El tatuador que eligen en Neuquén para plasmar arte en su piel

El tatuador que eligen en Neuquén para plasmar arte en su piel
El tatuador que eligen en Neuquén para plasmar arte en su piel

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Sebastián Fariña Petersen

“Mi búsqueda había sido más una representación estética, pero fue mucho después que adquirí el mensaje, o con qué herramientas podía comunicar ciertas cosas que me hacían bien”, explica.

Su proceso como tatuadora

El tatuaje también estaba ahí, pero más allá de tatuarse un par de veces, admirar y dejar constancia en sus fotos de los trabajos que hacían algunos conocidos, no lo eligió, no le interesaba. Hasta que alguien lo vio en ella, vio que desde el diseño hasta el tatuaje había un solo trazo, vio los desbordes, las preguntas abiertas, lo que no estaba completado y entonces se propuso enseñarle. Lucía aceptó y sin imaginarlo abrió una puerta inmensa que hoy no es sólo su cotidianidad, sino una forma de sacar a la luz lo que la habita y hacerlo por los demás. O como ella dice: “Tatuaje, para mí, es una forma muy completa de expresarse. Me di cuenta un tiempo después de empezar a hacerlo. Empecé a entender lo que implica, qué gran canal es para comunicarnos y conectarnos con otras personas”. “Se establece un vínculo de permanencia, que requiere primero interpretar el deseo, traducirlo al cuerpo”, afirmó.

Empezó a tatuar naranjas y pomelos. Luego compró una piel sintética con la que practicó una y otra vez, hasta que finalmente se armó de valor y pinchó su guía: un triángulo muy pequeño con puntitos que le costó hacer. “Siempre estuve muy consciente de que ella estaba perforando pieles y ante eso: mucho respeto. Las primeras veces fue muy difícil para mí porque no quería lastimarlo. Eso me ayudó, porque fui de menos a más, gané confianza en mi tatuaje. “Fue un proceso evolutivo”, dijo.

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Después de tatuar a amigos, ex compañeros del colegio y de la universidad, familiares, gente que venía preguntando por sus tatuajes, Lucía salió de su casa y comenzó a tatuar en diferentes estudios que le abrieron las puertas y donde continuó su proceso de aprendizaje. Hasta que pudo coger experiencia, equiparse mejor, pero sobre todo encontrar confianza y fue cuando abrió Las Flores, su estudio.

Las Flores, tu estudio de tatuajes

Las Flores nace de la búsqueda y necesidad de Lucía de tener no solo una marca, sino un espacio de creación. Desde hace más de 5 años también es un lugar de aprendizaje, intercambio y participación con otras mujeres vinculadas al arte. Allí Lucía explora lo que ya es parte de su identidad, sus maneras de poner en la piel de otros lo que ella misma habita, a través de un tatuaje que retoma elementos de la botánica, lo orgánico, la geometría y la simbología. “Intento que sean piezas vivas, que puedan generar cierta dinámica en el cuerpo. Me gusta mucho trabajar con texturas, pequeños detalles dentro de piezas grandes, línea y punto, puntillismo, pequeños barridos, sombras sutiles. Me gusta jugar con esas fases más naturales, más que con las clásicas”, dice sobre su trabajo.

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Sebastián Fariña Petersen

También es el lugar donde se genera un intercambio necesario con las personas para darle forma a lo que llevarán por siempre en la piel. Hay piezas sencillas que no requieren más que un intercambio de mensajes, que se pueden ejecutar con facilidad. Algunas personas también vienen con ideas muy concretas, que tienen unas cargas simbólicas, emocionales o estéticas muy concretas. Pero hay obras complejas que requieren un encuentro cara a cara, lo que para Lucía representa una instancia fundamental, porque es a partir de la lectura de los gestos, las formas, lo que expresan, en lo que puede formar imágenes. Y en ese intercambio es precisamente donde entra en juego la imaginación, el deseo de la persona y el arte de Lucía.

poner el cuerpo

Los primeros registros de tatuajes se remontan a hace más de 5 mil años. Desde la momia de la sacerdotisa Amunet en Egipto que tenía líneas y puntos repartidos por su cuerpo, hasta Ötzi, el hombre que estuvo congelado durante 5.300 años, y que tenía 61 tatuajes en la piel hechos con un elemento punzante y carbón. En la Antigua Grecia se utilizaban para distinguir a los esclavos y en la Antigua Roma para distinguir a los desertores del ejército. Y así a lo largo de la historia. El tatuaje era parte de procesos rituales, religiosos, colectivos o formas de disciplina y control social que iban mutando. Fue a partir de mediados del siglo pasado, donde el cuerpo empezó a mirarse de otra manera, a pasar por un proceso de develamiento, con mayor grado de libertad: a asumir otros significantes, que permitían ser más subjetividad, más identidad. construido a partir de él.

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“Tatuarse es modificar tu cuerpo para siempre, hasta que ese cuerpo deja de existir. Me gusta pensar que le estás añadiendo algo. El tatuaje permite una cuestión de estética positiva. Muchas personas, especialmente mujeres, quieren modificar su cuerpo y encuentran en el tatuaje una manera de hacerlo, de darle un nuevo significado a cicatrices o marcas de alguna enfermedad; para sentirte más cómodo y seguro con alguna parte. El tatuaje es poderoso y te encanta, porque dices, me siento hermosa. Lo paso, hago esta acción y me estoy transmutando totalmente”, explica Lucía sobre lo que encuentra en Las Flores.

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Sebastián Fariña Petersen

En el pinchazo hay un grado de adrenalina, es la posibilidad de tomar una decisión perpetua. Esto genera una química corporal, un estado que da placer, lo que posiblemente lleva a muchas personas a querer tatuarse constantemente. Y aunque es algo que Lucía también disfruta, lo que más le mueve, más allá del hecho estético o artístico, es la oportunidad de ayudar a las personas a sentirse mejor, a reconocerse más fuertes frente al espejo.

Y con el mismo respeto y amor que tatúa a los demás, también se tatúa a sí misma como regalo. Elige tatuar momentos de cambio, puntos de inflexión y de alguna manera se permite mapear su propia piel, en una especie de meditación, en una intimidad del dolor. Porque en última instancia, un tatuaje es la huella de un tiempo social, una historia propia, un momento que elegimos poner en nuestra piel.

Lo permanente en un mundo efímero

La primera vez que terminó un tatuaje que la conmovió por completo fue el que se hizo en el pecho de Martín. Una mano con un ojo en el centro y un adorno cargado de otros simbolismos que la recubría de hombro a hombro, donde se permitía jugar, crear, como si ella misma habitara esa piel. Para eso tardó un par de años, fue un proceso largo, Lucía estaba aprendiendo y además no tenía las máquinas que tiene hoy. Siempre disfrutó tatuarse lo que tiene delante, lo que dice “aquí estoy”: pechos, espaldas, barrigas. Pero más, el poder de tener la libertad de crear desde su percepción, desde el significado que ella le da a las cosas, o de ser elegida por su trabajo, mínimo y subyugador de ella, con la conciencia de que Eso estará ahí para siempre.

Lucía dice que este es un momento difícil para los tatuajes, un poco por la situación económica, un poco porque hay un grado de compulsión por tatuarse cualquier cosa que está mucho más allá de la posibilidad de generar un hecho artístico, pero sobre todo por el nivel. de exigencia y ligereza que hay a la hora de mostrar lo que se hace.

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Antes la gente se enteraba que alguien se tatuaba por el boca a boca, por amigos, por un papel que colgaron en el negocio o en la parada del autobús, ahora si eso no pasa en las redes sociales simplemente no existe. . Y las redes sociales requieren de una creación de contenidos permanente. “El algoritmo es agotador, es muy perverso, porque si no le estás dando lo que pide te saca de circulación. Y es imposible que haya algún acontecimiento artístico con la inmediatez o las reglas que propone”, explica Lucía, sobre un momento que no sólo es crítico para el tatuaje, sino para el arte en general.

Si bien hay algo en todos nosotros que se mueve a tal velocidad que no nos permite ni pensar en ello, en un escenario donde lo desechable es lo que prima, el tatuaje tiene la ventaja de resistir, de aferrarse al cuerpo, a lo real. Lucía sabe que es un momento que ella también vivirá, como otros, que siempre la encontraron creando la ilusión de otro mundo posible en su trabajo. Y aunque la imposición de lo efímero la angustia, lo permanente la salva, porque el arte es su pulso, su refugio y su fe.

Puedes conocer más sobre el trabajo de Lucía en el IG @lasfloresstatt y @lvxtttnuevo

 
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