Al pie del estribo › Cuba › Granma – .

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Foto: Ilustrativo

Se puede ser casi un niño y tomar una dirección supuestamente equivocada, seguir (seguir), recto, los pasos de un hermano mayor, ignorando quizás incluso el silencio revelador de la familia.

Puedes dejar de lado las comodidades seguras del césped de tu hogar para comenzar a caminar, todo el tiempo por venir, sobre campos minados de peligro y adversidad.

¿A cambio de qué beneficio personal? Nada más material que las ideas, valores y convicciones traídas en vena, desde la cuna, desde las raíces…

Y ajústate bien las botas y las espuelas para cavar en los flancos del tiempo, a través de “locuras divinamente locas” como asaltar fortalezas de pura muerte armado hasta los dientes, ganarle la partida al Modelo Penitenciario, dejar atrás la tierra querida, pulir como un diamante el difícil arte de poner un ojo y una bala en el mismo lugar, mientras en todo el mundo otros, de la misma edad, vacían los cargadores llenos en conquistas amorosas…

¿Puede un hombre, todavía tan joven, tragarse las náuseas de un vaivén infernal en un mar embravecido, pidiendo permiso a un pie para dar descanso al otro, a bordo de un pequeño yate, en el que sólo un milagro podría “acomodar” a 162 más? botas –con los cuerpos que portaban–, mochilas y todo lo útil para desafiar a la muerte en quién sabe cuántos combates armados.

Y ser bautizado no sólo con las aguas rojizas del manglar rojizo, en el pecho y la barbilla, sino también con pólvora irreverente, en metralla de aviación a baja altura. ¿Y salvar su pellejo por obra y gracia del futuro, y luego reencontrarse bajo Cinco Palmas viriles con ese mismo hermano –y un puñado de seguidores– seguro, ahora, de la victoria en una guerra perdida por todas partes?

Se puede, ¡claro!, arrebatar al enemigo jactancioso hasta la fe que nunca tuvo; caminar, mandar y mandar desde el Frente; pavimentar nueva vida en la vieja montaña y dar toda su justa altura a la llanura; conquistar la paz, convencidos de que no se puede perder la misma guerra que luego se seguirá ganando bajo el concepto puro y pacífico de evitarla a toda costa, preparándose sólidamente para ella.

Un hombre puede, a lo largo de toda su vida, descansar la cabeza sobre la almohada menos horas que muchos otros, incluso en medio de verdaderos “dolores” que millones de cabezas ni siquiera pueden imaginar.

Un hombre puede hacer todo eso y mucho más. Podrá seguir siendo el mismo montañés ingenioso y jovial de ayer y de anteayer, burlar los reveses físicos y mentales de los 80, saltar como un veinteañero por encima del listón de los 90. Y puede, tres calendarios más aquí, mantener muy bien su bota. acomodado en el estribo, listo para montar y decir ¡ya voy!, en el momento en que Cuba lo llama.

 
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