Piensa, come, escribe, cocina – por Luis Felipe Alarcón –.

Piensa, come, escribe, cocina – por Luis Felipe Alarcón –.
Piensa, come, escribe, cocina – por Luis Felipe Alarcón –.

Todo puede caber en un libro. Aristóteles, Freud, un pisco agrio (no se sabe si peruano o chileno), Platón, Derrida, Hegel, una pieza sashimisuna cazuela, un antiguo tratado culinario, Juan Pablo II o Gastón Acurio. pensar/comer de Valeria Campos Salvaterra es la prueba.

Distribuido en tres capítulos, o servido en tres partes, el libro comienza con un catálogo detallado de las maneras en que la filosofía se ha referido (la mayoría de las veces para evitar hacerlo) a lo que todos hacemos necesariamente: comer. Se convoca a Aristóteles, Platón, Hegel, Kant y Foucault. La pregunta pasa luego a las formas en que la gastronomía –“la ley del estómago”, dice Valeria Campos– ha sido considerada, incluso valorada, como objeto de pensamiento. Es aquí donde vemos aparecer los nombres de Nietzsche, Feuerbach o Brillat-Savarin. El tercer capítulo, el más decidido, el más atrevido, explora la posibilidad de fundar una nueva relación entre comunidad y comensalidad. Encontramos allí el verdadero corazón, la tesis de todo el libro: “Que la protoforma o las estructuras y dinámicas fundamentales de lo que llamamos comunidad son iguales y probablemente provienen de esas estructuras y dinámicas de lo que llamamos comensalidades decir, de la práctica —estable y permanente— comer juntos”.

La tesis es fuerte, la tarea ardua. Y es cierto que la filosofía siempre ha mostrado cierta reticencia, cierto pudor, a la hora de hablar de comer. Un ejemplo banal, elegido casi al azar, puede ser suficiente. Rápidamente asociamos la filosofía, o en todo caso un cierto tipo de filosofía, existencialista, con los cafés. Es fácil, incluso un cliché, imaginar a Jean-Paul Sartre o Simone de Beauvoir reflexionando sobre sus ideas en un café del París de la posguerra. Juntos, o cada uno por separado, frente a una pequeña taza de café, el cigarrillo en una mano, el bolígrafo en la otra, formulando las ideas más profundas sobre el lugar del ser humano en el universo.

Es más difícil, hay que admitirlo, imaginar a Simone de Beauvoir cortando una Croque Monsieur mientras hace un argumento complejo sobre lo que puede significar ser mujer. O Sartre pensando en el compromiso político del escritor mientras éste consigue no manchar su cuaderno con mantequilla de un cuerno. Pero todo eso, ciertamente, tuvo que haber sucedido. Hay ideas que surgen de comerse un italiano en una fuente de refrescos, otras de saltear cebollas en casa de un amigo. Nada de esto es indiferente al pensamiento y debemos pensar, a eso nos invita este libro, en qué medida nuestros hábitos alimentarios, nuestras formas de cocinar, comer, compartir los alimentos, juegan un papel fundamental en la forma en que concebimos el mundo. y sus relaciones.

Aparte de anécdotas (y hay muchísimas, de las borracheras de la época clásica—El banquete no se llama así por nada; incluso el aparente amor de Žižek por el perros calientes […]), algo fundamental emerge en este libro. ¿Qué pasa si descubrimos que lo fundamental de los vínculos, aquellos que nos unen, nos acercan y nos alejan, no es la filialidad sino la comensalidad? ¿Qué pasa, qué nos pasa a nosotros, si aceptamos que ‘comer juntos es la forma primitiva, básica o estructural de comunidad’?

Aparte de anécdotas (y hay muchísimas, de las borracheras de la época clásica—El banquete no se llama así por nada; incluso el aparente amor de Žižek por el perros calientes, a través del desprecio de Rousseau por la comida inglesa), algo fundamental emerge en este libro. ¿Qué pasa si descubrimos que lo fundamental de los vínculos, aquellos que nos unen, nos acercan y nos alejan, no es la filialidad sino la comensalidad? ¿Qué está pasando, qué a nosotros ¿Qué pasa si aceptamos que “comer juntos es la forma primitiva, básica o estructural de comunidad”?

Suceden muchas cosas y no tantas al mismo tiempo. Mucho, porque cambia la base misma de las relaciones. No tanto, porque, como se indica explícitamente en pensar/comer, conocemos la escena: sustituir “la lógica de la filiación por la lógica de la comensalidad” es repetir parcialmente el gesto paulino de la Nueva Alianza con el pueblo cristiano. De ahí el lugar misterioso que ocupa la Eucaristía en el libro. En efecto, la “lógica de la comensalidad” que se propone, y que consiste en pensar que ésta es anterior a la filiación, es decir, que “la familia es un derivadoa efecto de comensalidad”, no sólo sería pensable sino que “eso ha sido pensado y es completamente fundacional para Occidente”. La fórmula, la escena, dice Valeria Campos, “la encontramos ya en una de las escenas más importantes del cristianismo: la Última Cena, replicada como liturgia en el momento de la Eucaristía”. Ya no sería un pueblo elegido, vinculado por linaje, sino una comunidad fundada en el gesto de compartir el pan y el vino (que es, y Campos insiste en ello, también comer a Cristo).

Pero no todo es tan serio, tan cristiano o tan cristiano. El libro se cierra con una reflexión sobre la relación entre la gastronomía, ahora en el sentido moderno, y la nacionalidad. A la hora de decidir dónde ir a comer, si es necesario, siempre pensamos en “nacionalidades”: peruana, india, tailandesa, china o “chilena tradicional”. Actuamos, a pesar de nuestros esfuerzos críticos, como si la comida reflejara un cierto espíritu, una determinada identidad. Pero así es, y Valeria Campos lo demuestra bien, volviendo a poner en el centro la lógica de la afiliación. No existe un alma nacional que esté encarnada en un alimento en particular. Lo que cuenta es la comensalidad, que es ante todo una práctica y no un modo de ser ya dado, reproducido, heredado.

Cabría preguntarse, en cualquier caso, por qué la pareja elegida es “pensar” y “comer”, y no, por ejemplo, “cocinar” y “escribir”. Emulando torpemente a Brecht, cabría preguntarse quién hizo el pan, quién hizo el vino que distribuyó Cristo. Quién cocina, no quién come, podría ser la clave. Quién escribe, y no quién piensa, podría ser la clave. Es todo una cuestión, como siempre, de gustos, énfasis, afinidades. La verdad es que este libro, que nos invita a reflexionar nada menos que a escribir, a comer nada menos que a cocinar, se inscribe noblemente en la línea de una renovación de los estudios filosóficos. En una biblioteca, podría colocarse fácilmente al lado de El armario de los filósofosde Ángel Octavio Álvarez Solis, otro esfuerzo por pensar lo que siempre ha quedado fuera del pensamiento: lo cotidiano, lo que nos permite pensar, escribir, mantenernos vivos.

pensar/comer. Una aproximación filosófica a la comida.Valeria Campos Salvaterra, Herder, 2023, 228 páginas, $20.000.

 
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