Entrevista a Sergio del Molino, autor del libro Los alemanes, ganador del Premio Alfaguara – .

Entrevista a Sergio del Molino, autor del libro Los alemanes, ganador del Premio Alfaguara – .
Entrevista a Sergio del Molino, autor del libro Los alemanes, ganador del Premio Alfaguara – .

Hay naciones dentro de naciones. Países imaginarios (como todo país, al fin y al cabo) que fermentan una serie de ritos e ideales, mitos y genealogías. Patrias portátiles que pesan como fósiles o cadáveres, que en su interior guardan nombres, gestas legendarias, escudos, documentos manuscritos, pasaportes con sellos inútiles, cartas olvidadas y fotografías que ya nadie se molesta en mirar.

A veces el pasado es como un mensaje metido apresuradamente en una botella y arrojado al mar. Un mar que no va a ninguna parte, sin olas ni viento. Un mar con la pesadez del petróleo. Y el mensaje se hunde lenta y perezosamente. Pasan los tiempos, pasan los años, pasan las eras. El péndulo de la historia oscila. En el cielo se forman y se rompen nubes con forma de animales. Las ciudades crecen, caen bombas, la bolsa se fractura, los bancos son rescatados, las fronteras se cierran, las temperaturas suben. Y el mensaje (que guarda en su interior un mundo olvidado, un planeta de ayer) llega finalmente a una costa.

Y esa costa podrían ser las manos y los ojos de un escritor español llamado Sergio del Molino, que compró unos papeles viejos en una librería de anticuarios. Allí, entre la confusión de documentos, encontró panfletos con discursos de líderes nazis. Estaban escritos en español y habían sido publicados en la propia ciudad española de Zaragoza. Fascinado, Del Molino empezó a rasgar el velo del misterio. En el pulp había una historia extraña y extravagante que él no conocía: los alemanes de Camerún, que en 1916, en plena Primera Guerra Mundial, abandonaron la que había sido su colonia para establecerse en la Península Ibérica. Eran alrededor de seiscientos. La mayoría se instalaron en suelo zaragozano. Y allí se convirtieron en una especie de leyenda: una Alemania alejada de Alemania. Simulacro, simulación.

Este acontecimiento es el punto de partida de la novela más reciente de Sergio del Molino: alemanes, que este año recibió el Premio Alfaguara de Novela. Una historia llena de humor e ironía, que a través de finura intelectual, ingeniosos diálogos y reflexiones que escapan de cualquier tipo de maniqueísmo explora temas como el desarraigo y la identidad. Se trata de un libro mordaz escrito desde el corazón de la curiosidad, que a través de personajes como Fede, Eva y Berta, todos descendientes de los alemanes de Camerún, teje una serie de preguntas que no pretende ni busca responder: ¿qué es una patria? ¿Cómo se configura uno? ¿Cómo influyen los muertos en el presente? ¿Cómo se hereda la historia? ¿No son todos los países una obra de ficción? Y Sergio del Molino, con la alegría de quien sabe reírse de sí mismo y de los demás, no responde nada. Simplemente hace lo que debe hacer: escribir para plantear más preguntas. Nada más.

Esta novela se puede leer como un thriller, pero es muy extraño: no se trata de saber quién es el asesino o quién cometió un crimen, sino de plantearse cuestiones morales como la culpa, la herencia y el desarraigo. ¿Qué opinas de esta lectura?

La novela, por supuesto, utiliza elementos de suspense. Sin embargo, si tuviera que ponerle una etiqueta sería “novela familiar”, si es que existe como género. El thriller me ayuda a estructurar la trama y dar pistas falsas al lector, para llevarlo a debatir ciertas ideas. Aun así, no definiría alemanes como un thriller aunque cada lector aborda la historia como quiere. Un aspecto que mencionas y que no considero fundamental es el de la culpa, que está en el material publicitario de la editorial. Me gustó más pensar en los silencios, las discapacidades y el legado de los muertos y las formas en que se manifiestan entre los vivos. En cualquier caso, no soy nadie para guiar las interpretaciones de la novela. Prefiero que cada lector haga el suyo.

Dado que hace mención a novelas familiares, esta novela se centra sobre todo en la figura de tres hermanos: Gabi (muerto), Fede y Eva. La literatura siempre se ha interesado por los padres y los hermanos, pero creo que últimamente hay más interés por los hermanos, ¿por qué crees que es así?

Los hermanos son personas que tienen juntos diferentes versiones de una misma vida. Cada uno puede articular sus recuerdos de maneras similares, pero nunca iguales. Incluso se dan casos de hermanos que tienen versiones completamente diferentes e incluso contradictorias de una misma crianza. Los que somos padres sabemos eso: aunque críes a tus hijos exactamente igual, cada uno tiene sus propias obsesiones y sueños. Como narrador eso me interesa mucho, porque creo que la narración es el punto de vista. Lo que llamamos verdad, al fin y al cabo, no es más que una forma de ver las cosas. Cada versión es lo que hace que la historia sea relevante. Lo importante es quién te lo cuenta y desde qué lugar lo hacen. Quizás lo que dices sobre la importancia que han tomado los hermanos tenga que ver con que la gente cada vez tiene menos hijos. La paternidad como hijo único es algo que va en aumento en nuestras sociedades. Quizás cuando los hermanos escasean, empezamos a pensar en ellos. Aunque ha sido algo que siempre ha estado en la literatura. Al comienzo de la Biblia está ese famoso fratricidio que lo cambia todo.

alemanes Es una novela llena de humor. ¿Qué importancia tiene el humor para la literatura? ¿Qué tan importante es para usted?

Para mí es algo fundamental, no es algo externo que se añade a la literatura. No es como la crema que le pones al pastel. Es algo sin lo cual no puedo concebir ni la escritura ni la vida. O, al menos, no puedo concebir mi vida sin humor. No podría identificarme con personas que no saben reírse de sí mismas y de la existencia. Como lector me cuesta adentrarme en libros que rebosan solemnidad, es algo que me resulta muy desagradable. El humor permite que la relación con el lector fluya y la historia gane profundidad. Y se puede modular de muchas maneras: desde lo más común a lo más fino, desde lo más pop a lo más intelectual. Puede tener muchas capas. Al escribir debe aparecer, en algún momento, algo que rompa la seriedad, algo ridículo, una situación en la que brille la burla.

Relacionado con lo anterior está el ridículo, que sólo puede ejercerse con carácter retroactivo: es una forma de burlarse del pasado y de los ídolos. En la novela, los descendientes de estos alemanes procedentes de Camerún se sienten tranquilos al descubrir que sus antepasados ​​habían sido ridiculizados. ¿Por qué es importante el ridículo?

En el caso del personaje de Eva, por ejemplo, es porque necesita escapar de la solemnidad en la que fue criada. Creció rodeada de una mitología absolutamente grandilocuente: los héroes de África, los exiliados, tratando un diploma de delicatessen como si fuera un escudo de armas. Toda esa pompa del pasado es algo excesivamente pesado. El ridículo es un alivio: descubrir que las cosas no son tan graves como pensábamos. Esto nos libera de una manera brutal. Me gusta descubrir cosas de mi familia que son absolutamente ridículas y que a mi madre no le gusta que las cuente o las ponga en libros. Esta es una forma de encontrarnos unos a otros, de hermandad. En el ridículo todos somos hermanos.

Relacionada con el humor y el ridículo también está la parodia. En este libro hay una parodia del intelectual que cita a Hanna Arendt, Walter Benjamin y Steiner…

En España participo en un programa de radio que se llama ‘La cultureta’, en el que hablamos de la parodia de lo que somos en este mundo cultural y esa tendencia a tomarnos muy en serio a nosotros mismos. Uno de los grandes problemas de la Cultura, esa que con mayúsculas llaman “alta”, es su incapacidad para ver lo ridícula y fatua que es. Esto genera una imagen muy distorsionada del placer que provoca la lectura, la música y el arte. No sabemos cómo transmitir esta alegría porque somos incapaces de reírnos de nosotros mismos. Nos resulta difícil compartir una imagen amena y sencilla de lo que leemos, vemos u oímos. Aunque es inevitable no caer en eso de vez en cuando. Aun así, intento no ser el idiota que cita a Walter Benjamin a la primera oportunidad sin querer decir nada.

El personaje de Fede es esa parodia del intelectual y, al mismo tiempo, es una forma de recordar que la academia y las artes son, al fin y al cabo, industrias…

En el mundo ideal no es necesario realizar giras promocionales después de publicar un libro, estar en los medios o responder a compromisos sociales. Preferiría estar pensando en mi próximo libro, escribiéndolo, debatiendo sobre él. Pero ese es el mundo ideal. El problema es que no todos apoyan las demandas de la industria. Este es un campo duro, competitivo y brutal. A veces hay que pagar peajes que resultan dolorosos para algunos. Muchos creadores, docentes e intelectuales no soportan jerarquías y presiones, por lo que acaban aplastados. Conozco muchos escritores que no soportan el ritmo comercial y perdemos voces, profundidades, enfoques. Sería bueno tener enfoques menos depredadores de los actos de creación y pensamiento. Mi mundo ideal es que las obligaciones de la industria se dieran al nivel de plácidas conversaciones. Pero lo encuentro muy difícil.

en agradecimiento de alemanes menciona que el desarraigo y la identidad son los temas centrales de su obra. Como escritor, ¿en qué momento se dio cuenta de que esos eran los temas centrales de sus escritos?

Me tomó mucho tiempo darme cuenta de esto. Creo que finalmente lo descubro cuando escribo. La piel. Tal vez sea simplemente que soy un escritor particularmente lento para comprender cuáles son mis obsesiones, pero necesito escribir mucho para comprender lo que constituye mi oficio. Escribir para mí es una herramienta de descubrimiento y reflexión. No escribo a priori. alemanes, Sin embargo, es un ejercicio consciente de llevar al extremo los temas del desarraigo y la identidad.

Hay un personaje llamado Yeiyei que es una parodia del periodista que lleva años en una redacción: alcohólico, mediocre, falto de imaginación y bastante desagradable. Como periodista que odia a los periodistas, ¡gracias! Realmente disfruté este personaje…

Soy un periodista que cree muy poco en la romantización de la profesión, quizás porque nunca he tenido una vocación muy fuerte. Practico el periodismo con dignidad y pasión, pero sin creer en esas mitologías del reportero heroico. No lo sé, es algo que me resulta desagradable. Mis amigos en el periodismo tienden a ser personas incrédulas y ajenas. Yeiyei puede ser una especie de venganza hacia cierto tipo de periodista que apenas existe en España. Gente muy mayor que ya se había jubilado, pero que estaba en todas partes: estaban en todas partes, hablando de todo. Sin embargo, son fósiles. Las redacciones de hoy son más jóvenes, sin tanto cinismo de borracho.

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