novelista estadounidense Pablo Austerautor de una prolífica obra en la que destaca la “Trilogía de Nueva York”, Locuras de Brooklyn cualquiera La invención de la soledad.murió a los 77 años
Construyó laberintos literarios en todas sus obras, en las que mezcló ficción, realidad y autobiografía, y con las que cautivó a millones de lectores en todo el mundo. Además de novelas, su prolífica obra traducida a más de 40 idiomas incluye poesía, cuentos, ensayos y guiones de teatro y cine (algunos dirigidos por él). A continuación se muestran tres poemas en los que reflexiona sobre la muerte:
(Del libro Desapariciones1975)
Hay muchos… y están aquí:
y por cada piedra que cuenta entre ellos
se excluye
como si él también
pude respirar por primera vez
en el espacio que lo separa
de sí mismo.
Bueno, el muro es una palabra. y no hay palabra
que el no cuenta
como una piedra en la pared.
Así que empieza de nuevo,
y cada vez que empiezas a respirar
se siente como si nunca hubiera habido otro
tiempo, como si en todo este tiempo de la vida
podría encontrarse a sí mismo
en todo lo que no es.
Lo que respira, por tanto,
Es el momento, y lo sabes ahora.
que si el vive
Es justo en lo que vives
y seguiré viviendo
sin él.
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(Del libro Desapariciones1975)
Está solo. Y desde el momento en que empieza a respirar
No está en ninguna parte. muerte plural, nacido
en las fauces del singular,
y la palabra que construiría un muro
desde la piedra más interna
de la vida.
Bueno, él no es ninguna de las cosas.
del que habla,
y a pesar de sí mismo
digo yo, como si también empezara
vivir en todos los demás
que no lo son. Bueno, la ciudad es enorme.
y la boca no sufre
no hay escapatoria
que no devora la palabra
de uno mismo.
Por lo tanto, existen muchos,
y todas estas muchas vidas
tallado en las piedras
de una pared,
y el que iba a respirar
Sabrás que no hay ningún otro lugar adonde ir
qué aquí.
Así que empieza de nuevo,
como si fuera a respirar
por última vez.
Bueno, ya no hay tiempo. Y es el fin de los tiempos
que comienza
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(De “Fragmentos del frío”, 1976-1977)
Porque nos volvemos ciegos
en el día que expira con nosotros,
y porque hemos visto nuestro aliento
nube
el espejo del aire,
el ojo del aire no debe abrirse
a nada más que la palabra
al que renunciamos: el invierno
habrá sido un lugar
de madurez.
Nos convertimos en los muertos
de otra vida que la nuestra.