la de “mafia”, la legislación que no es progresiva como “contrainforme”. Se cometen interpretaciones que no tienen sentido: “el poder se desvanece”, “los autoritarios son efímeros”. De hecho, esta profunda ignorancia de lo que sucede en la sociedad, los lleva erróneamente a “innovar” conceptos y descubrir agua tibia. El “vaciado democrático” no es nada más que el pluralismo polarizado de Sartori, la “coalición de independientes” es la definición mínima del partido del mismo clásico italiano. Estos malabaros conceptuales solo reflejan su incapacidad para comprender, lo que he llamado, erosión popular. Incluso se atreven a extrapolar teorías para el vecindario que, en sus propias palabras, conocen como “turistas”. En el mismo estilo del Casaretto ‘Gordo’, generalmente se lanzan profusamente “Te advierto” para el resto de América Latina.
¿Cuál es este tipo de análisis artificial pero rimbombante entonces? Al no alcanzar el nivel del análisis, permanecen en la dimensión moralista, que es una tentación frecuente en los contextos polarizados. Nuestra república es “rehén”, el estado está “perforado”. Todo lo que sucede en la política nacional, según el establecimiento académico, ha sido “asalto”. ¡MANEJA! Desafortunadamente, dejan de producir conocimiento científico y se limitan a ensayos para la indignación, manuales de autohelpes para la cortesía que las nuevas generaciones los toman como “clásicos”. Así es como la ciencia política deja de ser científica. Se vuelve en Partisana. De hecho, Polariza y de la “mejor” manera, moralizando la democracia. Ya no es ciencia política.
Estamos hablando de una disciplina de que, en nuestro país, ha sido una rama autónoma de derecho durante 20 años y ya ha capacitado a varias cohortes. Los saldos que aparecen no son auspiciosos. Si bien la universidad peruana (especialmente privada) ha sido socialmente democratizada, sus ideas se han molestado. Se sabe que en la historia de las ideas no avanza sin parricidio, pero los (no tan) jóvenes colegas que regresan de Trumplandia con el doctorado debajo del brazo son demasiado similares a sus maestros. Es una oportunidad perdida porque esta socialdemocratización de la universidad peruana puede permitir reescribir las ciencias sociales (no solo la política) de otro lugar dentro de las jerarquías sociales. De otras experiencias, de otras frustraciones, diferentes de las de las burguesías intelectuales que han fallado, una y otra vez, en su tarea de comprender el país. Pero el establecimiento académico peruano sanciona la disidencia del pensamiento, el desviatismo de la ortodoxia progresiva, el atrevido a decir “maestro, está equivocado”. Recompensa la contumacia de pitcheo. Las consecuencias son lo que vemos en el ámbito público. No casualmente la iniciativa legal de la Facultad de Politólogos, organizada en los pasillos de la humilde ciencia política, pasó desapercibida por los estudiosos de reformas y contraalformas, y tuvo como su única respuesta tardía, es una nueva novedad, estigmatización. Política del establecimiento, tortugas escapan.
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