La violencia urbana desangra a Cúcuta

La violencia urbana desangra a Cúcuta
La violencia urbana desangra a Cúcuta

Ya era de noche cuando Yudy Chacón y su novio, Rafael Pacheco, salieron de un bar en el barrio Jerónimo Uribe, en Cúcuta, en el noreste de Colombia, el pasado lunes feriado. Habían tomado algunas cervezas. El calor era insoportable. De repente se escuchó el ruido de una moto: dos hombres venían por ellos. El parrillero sacó un arma y disparó. Chacón recibió un tiro en la cabeza, Pacheco cuatro. Ambos murieron. Los sicarios huyeron y no han sido capturados. Dos horas antes, en la colonia Cúcuta 75, Wolffan Cacua estaba tomando unas copas en su casa con un amigo. De repente empezaron a pelear. El amigo sacó un cuchillo y lo apuñaló en el pecho. Cacua falleció.

Chacón, Pacheco y Cacua fueron las tres últimas muertes de un fin de semana largo y sangriento en la capital del norte de Santander. Un feriado no tan festivo: la ciudad sufrió 13 asesinatos entre el viernes 7 de junio y el lunes 10 de junio. La cantidad de tragedias, con razón, ha llamado la atención nacional. Y aunque para los cucuteños también es una noticia impactante, para muy pocos es una sorpresa. Algo similar ocurrió en los últimos días de marzo: nueve homicidios en un fin de semana. En Cúcuta la violencia se ha urbanizado y es cada vez más visible.

En una ciudad de casi 800.000 habitantes, hubo 129 asesinatos entre el 1 de enero y el 9 de junio, según datos de la Policía Metropolitana. Son 25 más que en el mismo período del año pasado, un aumento del 19%. Si se tiene en cuenta el área metropolitana, donde viven cerca de 1.200.000 habitantes, en 2023 eran 176, 19 más que en ese periodo de tiempo, un 11% más.

Situada en la porosa frontera con Venezuela, por donde cruzan cada día miles de personas y reinan economías ilícitas como el contrabando, la exportación de cocaína, el microtráfico, el lavado de dinero y la extorsión, desde hace años Cúcuta es una de las ciudades más violentas. del mundo. Sin embargo, varias fuentes aseguran a este diario que los homicidios de este año se producen de una forma nunca antes vista: en viviendas, en la vía pública, en el centro de la ciudad, en zonas que se pensaban intocables.

Dos mujeres pasan frente a graffitis que alude al ELN y su guerra por el control territorial con el Tren Aragua en las fachadas de las casas cercanas al sendero ‘La Platanera’, en Cúcuta, en marzo de 2023. Ferley Ospina

Una anarquía criminal

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“Aquí hay anarquía criminal. En Cúcuta no hay un lugar seguro”, dice Wilfredo Cañizares, director de la Fundación Progresar Norte de Santander, a través de videollamada. “Los sicarios están desbordados”, añade. La ansiedad es tan grande que la ANDI, el sindicato empresarial de Norte de Santander, publicó en mayo un comunicado junto con otros 19 sindicatos de la región, en el que expresaba “su profunda preocupación por el grave deterioro de la seguridad” en el departamento. “Queremos resaltar la gravedad de los recientes hechos de magnicidio ocurridos en Cúcuta y municipios aledaños, donde se han registrado numerosos asesinatos a plena luz del día sin que las autoridades puedan controlar la situación ni explicar la amenaza que enfrenta la población”, lee. en el documento. Según Cañizares, experto en la situación humanitaria y de seguridad en la región, casi el 90% de los homicidios ocurridos este año han sido a manos de sicarios.

El alcalde, Jorge Acevedo, recibió amenazas de muerte por parte del crimen organizado en enero. Él atribuye este aumento en los asesinatos a una disputa entre varias pandillas. Y los expertos, en parte, coinciden con él. Carlos Arturo Ramos, director administrativo de la corporación red departamental de defensores de derechos humanos, asegura por videollamada que dos de las bandas más poderosas de la ciudad, Los Porras y la binacional AK-47, le han declarado la guerra a Los Manzaneros, liderados por Jayson Omar Pabón, Pepino. Este conflicto se ha traducido en enfrentamientos en la ciudad con armas de guerra como fusiles y granadas. Es más que posible que el enfrentamiento se haya intensificado desde que el padre de Pepino fue asesinado el 16 de mayo, presuntamente por los Porra.

Pero no hay ni una sola disputa. Ramos advierte que el aumento de la violencia también puede deberse al temido Tren Aragua, el ELN, el Clan del Golfo, Los Lobos, Los Ñoños, Los Pulpos, La Línea, Los Pelusos, las disidencias de las extintas FARC, o cualquiera de las 25 organizaciones criminales de todo tipo de tamaño y poder que, según la Policía Metropolitana, operan en la ciudad. En palabras del periodista cucuteño Cristian Herrera en diálogo con este diario: “Aquí hay banditas, bandas y bandotas”. Y todos quieren una parte de las economías ilegales.

Herrera explica que durante la década de los noventa, cuando los grupos paramilitares se enfrentaron con la guerrilla, Cúcuta se acostumbró a la violencia rural. Fue recién en los últimos años que la violencia urbana comenzó a aumentar considerablemente, especialmente desde la pandemia. Es la ciudad colombiana con más masacres en los últimos cinco años: 17, según cifras oficiales. Los siguientes en esa lista son Barranquilla, Tumaco y Bogotá, con 12 cada uno; La capital y ciudad más grande del Caribe tiene poblaciones mayores que las de la ciudad fronteriza.

Una mujer deja una foto de Jaime Vásquez, líder social asesinado en Cúcuta, en un arreglo floral en el centro de la ciudad colombiana, abril de 2024. Mario Caicedo (EFE)

El factor migratorio

Según el periodista, el aumento de la violencia ha coincidido con la llegada de bandas de origen venezolano como el Tren de Aragua o los AK-47. Asegura que muchos miembros de estas organizaciones se mueven libremente de un lado a otro de la frontera, lo que dificulta la ya complicada tarea de capturarlos. Además, señala que entre los más de 200.000 venezolanos que se han asentado en la ciudad, muchos de ellos de escasos recursos económicos, varios han sido explotados por el crimen organizado. Afirma que, en una ciudad donde la tasa de trabajo informal ronda el 70%, algunos de estos inmigrantes no tienen más remedio que trabajar para las pandillas.

Cañizares, de la Fundación Progresar, se niega a culpar a la migración. Dice que el crimen organizado, arraigado en Cúcuta desde hace años, sí se aprovecha de las necesidades de estos migrantes, pero también de los jóvenes nortesantanderinos. Sin embargo, para él la violencia tiene mucho más que ver con la enorme caída del precio de la hoja de coca, debido a la sobreoferta de esa materia prima para la cocaína. Según la ONU, en 2022 un kilo de hoja valdrá hasta la mitad de lo que vale hoy.

Precisamente, Cúcuta se encuentra en un punto estratégico para todo lo que tiene que ver con el narcotráfico. Su larga frontera con Venezuela facilita el envío de drogas a través de las rutas de exportación venezolanas. Además, a unos 200 kilómetros al norte se encuentra el Catatumbo, uno de los mayores enclaves cocaleros del país, que produce el 12% de la coca de Colombia, según datos de 2022 del Ministerio de Justicia. Durante años, la violencia se concentró en esa zona, y en las zonas rurales aledañas a la capital del departamento. Pero, explica Cañizares, la crisis de la hoja llevó a sus grandes compradores, los cárteles mexicanos, a abandonar la región. En busca de otros ingresos criminales, y queriendo exportar sus mercancías a través de Venezuela, varias bandas se han trasladado a Cúcuta, donde se han unido a la guerra por el control de las economías ilegales de la ciudad.

Migrantes venezolanos cruzan la frontera entre Venezuela y Colombia por el paso Manguitos, en Cúcuta, en 2019.Manuel Hernández / Cont (Getty Images)

El crimen derrota a las instituciones

La delincuencia ha derrotado a las instituciones de la ciudad, afirman todos los entrevistados. Ramos, el defensor de derechos humanos, dice que “lo único organizado hoy en Cúcuta son las bandas criminales”: “No hay ninguna organización, ningún liderazgo por parte de las autoridades que pueda detener esto”. Yefri Torrado, abogado especializado en derecho penal y criminología, coincide. Dice que las políticas de seguridad del alcalde Acevedo, quien asumió el cargo el 1 de enero, son insuficientes, al igual que las de la administración anterior. “Parece que las autoridades cayeron en una especie de inercia en la que esperan que los delincuentes se maten entre sí hasta que no queden más”, afirma.

Torrado dice que el alcalde tiene un enfoque de control situacional, que no funciona. “Habla de instalar más cámaras, más alarmas; de más policías en la calle, de poner un batallón militar en la ciudad. Ni él ni el anterior alcalde han hablado de solucionar el problema de raíz”, afirma. Y la raíz del problema es profunda y muy difícil de resolver. Cúcuta está pegada a un país que lleva años en crisis humanitaria y es la capital de uno de los departamentos más pobres de Colombia. En ese contexto, Torrado explica que la delincuencia se ha convertido en un proyecto de vida para muchos jóvenes de la ciudad: “Hay casas lujosas que todo el mundo sabe que se compran con dinero del blanqueo. Hay comunas a las que la policía difícilmente puede llegar. La informalidad es del 70%. ¿Qué otras oportunidades tienen los jóvenes?

Para él se necesitan soluciones no sólo desde la Alcaldía y el Gobierno, sino también desde la Administración del presidente Gustavo Petro. “Parece que el Gobierno nacional no ha puesto la mira aquí”, afirma. Asegura que no hay conversaciones sobre paz urbana con las pandillas, como se está haciendo en Medellín, Buenaventura o Quibdó, y que se necesita una “solución más integral” que incorpore a todos los sectores de la sociedad.

Es una postura que comparte Cañizares. “Hay 150 asentamientos informales en esta ciudad. Hay pandillas que patrullan de noche con rifles. La mayoría de la población se dedica a la búsqueda de alimento. Esto es un cóctel”, se lamenta. Según él, la situación sólo cambiará si el gobierno nacional decide enfrentar el crimen organizado en la ciudad: “Ni el Gobierno ni el Estado han podido diseñar una estrategia seria para enfrentar el crimen. “Le han dado la espalda a Cúcuta”.

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