Mató a un policía motorizado y un capítulo consagratorio de su historia

Mató a un policía motorizado y un capítulo consagratorio de su historia
Mató a un policía motorizado y un capítulo consagratorio de su historia

“¿Hacemos uno más?” preguntó. Santiago Motorizado ante la banda que dirige, Mató a un policía motorizadodesenvainar “Mi próximo paso”. Si ya era uno de sus temas más emocionantes, sobre todo en directo, la noche del pasado domingo abrazó la épica. La diferencia, esa vez, fue que se convirtió en una especie de metáfora sobre el deseo del quinteto. Y hizo de lo imposible su principal directriz. Los platenses volvieron a poner sus manos en la historia al consumar su primer Movistar Arena. No sólo eso: fueron los primeros artistas independientes argentinos en lograr tal hazaña. La coronaron por separado con un recital tan heroico como los guerreros que ilustran la portada de La síntesis de O’konorun disco que se convirtió en un parteaguas del rock argentino.

Sin embargo, tan pronto como los músicos subieron al escenario, en la pantalla central se podía leer súper terror, título de su más reciente álbum de estudio. Este espectáculo fue parte de las presentaciones de ese trabajo que, al menos en Argentina, arrancó en septiembre del año pasado con otro hito en la carrera del grupo: su primer Luna Park. En realidad fueron dos, que siguieron a su desembarco en Malvinas Argentina y previamente en Tecnópolis (su debut en estadios locales, en 2018). Como aquella vez, El Mató dejó claro que no le teme a la gran capacidad. De hecho, le sientan bastante bien, ya que el 14 mil personas quienes asistieron a esta nueva ceremonia de música popular contemporánea local.

La celebración, sin embargo, empezó en el preludio del recital. Una hora antes de que se reuniera esa multitud ferviente, en Dorrego y Corrientes se podía ver a los fanáticos saliendo de la estación del metro animando a la banda al grito de “Ay, vamos” El Mató. El Mató, El Mató, vamos’ El Mató”. Esto sucedió al mismo tiempo que vendedores de merchandising no oficiales mostraban camisetas con estampados inusuales (algunos de ellos ni siquiera están en el stock del grupo). Los improvisados ​​comerciantes de cerveza, mientras tanto, ayudaron a refrescar las tertulias, así como la memoria evocadora, en los alrededores de la arena. Este año lo celebran dos décadas desde el lanzamiento del primer álbum del grupo, titulado homónimo. Cuando apareció, ni siquiera los integrantes del entonces cuarteto podían imaginar un momento como el actual.

De ese repertorio inicial, la banda aún rescata el tema en sus presentaciones. “Sábado”, como demostró en esta ocasión, aunque en aquel momento la furiosa y funky “Doctora Muerte” se había convertido en una especie de éxito incipiente, mientras que el tema “Space Rock” se desdoblaba en algo parecido a un manifiesto estético en el sello de Mató. Ahora que buena parte del indie argentino nacido en la última década reveló su fragilidad al volcarse hacia el lado más banal del pop, los platenses sacaron a la luz no sólo su garra más balanceante pero también su capacidad de reinvención. Y lo hicieron además sin salir de su torre vanguardista, y sin sucumbir a los volátiles cambios de paradigma en Instagram que pretende instalar esta Argentina libertaria y tribuna.

Sí OK la actuación se centró en su presente post-punk y sofisticado, El Mató aprovechó la circunstancia para combinarla (y también contrastarla) con su suculento pasado. Como es habitual, las dos horas de recital comenzaron con “El magnetismo”, Oda impresionista convertida en una canción con ribetes minimalistas. La acompañó el techno pop progresivo. “Un segundo plan”, en el que el bajista y cantante declama angustiado: “Quiero saber a quién seguir. Todo lo que me importa ya no existe”. Comparado con su antigua normalidad, en esta encarnación de la banda El optimismo comienza a ganar espacio sobre el derrotismo propio de la juventud quimérica.. Y eso queda patente, por ejemplo, en una canción del calibre del indie diligente y emotivo. “Moderado”: “Voy a celebrar el final”, dice el coro.

Eso sucedió después de que la banda desenvainara el pop y el light. “La Noche Eterna” y la roca gruesa “El perro”. Una vez que el líder saludó a la multitud, estos invocaron el clásico “Más o menos bien”, tan pegadizo que una niña de unos 3 años, que se encontraba entre el público del campo, lo cantó junto a su padre. Fue uno de los pasajes del espectáculo en el que el tándem de violas, integrado por Gustavo Monsalvo y Manuel Sánchez Viamonte, parecían inspirados. Aunque su desempeño generalmente no baja de la calificación de impecable, a lo largo del día estuvieron sublime. Luego avanzaron a gran velocidad.Coronado”otra de sus flamantes canciones, y dejaron caer un cambio (pero no decibeles) con la épica y psicodélica “Dos galaxias”.

A continuación, Santiago Motorizado presentó el siguiente tema como la “canción lenta” del repertorio y por eso pidió al público encender las luces de sus celulares “para que se vea en Tik Tok”. Evidentemente, rompieron ese supuesto velo etéreo con un indie explosivo “Navidad en Los Santos”incluido en Reserva Navidad (2005), el primero de los EP de su notable trilogía. Regresaron al presente gracias al synth pop “Voy a disparar al aire”.y se quedaron aferrados a ese lado electrónico con el binomio “Diamante roto” y “Tantas cosas buenas”, cuyo riff de guitarra recuerda a “Everybody Wants to Rule the World” de Tears for Fears. Luego de entrar en una dialéctica con los distintos sectores del estadio, el bajista y cantante dedicó al público el siguiente tema. Era sobre “El tesoro”su emotivo (y primer) éxito para las masas.

Al final, el público los premió con la arenga onomatopéyica que reprodujo la sección china de la canción. Se pusieron alternativas “Medalla de oro”y volvió a la sensibilidad en “Excalibur”. Sí “Yoni B” mostró su consistencia en la cancha, a través de ese hipnótico krautrock donde el baterista Willy Ruiz Díaz y el teclista Agustín Spasoff tomaron protagonismo, en “Amigo de piedra” Se dieron cuenta de su capacidad de resiliencia. Fue la mejor reinvención que se escuchó de ellos, y lo mismo pasó con “Chica de oro”. Ya era el escenario del bis, por el que habían pasado las canciones. “El universo”, “Fuego” y “Ahora imagino cosas”. Cuando llegó el cierre con “Mi próximo movimiento”, El Mató, con ese estadio vehemente, firmó uno de los grandes capítulos consagradores de la música argentina.

 
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