30 AÑOS DE MARCHAS REACCIONARIAS EN COLOMBIA – .

30 AÑOS DE MARCHAS REACCIONARIAS EN COLOMBIA – .
30 AÑOS DE MARCHAS REACCIONARIAS EN COLOMBIA – .

La marcha del pasado domingo 21 de abril contra el gobierno de Gustavo Petro demuestra la incuestionable capacidad de movilización de la derecha colombiana; sin embargo, más que el principio del fin del gobierno, es la puesta en escena de una recurrente estrategia política de posicionamiento. de pensamiento conservador que no tiene precedentes en el contexto latinoamericano. A continuación, en unas líneas intentaré realizar un breve recuento de la ya extensa tradición de marchas reaccionarias en Colombia en los últimos 30 años que, al detectar momentos estratégicos muy precisos de conciencia y miedo, logran posicionar una posición muy estructurada. agenda frente al poder.

El primer precedente lo encontramos en las marchas contra el secuestro de 1996, desatadas en medio del caótico y corrupto gobierno de Samper, por la influencia de los narcotraficantes en su campaña presidencial. Luego del derribo de los carteles de Cali y Medellín, en medio de un enorme crecimiento militar en la guerra de posiciones de las FARC, la sociedad buscó (y pronto encontró) al “nuevo peor enemigo del país”.

En ese momento Francisco Santos se había convertido en el sobreviviente más famoso de Pablo Escobar, imponiendo una agenda contra la violencia guerrillera, que prestaba poca atención al enorme drama que los paramilitares estaban generando entre campesinos, indígenas, afros y defensores de derechos humanos. . La Marcha Contra el Secuestro de 1996, si bien contó con la participación de diversos movimientos sociales y organizaciones de derechos humanos que claramente protestaron contra esta práctica atroz, contó con miles de participantes que ignoraron explícitamente la consolidación de grupos paramilitares en Córdoba y Urabá, la formación de las Convivir. , el desplazamiento forzado en Urabá o la masacre de Patiño (en Aguachica).

El detonante de esta movilización fue esencialmente la toma de Las Delicias por parte de las FARC, donde el secuestro de 60 soldados dio lugar a una guerra de posiciones y al reclamo de la guerrilla de considerar injustificadamente a sus cautivos como “prisioneros de guerra”. Así, el país pasó, sin que los paramilitares permanecieran impasibles, de Pablo Escobar al Mono Jojoy como referentes de la perdición nacional.

Las FARC, en aquellos años, a través de múltiples crímenes que hoy han sido reconocidos en la Jurisdicción Especial para la Paz, facilitaron el envalentonamiento de una derecha dormida desde los tiempos de Laureano Gómez, facilitando la transfiguración de narcotraficantes en paramilitares al servicio de una sociedad fundamentalmente élite temerosa y a menudo cómplice. Todo ocurrió mientras Romaña se “estacionaba” en una berma con un escritorio y una computadora en mano con el propósito de identificar y secuestrar personas en la vía a Villavicencio.

El papel de Francisco Santos en las marchas de derecha de los años 90, y su supuesta participación en el intento de instalar permanentemente un grupo paramilitar en Bogotá, inquieta sobre todo por su patológica hipocresía. Santos, de hecho, fue uno de los firmantes del Mandato Ciudadano por la Paz de 1997, donde la sociedad civil determinó en las urnas la necesidad de una solución política a la guerra y el cumplimiento del Derecho Internacional Humanitario por parte de todos los actores de la guerra. Este clamor que se estaba generalizando en las calles fue recogido y utilizado en campaña por Andrés Pastrana quien, tomándose una foto con el reloj de Tirofijo, logró derrotar a Horacio Serpa que lo había derrotado por poco en primera vuelta en las elecciones de mayo. 1997.

La llegada de Pastrana y la instalación del Proceso de Paz del Caguán generaron la ruptura total de las marchas por la paz. Francisco Santos, abandonando el liderazgo de la Fundación País Libre y ayudando fervientemente a consolidar ¡No Más!, puso su capital político en confrontación directa con las conversaciones de paz del Caguán. Esta nueva movilización, aunque retóricamente lanzada contra los violentos, marchaba explícitamente contra los guerrilleros que habían iniciado el diálogo con el gobierno. Los medios de comunicación gritaron contra la entrega de un gran territorio del país a cambio de nada; Las FARC, por su parte, minaron su poder militar con innecesarias escenificaciones militares que horrorizaron a una sociedad urbana que, aunque había oído, en realidad no había visto a un guerrillero.

El secuestro masivo de la Iglesia de María por parte del ELN en la zona más aristocrática de Cali fue el polvorín de una nueva marcha, la del “no más”, en 1999. Esta movilización se planteó fundamentalmente como un golpe de opinión contra conversaciones de paz con las FARC que, al no haber aceptado un alto el fuego fuera de la llamada “zona de distensión”, fueron mostradas insidiosamente como una entrega de poder a la guerrilla. Aguzados por unos medios de comunicación cada vez más opuestos al proceso, los manifestantes volvieron a salir con camisas blancas pidiendo “no más” acuerdo de paz y silenciando muy conscientemente las muertes con motosierra que ya se habían generalizado en el país. Tal como ocurrió en 1996, en 1999 asistimos a una marcha masiva cada vez más centrada en contra de una guerrilla visiblemente criminal y criminalizada.

El fracaso del proceso de paz y el lanzamiento de una campaña contra la pantomima de negociación política con la guerrilla entregaron el poder al fundador de las Convivir. Viviendo el éxtasis de viajar en un tanque, sin aspavientos el país reeligió a Uribe Vélez a pesar de haber torcido la constitución.

Siendo el éxito militar una gran mentira, como lo demuestran los más de seis mil “falsos positivos”, fue necesario un nuevo ritual para convencer a los incrédulos de la necesidad de un tercer mandato. Fue de esta manera que el establishment lanzó una nueva marcha el 4 de febrero de 2008. La consigna aquí no era una generalización como el “no al secuestro” de 1996, o el “no más” de 1999, sino que se lanzó directamente contra El enemigo público: No más FARC.

Con el apoyo de medios incondicionales y profesionales en la generación de opinión pública, la marcha contra las FARC sacó a relucir las entrañas de una Colombia conservadora que se alimentaba de sectores liberales y centristas que, como hoy, sirven a un proyecto meticulosamente organizado desde la extrema. En esta marcha contra las FARC no hubo lugar para otro tipo de denuncias, y todas aquellas personas que se atrevieron a decir no más falsos positivos, no más masacres y no más paramilitarismo fueron expulsadas de ella a garrote aunque estuvieran de acuerdo con la Necesidad de “no más FARC”. .

La afortunada traición de Juan Manuel Santos a esa derecha profunda que marchó en 2008, si bien propuso un nuevo escenario para el país, no detuvo la conciencia del dominio de la calle por parte de las fuerzas reaccionarias. Por el contrario, marcó su descentralización y diversificación. Al finalizar su mandato como Fiscal General de la Nación, el lefevrista (es decir, un católico que reza en latín) Alejandro Ordóñez, con el apoyo de Uribe, sacó a las calles un grupo de oraciones argumentando que las cartillas de educación sexual inclusiva se eran una afrenta a la moral pública. Esta consigna medieval, lejos de ser el canto aislado de un grupo de santos provida, encontró un hueco en las noticias falsas que luego ayudaron a la victoria del “No” en la consulta sobre el Acuerdo de Paz negociado con las FARC en La Habana.

Durante el gobierno de Juan Manuel Santos la calle volvió a arder con fervor conservador. “Bala es lo que viene, bala es lo que hay”, gritaba desgarrador un anciano vestido con remera blanca y una bandera tricolor pintada en sus mejillas. El estilo de protesta era el mismo, y ya muy probado, y el lema no podía ser otro que “no más santos”. Las FARC-Santos triunfaron sobre Chucky en la elección del apodo que merecía aquel político que había sabido utilizar a Uribe para llegar al poder y crear su propia agenda. No More Saints fue un verdadero canto de exorcismo que solo logró apagarse con la llegada de Petro y que aún resuena.

Abro paréntesis. Y si nos preguntamos qué le pudo haber pasado al otro Santos (con Francisco): cómo no recordar su propuesta de dar descargas eléctricas a los estudiantes que marcharon contra la Ley 30 en 2011, movimiento que -recordemos- se convirtió en el antecedente directo del gran paro nacional de 2020 y 2021. Así, todos podríamos imaginar al ex activista antisecuestros ahora armado con una Taser electrocutando a encapuchados. Cierro paréntesis.

Como era de esperarse en la marcha “no más Santos”, las camisas blancas, las banderas compradas por metros y lanzadas a lo largo de cuadras de blancos y los furiosos sombreros de iraca, fueron arrojados nuevamente a las calles después del plebiscito. Argumentaron que les “robaron” el voto y que lo mejor era volver a la guerra con la guerrilla. Pero salieron más irritados por el Premio Nobel de Santos que por los monstruosidades que surgieron de la Comisión de la Verdad.

Luego llegaría Duque y la movilización conservadora entró en un “cuatro años sabáticos”, pero no quedó en estado de hibernación, porque en 2021 vieron cómo se realizaba un levantamiento social y hasta aprendían cánticos antifascistas como el de Bela. Hola. Los dealers conservadores de hoy, de hecho, no se sonrojan cuando cantan este clásico de la guerrilla italiana, tal vez pensando que es sólo la banda sonora de La casa de papel.

Hay que decir para concluir que las marchas conservadoras sacaron a la opinión pública de los gráficos e histogramas, poniéndola directamente en las calles. De manera inédita, no hay casos similares en la región latinoamericana más allá de las manifestaciones provida contra los derechos de las mujeres (en Brasil, Chile y Argentina). La élite colombiana, hasta ahora en el poder, entendió desde los años 90 que era necesario construir mayorías electorales en las calles. Dicho esto, ya entendemos que el “no más Petro” de hoy, si bien constituye una frase prefabricada, no debe subestimarse. El cambio de complemento (gramaticalmente hablando) seguirá siendo la fórmula exitosa de un poder conservador que recurre inusualmente a los gritos y los golpes. Estamos hablando de una cultura política forjada y aprendida a lo largo de tres décadas.

 
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