los detalles de la sentencia contra la empresa que financió a los paras y la guerrilla en Urabá

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los detalles de la sentencia contra la empresa que financió a los paras y la guerrilla en Urabá
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“Chiquita Brands International acepta ser culpable de realizar pagos a una organización terrorista designada y acepta pagar una multa de 25 millones de dólares”. Este es el titular de un cable del Departamento de Justicia de Estados Unidos del 19 de marzo de 2007.

La historia de la financiación de grupos armados organizados por parte de Chiquita Brands, una antigua empresa estadounidense con sede en Cincinnati, Ohio, no es nueva. Durante la década de 2000, la empresa aceptó haber pagado a grupos organizados en el Urabá Antioqueño y el Magdalena, donde se ubicaban sus centros industriales de producción bananera por montos millonarios.

La diferencia con la aceptación de responsabilidad de 2007 ante la justicia de Estados Unidos y la decisión de la Corte de Florida de esta semana, es que las víctimas en Colombia que perdieron a sus familiares en horrendas masacres perpetradas por las AUC durante los años más duros del conflicto finalmente serán reparado.

Chiquita Brands deberá pagar más de 38 millones de dólares a 16 familiares de los asesinados, aunque esta cifra es una mínima expresión de lo ocurrido en el Magdalena y en esa dura región del Urabá por los enfrentamientos entre las múltiples ramas de la guerrilla y la paras que llegaron en 1995.

Según documentos de la empresa que fueron descalificados y publicados, Chiquita Brands tuvo una relación de pagos a guerrillas de izquierda como el ELN, las FARC y el EPL hasta su desmovilización en 1991, y luego a un grupo de pequeños disidentes de esa última guerrilla. que se formó en la región.

Durante años, a finales de los 80, la empresa entregó dinero en convenios a estos grupos, incluso como estrategia para mantener estables los sindicatos internos y supuestamente por seguridad.

Una investigación del portal Verdad Abierta muestra que entre 1989 y 1997 hubo al menos 54 masacres en Apartadó, Carepa y Turbo donde tuvieron impacto estos grupos al igual que la multinacional. Estas masacres fueron cometidas predominantemente por las FARC, el EPL y el ELN antes de que los paramilitares tomaran el control militar del departamento.

Luego, llegaron los paramilitares comandados por los hermanos Castaño en 1995 y la empresa cambió su financiamiento a las AUC, lo que exacerbó la violencia en la campaña de “exterminar al comunismo”.

Hay declaraciones al juzgado en las que los entonces directivos de la empresa aceptaron reuniones con Carlos Castaño después del 97. Allí prometieron cerrar pagos a las FARC y el ELN y entregar recursos a los paramilitares, quienes, a cambio, prometieron seguridad y compromiso. al desarrollo de la región y del sector privado.

La historia fue muy diferente y los paramilitares de Castaño cometieron innumerables masacres, que resultaron en cientos de miles de víctimas civiles, así como militantes guerrilleros que fueron torturados y desaparecidos. Los informes del Departamento de Justicia llamaron a ese período “la guerra civil en Colombia”.

En el cable de las autoridades de la Unión Americana de 2002 se reportan detalles de la operación de financiamiento ilegal de las AUC desde 1997. “Chiquita Brands realizó pagos durante años a la organización terrorista de extrema derecha AUC”.

Las AUC fueron designadas por el Gobierno de los Estados Unidos como Grupo Terrorista Internacional (FTO) el 10 de septiembre de 2001, y como Grupo Terrorista Global Especial (SDGT) el 31 de octubre de 2001. Estas designaciones convierten en un delito federal que Chiquita Brands han dado dinero a las AUC. En 2003, Chiquita hizo una declaración voluntaria completa al Gobierno sobre sus pagos a las AUC, iniciando la investigación.

Y el texto continúa: “Como cualquier empresa, una organización terrorista necesita fondos y financistas para apoyar sus operaciones. Durante muchos años, el grupo terrorista AUC encontró uno de ellos en los pagos que exigían a Chiquita Brands International (…) Financiar a una organización terrorista nunca puede considerarse un negocio. Las empresas estadounidenses deberían tomar nota de que los pagos a terroristas son una categoría completamente diferente. “Son delitos”, dice el comunicado.

Los pagos de la bananera se realizaron entre 1997 y 2004 y se ubicaron exactamente en Urabá y Santa Marta. Estos recursos fueron entregados a través de la filial de la empresa en Colombia llamada Banadex.

Tan enorme fue la operación de financiación al grupo Castaño que las autoridades norteamericanas concluyeron que se realizaron pagos mensuales durante esos años, alrededor de 100, por un total de 1,7 millones de dólares. Evidentemente, este financiamiento tuvo un impacto inmediato en la escalada del conflicto que se convirtió en la historia de derramamiento de sangre más violenta en Colombia.

“Los pagos de chiquita fueron revisados ​​y aprobados por altos ejecutivos de la organización, así como altos funcionarios, directores y empleados”, señala el documento conocido por EL COLOMBIANO.

La estrategia de Chiquita fue registrar estos pagos en sus propios documentos contables como entregas en las categorías de “seguridad” o “servicios de seguridad”. Mientras que para los pagos a la guerrilla antes del 97, existían coordenadas y códigos que las autoridades debían interpretar.

Después de cinco años de realizar pagos, sólo en la región de Urabá, la empresa acordó financiar a los paramilitares directamente en Santa Marta a partir de junio de 2002.

La historia contada por el Departamento de Justicia relata que un alto directivo se dio cuenta alrededor de 2002 de que las AUC habían sido declaradas organización terrorista global por el Gobierno estadounidense y que cualquier tipo de pago debía cesar de inmediato. “No se pueden realizar pagos, detener cualquier pago indirecto a través de CONVIVIR”, decían los mensajes. Los directivos de la bananera discutieron la posibilidad de salir de Colombia ante la gravedad de lo que se avecinaba, una vez que las autoridades estadounidenses descubrieron que habían estado entregando recursos multimillonarios a una organización catalogada como terrorista.

Si bien esto no sucedió en un principio, finalmente el financiamiento en Santa Marta y Urabá se detuvo y la empresa buscó que el Departamento de Justicia revelara los detalles de sus relaciones con las AUC de los Castaño a partir de 1997, así como los pagos que había realizado. desde 1989 a los grupos terroristas de izquierda que abundaban en la región.

Las victimas

Otro documento de la investigación estadounidense de 2022 muestra lo impresionantes que fueron las alianzas que terminaron con víctimas civiles por pagos millonarios. “La carta ofrecida por el señor Camargo, de un investigador criminal, indica que el señor Mangones aceptó su participación en el homicidio”. Este apartado se refiere a José Lugo Mangones, un paramilitar de la región también conocido con el alias “Tijera” que operaba a favor de los Castaño en Urabá y fue uno de los autores materiales de los homicidios contra las víctimas del fallo de la Corte.

Tras conocer el fallo del tribunal de Florida, las víctimas reaccionaron señalando que han sido décadas de lucha para que se reconozca su papel y causa. “Es un triunfo de un proceso que lleva casi 18 años para todos nosotros, que tanto hemos sufrido durante estos años. En este proceso hay un debate de justicia y reparación, estamos luchando desde 2007. No estamos en este proceso porque queremos, fue Chiquita, con sus acciones, la que nos metió en él. Tenemos una responsabilidad con nuestras familias y debemos luchar por ellas”, dijo uno de los afectados.

El presidente Gustavo Petro también reaccionó cuestionando el sistema de justicia colombiano. ¿Por qué la justicia estadounidense pudo determinar en verdad judicial que Chiquita Brands financió el paramilitarismo en Urabá? ¿Por qué no pudo la justicia colombiana? Si el acuerdo de paz de 2016, que ya sabemos es una declaración unilateral de Estado que nos compromete con el mundo, habla de un tribunal único para cerrar la verdad judicial, ¿por qué no lo tenemos?

El presidente ha dado espacio recientemente a este último argumento en medio de las divagaciones sobre la Asamblea Constituyente, que, según las publicaciones de Álvaro Leyva y Eduardo Montealegre, es supuestamente un objetivo aún no alcanzado del Acuerdo de Paz con las FARC de 2016.

Los negociadores y el propio expresidente Juan Manuel Santos aseguraron que el Acuerdo no puede ser considerado una forma de eludir los mecanismos constitucionales para proponer una Asamblea Nacional Constituyente. Hoy son un proyecto de ley al Congreso con revisión de la Corte Constitucional y convocatoria a elecciones.

Sin embargo, Petro también ha puesto sobre la mesa la necesidad de contar con un tribunal único de cierre que pueda decir toda la verdad sobre el conflicto en Colombia, porque, a su juicio, todavía hay capítulos del conflicto que la Justicia Especial para la Paz no ha analizado. dirigido. descubierto, y que no puede hacerlo por sus limitaciones para investigar el conflicto únicamente entre el Estado y las FARC.

El caso Chiquita Brands abre un hueco en un extenso debate sobre la realidad y el contexto del conflicto colombiano. Ésta es la línea roja entre ser víctima de extorsión por parte de grupos armados en regiones donde en los difíciles años de los enfrentamientos no había seguridad garantizada por el Estado o las fuerzas militares, y la financiación voluntaria de estos grupos terroristas, como ocurrió según a la justicia con el caso bananero, siendo al mismo tiempo responsable de las masacres y crímenes contra civiles inocentes que cometieron estos grupos.

Lo último que se supo es que la empresa afirmó no tener dinero en efectivo para pagar a las víctimas, entre quienes se encuentran Víctor Palencia Gómez, padre del asesinado Carlos Arturo Palencia Cibaja, y Janeth Rivera Vargas y Nini Johana Molina Rivera, esposa e hija de Albeiro Antonio Molina Román.

Chiquita Brands no pudo probar ante los tribunales estadounidenses que sus pagos se debían a una amenaza ilegal inmediata e inminente, ni que no tenía otra alternativa razonable. Así, es abundante la historia de empresas que financiaron las acciones de grupos ilegales, o que fueron obligadas a hacerlo. Con la condena de Chiquita Brands se podría abrir un nuevo capítulo de la verdad del conflicto al que muchos dicen que le faltan páginas.

 
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