Mayra cumple 21 años

Tuve muchos años de ejercicio jugando a las muñecas. Me encantó. Clasificar la ropa, abrigarla para salir a caminar. Cochecitos con tul blanco impecable a veces y con el paso de los días empezaban a ponerse grises, no importaba. Tampoco se ensuciaron ellas, Sabrina, Pepona o como se llamen ese día. Podía olvidarlos porque era hora de tomar leche o porque era hora de la “Familia Ingalls” y nadie podía interrumpir ese momento (solo los insoportables anuncios).

Solemos cometer el error de considerar que todos somos iguales y responderemos de la misma manera ante un hecho. O que las convenciones sociales serán tan fuertes que siempre caeremos a sus pies. Por suerte este no es el caso, pero no deja de tener un coste.

Mayra llegó a nuestras vidas con deseos de que así fuera. Adultos y con apoyo emocional y económico para brindarle lo que pueda necesitar.

No importa cuánto estudié ni cuánta experiencia tuve con niños. Sentir que mi cuerpo cambiaba era muy extraño. Fue tan maravilloso como incómodo. No me sentía yo, ya era otra persona y eso me angustiaba. Pasó de largo mientras sus pequeñas patadas confirmaban su presencia. Me encontré acariciando mi vientre, abstraída. Cantando diferentes canciones y hablando con él de lo que íbamos a hacer ese día.

Cuando llegaron los regalos de ropa, los lavé y guardé. Mi pequeña niña se rió. De nuevo imaginando, jugando, armando escenarios.

Todo estaba listo. La habitación con mucha luz natural, pintada de un verde manzana claro, muebles bonitos, algún que otro peluche y ansiedad por todos lados.

41 semanas de gestación. Dijeron los médicos. Cesárea programada. Pocas veces he sentido tanto dolor. Mayra nació la noche del 1 de mayo.

Muchas madres que merecían mi respeto me dijeron que cuando la veía todo mi malestar desaparecía por completo.

¿Cómo puedo explicar el sentimiento de angustia al darme cuenta que cuando Mayra necesitaba que la alimentara o la cambiara no podía moverme del dolor? ¿Era una mala madre? ¿Tanto estudio y trabajo habían adormecido o matado mis instintos?

Mayra era y es hermosa y goza de buena salud. Casi siempre fue una persona emocionalmente estable. Excepto en aquellos primeros días, por supuesto.

Tenía mucho miedo, ansiedad. No sabía cómo organizar mi vida y la sensación de caos me frustraba. Sentí que no iba a poder. Que nunca podría ser una buena madre y que mi vida profesional y personal estaban muertas.

Con el periódico del lunes todo parece diferente. Las hormonas estaban furiosas. Mi cuerpo era diferente. De repente tuve que llamar para pedirle una cita y le tuve que decir “soy la mamá de Mayra” ya no era yo, así sin más. Mi identidad cambió con ella.

Mientras crecía y dormía, este último punto es importante. Todo estaba encajando.

Abrazo esos momentos de angustia. De dolor. Me permitieron enfrentarme cara a cara con todas las realidades de la maternidad.

Ser madre no es un juego. ¡Pero cómo hacerlo de niña me ayudó a ser la madre que soy hoy!

Ser madre para mí es no saber a qué vas a jugar cada día. Es ser juguete y director de orquesta en cada momento.

Hoy ella y yo somos amigos, cómplices. Madre e hija. Alineados en emociones y proyectos. Enlazados en ritmos que fluyen y sólo se pueden disfrutar. Ella y yo cumplimos un vínculo de mayoría de edad. Sabemos jugar y jugamos porque queremos.

Estuvieron muchos años juntos con muñecos, peluches, carritos, hojas de dibujo, rotuladores, masa. Historias, muchas. Invenciones de espacios y personajes que cambiamos o dejamos.

Cuando tenía 6 años escribimos juntas “Pinina, la bruja desobediente”. Hoy ella también escribe.

Mi maternidad con Mayra no es perfecta. Ella es honesta. Ella es humana. Ella es maravillosa. Como ella.

*psicopedagogo

Autor del libro Mi entorno y yo.

Presidente de la Fundación Ser

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