“El bullerengue es un ejercicio de libertad” – .

“El bullerengue es un ejercicio de libertad” – .
“El bullerengue es un ejercicio de libertad” – .

Durante mucho tiempo nombres como Petrona Martínez o Ceferina Banquez permanecieron en el anonimato. Las dos mujeres lograron el reconocimiento cuando ya eran mayores y después de una vida dedicada a mantener vivas sus raíces como cantantes de bullerengue, una tradición cultural afro del Caribe colombiano. Sus historias son sólo un pequeño ejemplo de la invisibilidad que han tenido los aportes de las mujeres en la música tradicional del país, y que continúa hacia la disidencia sexual y de género.

Magdalena Moreno Morales (Santander, 29 años) se propuso romper con esa marginación y creó La Morena del Chicamocha, un grupo donde canta y compone potentes bullerengues. Pero ella no quiso romper ese anonimato sólo con su música o con letras antirracistas, sino revolucionar sólo con su presencia y su historia. “Aquí no van a acabar nuestra alegría. Como el árbol que muere en pie, nosotros nos quedamos ‘aquí’, canta al ritmo del tambor. Magdalena ha escapado de la precariedad, la violencia transfóbica y la violencia paramilitar. Dice que ha seguido el llamado de sus antepasados ​​cantantes quienes la animaron a sanar a través de la música y a caminar de la mano de una gaita corta y con el agua como brújula. Se autodenomina afrotravesti y utiliza pronombres femeninos. Habla con EL PAÍS en el marco del primer encuentro de memoria LGBTIQ+ que celebra la Biblioteca Nacional de Colombia.

P. ¿Qué significa el bullerengue para ti?

r. El bullerengue es un ejercicio, una práctica de libertad. Nació de las personas que estaban esclavizadas y que tocaban este ritmo para liberar no sólo el cuerpo, sino también el espíritu. Para entenderlo hay que partir de ahí, de su historia. Esto nos permitirá entender que la libertad no tiene etiquetas. Hoy tenemos tantas formas de opresión, tantos discursos de odio, discriminación y exclusión, que es necesario que todos conozcan la libertad. Mi transición al bullerengue ha sido un regalo.

P. ¿Cómo llegaste a la música tradicional?

r. Mi primer acercamiento fue a través de la danza a los 13 años, luego terminé en el canto. Cuando cumplí la mayoría de edad recorrí todo el Caribe colombiano, lo que me permitió acercarme a las raíces y origen de la música afrodiaspórica como el bullerengue.

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P. Naciste y creciste en Girón, Santander, fuera del Caribe y donde estas tradiciones no son muy comunes…

r. Sí, para mí esto tuvo más que ver con lo que considero el llamado de la diáspora de afrodescendientes en este país. Las sonoridades afrodiaspóricas están dentro de las familias. En mi caso fue un poco complejo porque mi familia materna, de donde viene todo el pueblo afro, no se reconoce como afro. Al mismo tiempo, Santander históricamente ha excluido la historia, la cultura y las contribuciones de los afrodescendientes. Eso hizo que durante mucho tiempo no me sintiera parte de ese territorio, porque desde pequeño me sentí más relacionado con el tambor, con el Caribe. Ella me dice que yo sacaría las ollas de la cocina y la pondría a tocar el tambor. Siento que ella siempre me llamó el movimiento. Sumado a eso, en mi infancia, incluso desde mi embarazo, mi madre me cantaba canciones de cuna que, cuando crecí, descubrí que no eran convencionales. Las canciones de cuna que me cantaba mi madre eran canciones de origen afro.

P. ¿Qué te llevó a dejar esa tierra y seguir ese llamado?

r. Salí de mi territorio por muchas situaciones: económica, violencia machista, homofobia. En mi barrio, los convivir tenían el control. Estos grupos paramilitares llevaban a cabo una limpieza social y yo crecí viendo panfletos en las esquinas de mi casa advirtiendo: “Los niños buenos se acuestan temprano. Ni putas ni maricones”. Eso me impidió moverme. No tenía miedo de mi identidad, pero tenía miedo de sobrevivir, de quedarme ahí y que me mataran si desarrollaba mi ser en esas condiciones.

Entonces cuando tenía 17 años me fui al Caribe. Inicié un recorrido desde el Río Magdalena, continuando por la Depresión Momposina y el Magdalena Medio hasta llegar al Mar Caribe. Ese viaje es lo que yo llamo el llamado afrodiaspórico, porque los esclavos entraban por el mar. Recuerdo que siempre he estado rodeada del agua como elemento crucial para entender mis tránsitos y los tránsitos de la vida misma. Viajé tocando en restaurantes, con mi gaita, cumbia y bullerengue. Eso me permitió sobrevivir el resto de mis días, junto con el trabajo sexual. Afirmo que he tenido que utilizarlo como herramienta de supervivencia, porque para nosotros muchas veces no existen otras alternativas.

P. ¿Cuál ha sido el papel de las diversidades sexuales y de género en la música tradicional?

r. En la música tradicional hemos existido toda la vida, pero los travestis, las negras, los queers han sido borrados. Ha sido un recuerdo silenciado. Además, la población LGBTIQ+ muchas veces no se acerca a prácticas ancestrales o tradicionales debido a las dinámicas sexistas que existen. No es porque la música sea así, sino por prácticas heredadas de las dinámicas coloniales. Debemos comenzar a analizar de cerca estos roles de género impuestos dentro de las tradiciones y cómo se han convertido en ejercicios de opresión. Para la folklorización de la música era mucho más conveniente blanquear todo para que fuera más agradable a las élites que mantenían la forma de decir qué es cultura y qué no. Por ejemplo, en Talaigua, Bolívar, aún existen muchas expresiones culturales del drag. Lo mismo en muchas danzas del caribe colombiano que han sido disfrazadas con el discurso de la satirización. Se dice que no hay bullerengues sobre gente diversa, pero la canción Petronita Olivares es muy antigua y hace referencia a esa ambigüedad de género.

P. Hace unos años se radicó en Bogotá. ¿Por qué decidió vivir tan lejos de Girón y del Caribe?

r. Porque me obligaron. Después de la pandemia, mi situación financiera se volvió muy compleja. Estaba muy cansado de la falta de oportunidades laborales, de la precariedad… Y mi transición fue más evidente. Venir aquí era una necesidad. Cada vez veía más explícitamente la transfobia para acceder a cualquier tipo de derecho, salud, alimentación, lo que sea.

P. ¿En medio de esa crisis nació la Morena del Chicamocha?

r. Antes había estado en varios grupos musicales y me conocían como La Morena, pero lo que estaba componiendo se quedó y sentí la necesidad de nombrar de dónde venía. Por eso nació agregar “el Chicamocha”, que hace referencia al gran río de Santander. Ella también estaba cansada de estar siempre bajo la tutela de un hombre, de un director, para poder cantar mis canciones.

Al principio tuve un sueño muy utópico: un grupo grande de personas trans. La realidad era diferente. Casi no hay personas trans y personas diversas asumiendo un rol corporal presente en la música tradicional. Si un hombre canta tiene que verse muy machista, para no mostrar su “maricón”. Los maricones siempre están atrás, detrás de los peinados, de las reinas, de la preparación, de los bailes, pero no se les permite estar físicamente presentes, hablando de lo que les pasa, de lo que viven. Eso lo confirmé en Bogotá, porque no encontré personas trans que hicieran música tradicional. Entonces comencé a mirar el apoyo que tenía de otras personas que conocían mi proceso, mi historia; Se sumaron a esta iniciativa.

P. ¿Cuántas personas componen La Morena del Chicamocha?

r. En este momento somos 11. Algunos se reconocen con orientaciones sexuales diversas y cada vez más personas afro se han ido sumando. Uno de mis sueños es que la música afro esté representada desde las experiencias de vida de los negros.

P. ¿Cómo es tu proceso de composición? ¿Que te inspira?

r. Las canciones fluyen todos los días, pero sólo tengo unas 50 escritas. Eso es el bullerengue, hay canciones que se te quedan en la cabeza y otras que son efímeras. Debido a que este es un ritual de la vida, hay momentos para estar feliz y momentos para estar triste. Siempre compongo a partir de algo que me motiva, algo que me ha pasado, algo que vivo, que me atraviesa. El bullerengue se convirtió en una forma de enunciación para las mujeres negras en este país, a veces en la única forma de contar sus historias.

P. ¿Cuáles son los planes para Morena?

r. El plan es poder grabar. No tenemos música en las plataformas; La gente conoce mis canciones, pero no pueden encontrarlas en YouTube. Ha sido un ejercicio muy lindo, porque a pesar de esto noto que a la gente le gusta el proyecto, les ha tocado el corazón, cantan mis canciones en los conciertos. Eso dice mucho de lo que estoy haciendo. En términos profesionales y laborales necesitamos tener un producto. A más tardar a mediados de año estaremos con nuestra primera producción. La idea es seguir produciendo, elevar el bullerengue a otros conceptos estéticos, y también entrar en el ámbito comercial como dinámica política. Si te quedas bajo tierra, en un rancho separado, te quedas en un nicho. La gente debería saber bullerengue en todo el mundo.

P. ¿Cómo es la relación con tu familia? ¿Qué opinas de tu carrera artística?

r. Tengo una relación más cercana con mis hermanas que con mis padres. Mi madre es una persona muy religiosa y el tema sobre ella siempre la ha conflictuado. La quiero mucho, aunque en este momento tenemos una relación distante. No podría decir que sea un apoyo en mi trabajo, pero está presente en algunas de mis composiciones.

P. ¿Has encontrado otras familias?

r. Sí, para mí lo colectivo y la comunidad se convirtieron en una forma de construir ese hogar. Allí encontré a mis hermanas, estas madres. [como les llaman a las mujeres trans en la tercera edad] que, sin esa relación de sangre, me han enseñado, me han manejado. No creo en la hermandad feminista, creo en la astucia, entre zorros nos entendemos mejor [risas]. Ha sido un ejercicio muy hermoso, porque aunque venimos de diferentes lugares y contextos, nos hemos encontrado en el amor que nos une.

P. ¿Te consideras feminista?

r. No. Viví el feminismo y fue fundamental para entender muchas cosas de la violencia que viví, pero eso fue todo. Tengo una postura antipatriarcal. Para mí el feminismo ya no reivindica la lucha por la no exclusión de los cuerpos feminizados, sino que ha sido cooptado por muchas dinámicas transexclusivas, racistas y no autocríticas. Estos feminismos blancos o supercomerciales nos han hecho un ejercicio bastante violento. Me han violado en muchos espacios feministas y todavía me siguen violando algunos de ellos, así que no me interesa. Lo más lindo de nosotras es que hemos existido y resistido con o sin feminismo. La mujer negra seguirá existiendo, las travestis, las cuir, las trans, las no binarias seguirán existiendo. Reivindico un feminismo negro, comunitario, campesino, indígena.

P. ¿Cuál debería ser el papel de la sociedad ante esta ola de transfobia?

r. Dejad de ser espectadores. Así como se pide a los hombres que rompan el pacto patriarcal, también es urgente que todas las personas dejen de estar con el pacto cisgénero y heterosexual. Eso es lo que no nos permite comprender que nuestras existencias y nuestras vidas no borran a nadie. Es necesario que no seamos los únicos que afrontamos esta lucha contra la transfobia. Empecemos a actuar rechazando estos discursos de odio. Garantizando espacios tranquilos y de confianza para mis compañeros trans.

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