Aunque la Alemania nazi aprovechó los Juegos de la XI Olimpiada como escaparate para lavar su verdadera cara, y puso en marcha una fantástica puesta en escena, con el estreno televisivo, y el primer encendido del pebetero, tras el relevo de la antorcha -de la sagrada griega- ciudad de Olimpia a la sede- no pudo evitar que un hombre negro fuera el rey del gran evento deportivo.
Jesse Owens ganó los cien metros, los 200, el relevo 4×100 metros y el salto de longitud. La morocha de Oakville, en Alabama, Estados Unidos, fue durante muchos años foco de gran polémica, pues se dijo que Adolf Hitler no quiso saludar bajo los cinco aros al mejor deportista de la edición alemana.
Lo cierto es que el Fürer, aunque no lo saludó, no fue por su política de superioridad aria, sino porque el Comité Olímpico Internacional así lo requería, ya que solo felicitó a los atletas alemanes. Le advirtieron que o lo hacía con todos o con ninguno.
Lo cierto es que Owens, según sus memorias, no fue invitado por su presidente, Franklin Delano Roosevelt, a las celebraciones en la Casa Blanca ni le enviaron felicitaciones.
También es cierto que Hitler no quería los Juegos para Alemania, ya que la inversión afectaría a sus planes de remilitarización. Pero más allá de esa proyección, y aunque la sede le fue concedida a Berlín en 1931, antes de convertirse en Canciller en 1933, lo que está claro es que nada tuvo que ver con el espíritu de fraternidad. olímpico
Incluso el periódico oficial del partido nazi, el Völkischer Beobachter, pidió repetidamente su cancelación y sustitución por un evento típicamente alemán: un gran festival gimnástico (Turnfest).
Hitler cambió de opinión, porque su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, le hizo ver que los Juegos podían ser una oportunidad inmejorable para mostrar al mundo las virtudes de la nueva Alemania. También enfatizó que la entrada de divisas sería beneficiosa para la economía.
Varios países europeos y Estados Unidos forjaron un boicot, pero fracasó cuando Roosevelt envió al presidente del Comité Olímpico Americano, Avery Brundage, a la capital alemana para evaluar la situación sobre el terreno. A su regreso dijo que los deportistas judíos estaban recibiendo un trato justo, que si no había más era porque no alcanzaban el nivel requerido.
Sin embargo, la realidad fue otra. De una veintena de atletas judíos de la delegación alemana, sólo participó una, la esgrimista Helene Mayer, finalmente ganadora de la medalla de plata. El resto fueron expulsados, incluida una de sus mejores atletas y plusmarquista nacional de salto de altura, Gretel Bergmann. ¿Por qué Meyer sí? Su origen, era sólo mitad judía, y su apariencia: alta, rubia y de ojos azules. Era la perfecta modelo judía, informó la revista Historia y Vida, en La Vanguardia.
En agosto de 1936, el régimen nazi intentó camuflar sus violentas políticas racistas. La mayoría de los carteles antisemitas fueron eliminados temporalmente y los periódicos suavizaron su dura retórica para presentar una imagen falsa de una Alemania pacífica y tolerante.
Pero el maquillaje desapareció dos semanas antes de la inauguración, con la detención de unos 800 gitanos en el campo de Marzahn. Dos días después del cierre, el capitán de la Wehrmacht y director de la villa olímpica, Wolfgang Fürstner, se pegó un tiro cuando fue informado de su baja del Ejército por su ascendencia judía; y dos meses después se abrió un nuevo campo de concentración, Sachsenhausen, a pocos kilómetros de la ciudad.
Alemania invadió Polonia el día 1. Septiembre de 1939. Tres años antes de los Juegos Olímpicos, el “hospitalario” y “pacífico” anfitrión de los Juegos desató la Segunda Guerra Mundial, que causó una destrucción incalculable y truncó ocho años de olimpismo. Las versiones de 1940 y 1944 fueron canceladas debido al odio nazi hacia la humanidad.
