Me pongo el pasamontañas y el casco y tengo la sensación de formar parte de una hermandad de privilegiados. “¿Listo?” Apenas tengo tiempo de golpearme el puño con el gran ‘Chezito’ y cruzarme el cinturón de seguridad sobre el pecho. Dudo por un segundo entre poner mi celular frente a mí e intentar grabar ‘algo’, pero mi cerebro me da una orden completa: “fija la vista en la pista. Esto es irrepetible”. Estaba listo para el punto final del Porsche World Road Show en la pista de Mexico Drive Resort en un Porsche Spyder 718 amarillo con un conductor profesional… “¡Vamos! ¡Vamos!” El motor ruge. Y definitivamente no existe ninguna onomatopeya para describir uno de los sonidos más preciados del mundo del automóvil.
El día comienza con un slalom en pista con un 718 Spyder blanco sobre una pista de balancín con los conos a menos de 10 metros de distancia. La prueba perfecta para iluminar tu mirada y reflejos y luego, en un precioso 911 Turbo S color uva, una prueba que para los aficionados a los coches y al cine es un clásico: Launch Control. Hay que pisar a fondo el freno y el acelerador; El coche indica que está listo y, tras soltar el freno, con el acelerador a fondo, sale disparado como un cohete. ¡Es una maravilla! Las ruedas hacen ruido como nunca y hay que frenar en menos de 3 segundos para no ir al infinito y más allá… Y luego… al rato vienen las maravillas.
Los coches brillan en la pista como esculturas perfectas. En primer lugar siempre estará Víctor Medina, un piloto bonachón y confiado que pasó por varias categorías hasta quedarse en Porsche como piloto oficial. Detrás rotaremos todos; una vuelta como piloto y otra como copiloto en los diferentes modelos. Las primeras vueltas son con las cuatro puertas: un Panamera verde esmeralda, un Taycan azul cielo y otro azul royal, y un Macan. Cada coche ofrece una experiencia diferente; Los Taycan –por ejemplo– aceleran sin piedad y la frenada es mucho más profunda. Es una introducción perfecta. El cerebro empieza a aprender el trazado y a tomar las curvas con mayor naturalidad. La recta de subida empieza a ser un recorrido familiar; la pista se convierte en un vicio.
La siguiente parada es en otro terreno; El terreno del Cayenne: el monstruo Porsche. Las pruebas sirven para comprobar su estabilidad y su apoyo en un pequeño río, en un puente de piedra, en un muro de 50 grados que se cruza inclinado sin sentirlo, y en un fuerte descenso. Y luego… otra vez la pista, esta vez con los superdeportivos: el 911 GT3 RS, el 718 GT4, el 911 Turbo. Cada vuelta es un viaje único y épico. La recta de subida empieza a ser un recorrido familiar a 180 kilómetros por hora, e incluso –no fue mi caso– a 200 kilómetros por hora. El ruido del GT4 era una locura, y la experiencia de conducción en el GT3, justo detrás del auto de seguridad, puede ser uno de los momentos más felices de mi vida. Fue un “momento Porsche”. Pura velocidad y una sensación de seguridad que nunca antes había sentido. Y… claro: faltaba la guinda del pastel.
Hubo un sorteo para ver qué auto nos quedaría con conductor; Saqué el mío y compré el Spyder, un hermoso RS Spyder en un amarillo icónico. Y todo pasó en un instante… pasamontañas, casco, puño con ‘Chezito’ Méndez y… “¡Vamos, vamos!” Las fuerzas G se sienten realmente. Y desde la primera curva, vive el “arte de derrapar”. En sus palabras, “controla el coche cuando pasas el límite, cuando pierdes la parte trasera y controlas el coche, tienes que ir incluso un poco más rápido de lo que irías… maneja el contraviraje y siente el coche en tu cadera”. Uno de mis compañeros tuvo la suficiente frialdad para mirar el velocímetro en su regazo y vio unos preciosos 160 km/h en una curva. No dejéis de ver el vídeo: La explicación de ‘Chezito’ es impecable.
El final del viaje, al día siguiente, fue exquisito. Nos dieron el Panamera para ir de la Ciudad de México al Tepozteco, una ciudad turística con los mejores helados del mundo y el hotel de la mujer que inventó la margarita, la Posada del Tepozteco. Conducir por el segundo nivel de la autopista a la Ciudad de México para salir de la ciudad es increíble. El Panamera –por supuesto– podía volar –nunca diré la velocidad real para evitar multas– y por las estrechas calles de piedra volcánica del Tepozteco –solo con un ajuste– subir y bajar sin el menor peligro de golpearlo desde abajo. . El gran dolor, como siempre, fue terminar el viaje y entregar las llaves. La vida nunca ha sido tan perfecta.