“Cuando estaba sola en el mundo a los 11 años, los libros, mi escuela y algunas personas me salvaron” – .

La directora de la Real Academia de la Historia y miembro de la RAE, donde ocupa la cátedra ‘E’, publica ‘El carácter es destino’. Una antología de sus textos más queridos que envían señales sobre su vida.

El manierismo deriva de la palabra manera, que ya en aquel siglo XVI significaba estilo. Era, en resumen, elegancia sofisticada. Sigues pensando en ello, aunque suene cursi, aunque suene ridículo, cuando ves el lienzo que es Carmen Iglesias (1942) en el antiguo ascensor de la Real Academia de la Historia (RAH), mientras sus puertas están medio cerradas. “Hoy voy sin calcetines, pero así es la moda, ¿no?” Y sonríe. Su amor por la estética

El manierismo deriva de la palabra manera, que ya en aquel siglo XVI significaba estilo. Era, en resumen, elegancia sofisticada. Sigues pensando en ello, aunque suene cursi, aunque suene ridículo, cuando ves el lienzo que es Carmen Iglesias (1942) en el antiguo ascensor de la Real Academia de la Historia (RAH), mientras sus puertas están medio cerradas. “Hoy voy sin calcetines, pero así es la moda, ¿no?” Y sonríe. Su amor por la estética viene de lejos, de muy lejos: de la infancia, que es un mundo a miles de kilómetros y, al mismo tiempo, un mundo que siempre orbitamos. Su madre cosía muy bien y Iglesias vestía riquísimo. El director de la RAH acaba de publicar El carácter es el destino. (La Esfera de los Libros), un abecedario sobre la historia, sus ideas y sus maestros, una antología de sus textos más queridos que envían señales en morse sobre cómo se ha ido forjando su carácter y, por supuesto, su destino. Entonces ahí vamos a intentar descifrar esas señales.

En el primer capítulo, en un artículo dedicado a la identidad de los grupos, cita a Steiner: “Mientras los árboles tienen raíces, los hombres tienen piernas y son invitados unos de otros”. André Gide dijo una vez: “¿Por quién diablos me tomas? No soy un árbol, no tengo raíces”. Y tú, ¿tienes raíces?
Qué bonita frase de Gide. Creo que las raíces están en mis padres, que eran lectores y muy amantes de la cultura. Me cuidaron muy bien y me enseñaron a leer en casa cuando tenía cuatro años. Otra parte del arraigo tiene que ver con el carácter que uno forma. En mi caso está marcado por esas lecturas, por la muerte de mi padre cuando yo tenía diez años y por mi madrina, que era muy inteligente, defensora de la libertad personal, aunque un poco arbitraria. Fue una mujer inteligente que siempre me apoyó, especialmente en los años difíciles. Supongo que, como casi todos nosotros, la adolescencia fue la peor época. A pesar de todo, tuve la suerte de estar en una de las antiguas escuelas secundarias, con unos profesores maravillosos, casi todos catedráticos, antes de convertirse en profesores universitarios. Varios se habían reincorporado después de sufrir represalias y nunca mezclaron política con enseñanza. La verdad es que me han salvado algunas instituciones, como ese instituto, y algunas personas con las que he tenido muy buena relación.
¿De qué la han salvado?
Del caos que tienes a los 11, 12, 13 años, cuando estás un poco solo en el mundo. Los libros y la gente me salvaron. En los libros encontré elementos que fueron útiles para mi vida diaria, no eran simplemente novelas. Después, la universidad fue un cambio maravilloso, porque allí encontré por primera vez verdaderos amigos. Cuando era adolescente no encajé fácilmente. ¡Aviso! Un chico que me gustaba me dijo: “Uf… una chica siempre con libros”. Dejó de gustarme en ese momento.
Sin querer, habla del prólogo del libro, de cómo la posición vivida por cada persona es la que forja el carácter, aunque esa posición fuera complicada, o precisamente porque era complicada.
Recuerdo también que siempre he sido necesariamente ordenado a mi manera y con cierta serenidad para afrontar, mejor o peor, una cosa tras otra. Son años difíciles de la adolescencia donde se acumulan crisis, entre comillas, como la entrada de chicos a tu vida, la apertura del mundo en varios rincones, esa época en la que no sabías qué camino tomabas, con la sombra de la duda. respecto a la religión…
De esas lecturas iniciales, ¿cuáles recuerdas inmediatamente?
La portada de un cuento de hadas a los cuatro años y 20.000 leguas de viaje submarino. Todavía conservo algunos de esos libros absolutamente antiguos; ¡incluso Catón!, con quien aprendió letras. Los he llevado conmigo de colegio en colegio, de residencia en residencia…
En la universidad conoció a profesores a los que citaba continuamente, como don Luis, y se enamoró del pensamiento clásico. ¿Cómo amueblas tu cabeza?
Fue fundamental. Esa alegría de comprender, de abrirse al mundo. Los cinco años que dediqué a los griegos fueron maravillosos. Estuve a punto de pasarme a Filología y don Luis me convenció de lo contrario: “Mari Carmen”, me dijo, porque me llamaban Mari Carmen, “te veo más transversal, con mucha curiosidad. “Sigue con ideas, te lo vas a pasar genial”. Y de hecho. Al final hice la tesis sobre Montesquieu.
¿Son esos sus años de militancia antifranquista?
Sí, estuve en la FUDE (Federación Universitaria Democrática Española) y en lo que llamamos el Frente de Liberación Popular (FLP, FELIPE) en su tercera etapa. “¿Ese era Felipe González?” me dijo un joven recientemente. FELIPE era un lugar donde todo encajaba. Mi padre era republicano, ya sabes, y digamos con cierta inclinación al anarquismo. Lo pasó muy mal. En mi casa siempre hemos hablado de política. Sin odio ni rencor, sí me decían cosas cuando era pequeña, como que al final de la guerra en Madrid había anarquistas en una acera y en otra comunistas pegándose tiros. Me dijeron cosas. Tanto es así que, cuando murió mi padre, estuve internada durante un año en un colegio de monjas. Y un día levanté la mano en clase para decir: “En España los trabajadores pasan hambre”. Lo había oído en casa, por supuesto. No me castigaron, pero me quitaron los libros que tenía escondidos, como Los tres mosqueteros, La gitanilla de Cervantes…. Se perdieron varias cosas que tenía…

“Mi padre era republicano, con cierta inclinación hacia el anarquismo. En casa hablábamos de política sin odio ni rencor”

¿Cómo fue la militancia?
Fue en la universidad. En ese momento ella tenía una amiga que se metió en la PC y yo me metí en FELIPE. Para empezar la hicieron leer La Sagrada Familia de Engels y para mí el libro de Pierre Broué y Emile Témime sobre la Guerra Civil. Eran trotskistas, pero no tenían ningún color con el estalinismo.
Es decir: primer paso, las ideas.
Sí, pero la organización fue muy variada. En FELIPE había gente muy creyente, había gente agnóstica, había de todo. Pero, en realidad, quien lideró el movimiento antifranquista fue el Partido Comunista. Siempre recordaré que hubo una reunión en la Capilla del Santo Niño del Remedio y salimos con la tarjeta entre los dientes. Ya en el tardofranquismo, en la universidad, intentaron presentarme una denuncia por militancia y expulsarme. Todavía tengo las cartas de apoyo de los profesores. No fui sancionado. Para mí hubiera sido serio, porque lo mío era la universidad. Además siempre había tenido becas y un buen expediente… ya me habían becado en la secundaria. Mira, sobre el personaje… yo tenía 11 años. Vi un anuncio de una convocatoria especial de becas en el tablón de anuncios del instituto. Tuve que aportar documentación que no tenía y acudí con mi madrina, quien en lugar de hacerlo, me guió y me dijo cómo conseguirla. Me pidieron muchos papeles y ahí llegué, ya que apenas alcanzaba las ventanas de los lugares a los que iba. Eso te da independencia y confianza en ti mismo… Valió la pena pedir esa beca, porque dieron un dinero impresionante, ¡300 pesetas en su momento! Y así, gracias a esa beca para huérfanos, pasé la secundaria pagando clases de francés e inglés e invitando a mis amigos a almorzar. Mi madrina me había enseñado que las mujeres podían ir a cualquier parte, por eso una vez al mes invitaba a mis amigas a almorzar a un restaurante de la calle Augusto Figueroa.
¿Está la estética ligada al saber estar?
Y con saber con quién estás. Siempre he sabido cómo evitar a las personas tóxicas. A veces me he encontrado con gente inteligente y tóxica, y he sabido separarme, porque no se puede vivir con gente que tiene esa pizca de maldad, no lo pueden evitar. Tarde o temprano he huido de ellos. Al principio me equivoqué, pero cada vez menos.
Otra máxima del libro: “Cree en quien busca la verdad, desconfía de quien la encuentra”. ¿No se puede encontrar la verdad? ¿Cuáles son los hechos?
Son la verdad con letra minúscula. En este tema, Hannah Arendt siempre ha insistido en la verdad de los hechos con minúscula, porque nunca podremos alcanzar la verdad absoluta. Por otro lado, contrariamente a las falsedades, la verdad de los hechos siempre está ahí. La historia está ahí, aunque con el tiempo se van añadiendo o cambiando matices. Los hechos, naturalmente, dentro de un marco de significado que el ser humano necesita. No se trata de hablar abiertamente de los hechos, sino de darles un significado amplio. Por eso la libertad y la libertad de expresión son una prioridad absoluta. Una de las primeras veces que usé pantalones en el último franquismo, anduve con mi abrigo, con pantalones negros y un abrigo rojo que me cubría hasta las rodillas… bueno, un grupo de chicas en la Puerta de Toledo se metieron conmigo. Por eso estaba con un hombre. En esas cosas aún se podía ver la dictadura en la calle, ¡y no te diré si jugabas las manos con tu novio de turno en el metro o en un tranvía! Alguien te llamó la atención. Ya en la Transición, cuando paseaba a mi perro por el Parque del Retiro y veía las parejas en el verde, sin esconderme, decía: ¡Qué placer! Fue un respiro. Era libertad.
Dedica un capítulo a la conquista del espacio público por parte de las mujeres. Antes habló de cómo su madrina también le enseñó a conquistar el espacio privado.
Una anécdota relacionada: yo era un estudiante de honores en general. No me costó ningún esfuerzo porque me gustaba mucho estudiar. Bueno, recuerdo una conversación, justo encima de mi cabeza, entre la profesora de Letras y el cura que enseñaba Historia Sagrada, que decía: “Es una pena que Iglesias sea mujer”. Hablaban bien de mí porque me habían dado un premio y decían eso. Y, por supuesto, corrí hacia mi madrina. “No hagas caso, haz lo que tengas que hacer, pero no tengas que arrepentirte al día siguiente”. Eso me dijo, estar siempre pendiente de mi comportamiento personal.
Me da la impresión de que es la primera entrevista, de varias, en la que no se anda con rodeos tanto. ¿Por qué lo hace cuando se trata de política?
Porque las personas que he amado en mi vida, que me han formado, eran de diferentes tendencias. Mi padre era absolutamente de izquierdas, pero mi madre no; mi madrina tampoco. Y lo que me enseñaron es que lo que importaba era la persona moral, sin importar si era de derecha o de izquierda. He tratado de escapar de esa dicotomía. Porque es verdad: lo que importa es el pueblo, siempre que no sea fanático. La conducta moral de cada persona, en un sentido profundo, el compromiso cívico… Lo que siempre me ha interesado de la política es la posibilidad de convivencia.
Se avecinan tres elecciones. ¿Qué breve análisis te mereces?
No quiero ser pesimista, porque siempre acabamos avanzando, aunque con costes. Pero a mí me preocupa mucho, naturalmente, la división que prevalece, parece que estamos como en los años 30. Polarización y ruptura. Bildu gana peso y la unión con los separatistas es tan loca que el sentido común se niega a aceptarla. Pero estamos en Europa y esa es la esperanza que no perdemos.
 
For Latest Updates Follow us on Google News
 

NEXT El libro que Liliana Bodoc había publicado antes de morir y ni sus hijos lo sabían