Javier Castillo y la ley del destino vuelve a llegar a las librerías

Javier Castillo y la ley del destino vuelve a llegar a las librerías
Javier Castillo y la ley del destino vuelve a llegar a las librerías

Traumas, secuestros y tragedias se unen inexorablemente en más de 100.000 palabras que contiene El crujido del silencio (SUMA, 2024). El destino como juez, el verdadero protagonista de las páginas de la nueva obra de Castillo, vuelve a dictar sentencia. Fatum est scriptumuna frase tan conocida por los lectores de Biología (El día que se perdió la cordura y El día que se perdió el amor.), vuelve a resonar con estruendo en esta última entrega. Cierto: el destino está escrito. Por ello, la novela recién publicada de Castillo sólo podría terminar retomando temas y personajes ya tratados por el autor. Para aquellos que los extrañan, El crujido del silencio trae de vuelta al periodista Mirar disparadoresel maestro Jim Schmoer y el agente Ben Miller. Y nadie los calla. Menos aún para Miren, para quien la lucha por la búsqueda de la verdad en un mundo regido por el poder sigue siendo su aspiración existencial, en un deseo impenitente de hacer justicia a las víctimas dejadas de lado. Ella misma era, como lectores de la niña de la nieve. De hecho, el trauma fundacional de la vida de Triggs, aquella violación que infectó su alma en 1997 en un parque de Nueva York, sigue ejerciendo su influencia deletérea sobre la joven periodista en 2011, año en el que se desarrolla el núcleo de los acontecimientos de El crujido del silencio.


El crujido del silencio

Javier Castillo

Los protagonistas de las tramas de Castillo, como tantas veces la gente de la vida real, son golpeados por una fuerza suprema e ineludible que impone dictatorialmente su ley sobre los acontecimientos vitales de sus súbditos. Frente al destino sólo hay silencio. Sin embargo, como ocurre en totalitarismosTambién en esta novela el silencio es quebradizo y, a través de sus inevitables grietas, una cierta esperanza puede abrirse paso. Aunque todo está escrito, la verdad también existe. Y se han dedicado a ello Jim, mirar y ben.

Esta vez, el caso que nos ocupa es especialmente personal: la investigación sobre la desaparición del hijo del agente Miller en 1981. Daniel, de 7 años, fue visto por última vez en la puerta del colegio donde estudiaba y nunca más se supo de él. Treinta años después, Lisa y Ben Miller, que inician el último tramo de su vida, quieren hacer las paces consigo mismos y dejar al mundo la verdad de lo que le pasó a su pequeño. Lisa se está muriendo y Ben jura que descubrirá qué le pasó a Daniel. Para ellos, el tiempo detuvo aquel fatídico 24 de abril de 1981 y la única manera de poner a cero ese reloj era saber qué le deparaba el destino a su hijo. Incluso si para Lisa se detuviera permanentemente en 2012, un reloj así tenía que volver a funcionar justo donde se detuvo: en la primavera de 1981, en la escuela. Valle del clavo, último paradero conocido de Daniel. Para ello, Miller, desesperado, recurre a la ayuda de Triggs, quien ya demostró su valía y tesón investigador en tiempos pasados, en la desaparición de Kiera Templeton.

Inmersos en una investigación contra los degenerados BaunsteinMiren también aceptará ahondar en la búsqueda de Daniel, pero lo que descubrirá en ambos casos será impactante. Es la consecuencia de buscar la verdad: “en realidad, no había nada más arriesgado que iluminar las sombras porque no sabías lo que encontrarías en ellas” (p. 209). Lo que ella descubre es ojo: una entidad maligna que, aunque oculta, se esconde a plena luz del día y que comercia con contenido sexual prohibido. Toda la sociedad era Eye: “un inframundo dañino del que formaban parte todo tipo de personas. Y eso fue lo peor de todo” (p. 316). El anonimato de la masa colectiva protegía de tal manera esta asociación que era difícil descubrirla. Cuando toda la sociedad es culpable, nadie quiere que se investigue: en Eye “toda la sociedad fue […] camioneros, médicos, jueces…” (p. 316). Miren se pregunta cómo poner fin a la propagación de la corrupción de Eye: “¿Cómo se puede detener algo como esto?” –Preguntó – ¿Cómo se puede detener algo que está tan dentro de tanta gente? (pág. 317). La incapacidad de encontrar una chivo expiatorio cuyo sacrificio apacigua a la comunidad o detiene la hemorragia moral de su sociedad hace que evitar investigaciones al respecto sea la mejor manera de seguir avanzando sin que todo colapse: “pensar en esa conversación y si me vendría bien algo de ese aumento de la delincuencia […] pero pronto descartó la idea al no poder encontrar un culpable claro al que atacar” (p. 53). Sin embargo, nada puede detener a Miren, especialmente después de descubrir que su violación había sido grabada y Baunstein tenía el vídeo. Las consecuencias de la audacia de Miren seguramente no tardarán en llegar, ya que será el chivo expiatorio de una sociedad corrupta: despido repentino de su periódico, asalto a su casa, quema de los expedientes de investigación que guardaba cuidadosamente en un almacén. Y un ojo amenazador dibujado en su casa: el sello del ojo. Pero ni siquiera por eso se detiene la investigación de Miren sobre los trapos sucios de la entidad, mientras descubre la relación entre esta organización omniabarcante y la desaparición del niño Miller.

La música, protagonista impersonal de las obras de Castillo, regresa con fuerza a El crujido del silencio y es decisivo para la resolución del enigma de Daniel Miller. Con la ayuda de cajas de música de manivela y la melodía barroca de Laschia ch’io panga resonando de nuevo (el autor ya reivindicó esta pieza en Todo lo que pasó con Miranda Huff), los investigadores se dan cuenta de un detalle que todo el mundo había pasado por alto hace tres décadas. Además, junto a la música, el silencio de Alicia Ámbar, compañero de clase de Daniel en 1981, terminará de completar el rompecabezas de la desaparición del niño aquel 24 de abril. En el silencio de Alice, mil demonios gritaban, concentrados en un golpe atroz, perpetrado por los miembros del Ojo aberrante: “ese trauma la silenció para siempre” (pág. 424). Para siempre, hasta la llegada de Ben, Jim y Miren, cada uno por su lado, a la casa de Alice. Fue el destino el que los reunió a todos para juzgarlos y emitir un veredicto inapelable. Se repitió así el patrón de locura y cordura, amor y desamor de la Biología, donde los hilos de destino Ya habían tejido de antemano un tapiz que sólo sería revelado a sus tejedores una vez consumado su destino. Sin embargo, al percatarse de la ley del destino, es el perdón de Ben hacia los responsables de la desaparición de Daniel lo que se revela como el inesperado protagonista de El crujido del silencio: “incluso la tragedia más grande puede ser perdonada” (p. 405).

 
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