Héroe de una batalla sin fin › Cuba › Granma – .

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“En su continua e inmortal renovación”, el Che es también la imagen de la foto del pueblo: Foto: Juvenal Balan

“Si hay que morir, que sea como Sandino”, escribió Ernesto Guevara a principios de 1954. Se encontraba en Guatemala amenazado por una agresión estadounidense que pronto aplastaría el régimen progresista de ese país, experiencia que iba a ser fundamental. a él. Era entonces más joven que su fraterno compañero de la Sierra Maestra, Camilo Cienfuegos, cuando murió en 1959. Y quizás se podría decir de aquel joven médico argentino, al que sus amigos cubanos empezaron a llamar Che, lo que dijo de Camilo al dedicarle a su memoria, en 1960, el libro La guerra de guerrillas: «No lo vamos a encasillar, a encerrarlo en moldes, es decir, a matarlo. Dejémoslo así, en términos generales, sin poner límites precisos a su ideología socioeconómica, que no estaba perfectamente definida; Recalquemos, eso sí, que en esta guerra de liberación no ha habido un soldado comparable a Camilo (…) En su continua e inmortal renovación, Camilo es la imagen del pueblo.

Creo que algunos puntos de este juicio iban a seguir siendo aplicables al propio Che hasta el final de su vida. Es cierto que “su ideología socioeconómica” se fue enriqueciendo y moldeando constantemente. Pero incluso en 1964, cuando ya había hecho notables contribuciones al marxismo, el Che pudo escribir a Charles Bettelheim: “Un poco más avanzado que el caos, quizás en el primer o segundo día de la creación, tengo un mundo de ideas en colisión. ” , se cruzan y, en ocasiones, se organizan. No nos dejemos confundir por esa risueña alusión al caos, tan propia de su abundante carácter argentino. Lo que el Che proclama con esas palabras es su derecho a crecer. No temerá que algunos le tomen por rígido y otros por soñador; No tendrá miedo de discutir con nadie y, si es necesario, consigo mismo; no tendrá miedo de rectificar. Su pensamiento permaneció abierto, en perpetuo desarrollo. Por lo tanto, “no lo vamos a encasillar, a encerrarlo en moldes, es decir, matarlo”. Recordemos, sin embargo, que “en su continua e inmortal renovación” el Che es también imagen del pueblo.

Porque se sabía imagen del pueblo, ante una de las tantas situaciones difíciles que enfrentó, había exclamado, como ya recordaba: “si hay que morir, que sea como Sandino”. Dos años después de aquellas palabras, en 1956, al embarcarse hacia Cuba “con la frente llena/ de estrellas insurreccionales marcianas”, añadió en México, en su Canto a Fidel:

Y si el hierro se interpone en nuestro camino, / pedimos un sudario de lágrimas cubanas / para que los huesos guerrilleros queden cubiertos / en la transición a la historia americana. / Nada más. (…)

Glosando el verso vallejiano, su cadáver está lleno de mundo. En la luz radiante que brota de él, en vísperas de su nacimiento, recordemos la fuerza moral entusiasta que recibimos del Che. Y lo que digo no es en absoluto una vaga generalidad. En 1965 Luis Franco publicó en Argentina un libro sobre la Revolución Cubana que tituló

Spartacus en Cuba, y dedicada al Che. Es notorio que el Che tomó partido por las masas oprimidas no sólo de nuestra América sino del mundo entero, por los movimientos de liberación, por las luchas sociales. En consecuencia, dada la época en la que vivió, abrazó ardientemente el antiimperialismo y asumió las posiciones de izquierda más radicales, sin preocuparse por las etiquetas.

Vivía necesitado de conocimiento, pero de espaldas a todo vano torneo intelectual. No le preocupaba estar al día: lo que le preocupaba era ofrecer el caudal de sus conocimientos al mediodía de la justicia. Y la justicia exigía que se conectara con los humillados y ofendidos, que se uniera a los pobres de la tierra. En otras condiciones, habría luchado entre los esclavos que lucharon junto a Espartaco; habría sido uno de los seguidores del hijo del carpintero que desafió al Imperio Romano, de los campesinos agrupados en torno a Thomas Münzer; en Tenochtitlán, en el indómito Arauco o en muchos lugares de África y Asia habría luchado contra los bárbaros invasores provenientes de Europa; habría sido un fiero cimarrón en América y un vehemente jacobino en Francia; Túpac Amaru, Túpac Katari, Louverture, Bolívar, Hidalgo, Artigas habrían contado con él para las hazañas más arriesgadas; Habría estado con Moreno en los días duros de gobierno, y habría cruzado los Andes con San Martín; en Ayacucho se llamaría Sucre; Habría sido compañero de Garibaldi en Italia y plebeyo en París; habría estado en la guerra de Martí, invadiendo la Isla como Gómez y Maceo (esto es lo que iban a hacer él y Camilo en 1958); Habría luchado contra los yanquis en Filipinas, cabalgado entre los hombres de Zapata, cruzado Brasil como Caballero de la Esperanza, sucumbido junto a los crucificados Carlomagno Peralte, Mella, Farabundo, Sandino y Guiteras; como John Reed, con palabras de fuego habría transmitido los grandes días rusos de 1917 que sacudieron al mundo; en China lo habrían visto en la Gran Marcha; Se habría unido, hace siete décadas, a las Brigadas Internacionales en defensa de la República Española; Hoy habría estado junto a Chávez en la Venezuela Bolivariana, junto a Evo, quien lo evocó con emoción al asumir la presidencia de la nueva Bolivia que el Che pagó con su sangre. No proclaman nada más sobre su biografía, que aunque parezca imaginaria, es sin embargo enteramente cierta, su interminable batalla entre los condenados de la Tierra.

 
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