La intensa migración, la apertura de restaurantes de todo tipo y oferta gastronómica -desde la comida india hasta la cocina fusión que ofrece un majao-, la imparable apertura de innumerables patios de comidas -todos iguales y comunes-, la estandarización de las tiendas globales de servicios de alimentación, cadenas y marcas; La epidemia de comida rápida y la casi estandarización de las microciudades, extendidas por todos los anillos, sin identidad ni diferenciación, están borrando lo diferente. Lo que es único. Todas las ofertas urbanas presentan los mismos colores, los mismos ambientes e, incluso, los mismos biotipos de personas detrás de los mostradores.
Hemos entrado en la era de la urbanización. Una especie de urbanización con la suma de lo banal. El término fue acuñado por el geógrafo Francesc Muñoz, quien afirma que las grandes capitales europeas presentan paisajes comunes, lugares globales que han dado lugar a una especie de réplicas paisajísticas en cada ciudad, debido a la globalización y la banalidad. Todos estarían abrazando este fenómeno, donde todo parece igual y nada debería o debería estar “fuera de lugar”.
La urbanización, para este geógrafo, es un fenómeno que también explicaría por qué existe esa tendencia de los centros de las principales ciudades europeas a mezclarse. Suena extraño y difícil de aceptar. Cualquiera diría que no es lo mismo pasear por la Rambla de Barcelona, pasear por la Puerta de Alcalá de Madrid o pedalear por el centro de Londres. Sí es cierto. Pero en cada esquina, plaza o centro comercial encontraremos exactamente lo mismo. La misma comida rápida, las mismas marcas de café, las mismas tiendas y los mismos biotipos de personas al servicio de toda esa marea de turistas y locales. Todos iguales.
Esta es la tesis de Muñoz, que sostiene que es importante reconocer que las ciudades se desarrollan como elementos diferenciadores de sus territorios, donde su propia historia y sus habitantes definen -como diría Baudelaire- palimpsestos únicos e identificables, pero que actualmente, la fuerte e inevitable crisis económica y la dinámica social hace que todos los paisajes urbanos sean clonados y dejen de ser únicos.
Santa Cruz de la Sierra está en esa búsqueda de identidad o rescate cultural. O ambos. Indudablemente; pero no escapa a esta urbanización. Y es, quizás, la ciudad que con mayor vértigo se ha lanzado a esta repetición de lugares, lugares y ofertas culinarias con los mismos servicios y productos. Una especie de “gastrificación”, donde todos comen lo mismo, en cualquier restaurante, patio de comidas o bulevar.
Las marcas, nacionales e internacionales, sólo hacen su trabajo y de forma muy eficiente. Son ajenos a las particularidades culturales de la arquitectura o del espacio público, e imponen su propio universo con estéticas e identidades seriales, ignorando y distorsionando el paisaje urbano histórico. Es la factura de la modernidad y del crecimiento económico imparable.
El espacio público se ha transformado en un escenario de consumo y ocio, adaptándose a estas formas homogeneizadas y estandarizadas que pretenden satisfacer nuevas demandas, tanto del turismo interno como externo, pero de la misma manera y forma.
Desde un capitalismo, que promete siempre capacidad de elección y diversidad constante de productos y servicios, al final estamos condenados a la unificación y homogeneización de todo y para todos.
