‘Música’: el cine de Angela Schanelec, entre el desafío intelectual y la tortura indescifrable

Definir como críptica una película como Música Es casi una exageración. Y no por exceso sino por defecto: es incomprensible. Los especialistas habituales de los festivales internacionales están en aviso con el cine de la alemana Angela Schanelec, que no es nueva en desafiar al público: hay que estar despierto, concentrado y seguramente también con un cierto grado de fe en su trabajo. Si te pillan desprevenido, más de uno es capaz de salir a decirle al proyeccionista que la imagen ha quedado congelada en un plano que, sin que parezca significar gran cosa ni en su ética ni en su estética, lleva más tiempo ahí. de lo necesario. Mucho más tiempo del necesario.

Incluso los más aficionados a su cine contemplativo, enigmático y, en ocasiones, artístico, dudan de haber conseguido entender esta vez su último trabajo, este Música que este miércoles se estrena en España, aún más retorcida que de costumbre, la segunda de su filmografía que llega a nuestras salas después Estaba en casa, pero… (2020), gracias a la valentía del distribuidor Atalante.

Con el cine impenetrable de Schanelec sólo hay dos opciones: o lo amas o lo soportas. Ni siquiera hay lugar para el odio, porque en ella –no como en otros, como en los estafadores– hay espacio para el término medio. Y el trabajo del cineasta y artista visual alemán no es una estafa. Ni la genialidad que algunos creen que es; Sin ir más lejos, el jurado que le concedió el premio al mejor guión en el festival de Berlín, un galardón que es en sí mismo un incitador: elogio oficial al mejor guión, a la película con menos texto, historia y acciones, y con la mayor cantidad de elipses (ininteligibles) de cuantas se pueden ver hoy en día en un festival de cine. Música, su décimo largometraje, tiene una duración de una hora y 48 minutos, pero fácilmente podría durar toda la vida, según cómo se aborde. Es un desafío. Intelectual, por así decirlo. Pero que cada uno, en su soledad cinematográfica, dé un nombre a ese desafío, que otros llamarán provocación.

La historia, menos que más, gira en torno al complejo de Edipo, un crimen y un matrimonio prohibido. O algo así. Lleno de silencios eternos, de acciones desconectadas entre sí y de elipses más complicadas que complejas (que no es lo mismo) a lo largo de cuatro décadas indescifrables, Música Comienza con cinco minutos de tedio en torno a un accidente automovilístico. Pero Schanelec introduce de repente una toma inesperada y evocadora de un bebé recién nacido, envuelto en un coche por un hombre. Cielo y mar al fondo. Silencio escrupuloso. Ahí, justo en esos segundos, ante la incomprensión inicial, surge un pensamiento: la concentración, que eso es serio, y puede ser una experiencia catártica. Pero no es. Poco después, una imagen fija de un joven vendándose el tobillo durante interminables minutos (o segundos que parecen minutos, o minutos que parecen horas) nos devuelve a la pregunta: ¿y esto para qué sirve?

La han comparado con Robert Bresson y Chantal Akerman, pero ni siquiera ellos eran tan reservados. La delicadeza de un avión en un jardín; la calma libre del agua de un río; la calma de un día rodeado de naturaleza y la exquisitez de ciertos encuadres (tampoco muchos) ayudan a reconectar con la metodología de Schanelec. Sin embargo, casi de inmediato, una vez más, el aburrimiento. Habrá quien diga que valió la pena el esfuerzo. El que escribe esto, no.