Los ciudadanos somos más víctimas que culpables – .

Los ciudadanos somos más víctimas que culpables – .
Los ciudadanos somos más víctimas que culpables – .
holli/shutterstock

Víctor Resco de Dios, Universidad de Lérida

Las actividades humanas han provocado una grave crisis ambiental y, aunque la geología oficial no la reconoce como una nueva era, algunos consideran que hemos entrado en el Antropoceno, un nuevo período caracterizado por la omnipresente huella humana.

Pero cuando hablamos de “huella humana”, ¿a qué nos referimos? Es decir, ¿qué actividades exactamente han creado esta crisis? Nos han dicho una y otra vez que nuestro estilo de vida, el de los ciudadanos corrientes, es insostenible y que somos los culpables del cambio climático. Pero la repetición de un mantra no transforma una historia en realidad.

Este es uno de los muchos falsos dogmas ecológicos que se han instalado en el imaginario colectivo y que en realidad agravan la crisis ambiental.

Como explico en el libro. ecomitas (Plataforma Actual, 2024), la idea de que los ciudadanos de a pie son los responsables del cambio climático es, precisamente, el peor de todos los engaños medioambientales. ¿Cómo surgió esta idea y por qué retrasa la respuesta efectiva a la crisis ambiental?

Desigualdad en las emisiones

Una consecuencia del compromiso de responsabilidad individual es que la superpoblación es la base de todos los problemas ambientales. Si el problema son los ciudadanos comunes y corrientes, la gravedad del problema lógicamente aumenta con el número de habitantes.

Esta idea ha sido ampliamente difundida por diferentes entidades medioambientales, estudios publicados en la literatura científica e incluso personas muy conocidas y queridas, como David Attenborough o Jane Goodall.

Como resultado, estas entidades ambientalistas han recibido fondos para llevar a cabo programas de control de la natalidad en países del sur global que en ocasiones incluyen la esterilización. Estos programas han sido financiados por grandes corporaciones y algunos gobiernos.

Los datos, sin embargo, pintan una realidad muy distinta: el 10% de la población, los más ricos, son responsables del 50% de las emisiones. Por el contrario, el 50% más humilde de la población apenas emite el 10% del total.

El problema, por tanto, no es que seamos demasiados, sino que una élite minoritaria está consumiendo una cantidad absolutamente desproporcionada de recursos (y financiando a las ONG para perpetuar la historia).

Las acciones individuales son insuficientes

Acabamos de describir los dos extremos: el del 10% más rico y el del 50% más pobre. Seguramente, la mayoría de lectores de este artículo se ubicarán en el 40% medio. Los datos revelan una vez más cómo, incluso si hacemos grandes sacrificios a nivel personal para reducir nuestra huella ambiental, no podremos hacer la transición a una forma de vida sostenible.

Investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts norteamericano cuantificaron la huella de carbono de una persona sin hogar en Estados Unidos: es de 8,5 toneladas de CO₂ al año, lo que supera la media de un ciudadano español (5,7 toneladas al año) o de cualquier país latinoamericano. (oscilando entre 0,9 toneladas por año en Honduras y 4,9 en Chile).

Por lo tanto, un ciudadano estadounidense siempre emitirá más que un ciudadano promedio en estos países, independientemente de sus acciones individuales. Esto nos indica la importancia del contexto socioeconómico en el que vivimos, que determinará nuestra huella de carbono.

La trampa de la huella de carbono

La tendencia a culpar a los ciudadanos por la crisis medioambiental viene de lejos. En el pasado reciente, el momento más importante seguramente fue la campaña publicitaria desarrollada por la petrolera BP en 2004.

La empresa abrió sus comerciales con un concepto que, en ese momento, nadie conocía: “¿Conoces tu huella de carbono?” El anuncio proporcionaba la dirección web de la primera calculadora de huella de carbono, para que pudiéramos calcular cuánto CO₂ emitimos a nivel individual. Es decir, cuál es nuestra contribución individual al cambio climático.

Y fue entonces cuando, mágicamente, la responsabilidad por el cambio climático dejó de ser responsabilidad de las grandes corporaciones y pasó a ser responsabilidad de los ciudadanos. Las emisiones indiscriminadas de gases de efecto invernadero ya no son el resultado de la quema de combustibles fósiles o de la actividad de las empresas petroleras, sino de nuestra vida cotidiana.

La “gran coalición”

Otra consecuencia de la huella de carbono ha sido el desarrollo de los mercados de carbono: las empresas pagan una tarifa por el CO₂ que emiten y trasladan ese precio al consumidor. Además, se les permite “compensar” sus emisiones de CO₂ mediante plantaciones de árboles.

El origen de estos mercados se puede encontrar en la famosa cumbre climática de Kioto en 1997, donde Estados Unidos presionó a la Unión Europea para que aceptara este sistema. En Kioto también se estableció una coalición entre petroleras y distintas entidades medioambientales, que se unieron a EE.UU. para forzar la aceptación por parte de la UE.

Los datos nos dicen que este mercado ha generado ingresos extra para las empresas energéticas europeas de alrededor de 7.000 millones de euros al año como consecuencia del aumento del precio de sus productos. La disminución de las emisiones, sin embargo, ha sido anecdótica.

Algunas entidades medioambientales han desarrollado programas para promover la plantación de mil millones de árboles, en colaboración con el Foro de Davos. Es decir, muchas ONG “conservacionistas” reciben millones de dólares en donaciones de grandes magnates empresariales para que se realicen plantaciones de árboles en su nombre. Lamentablemente, la ciencia nos ha demostrado, una y otra vez, que estas plantaciones no compensan las emisiones: la única opción es olvidarse de las lavado verde y dejar de transmitir.

La coalición que las multinacionales contaminantes han establecido con las grandes entidades medioambientales ha creado un relato que, como explico en ecomitas, impide una acción climática eficaz al culpar al ciudadano de un problema que no creó. Y todo esto ocurre en connivencia con el legislador, que es quien realmente tiene el poder de abordar el problema.

Por eso la acción ciudadana, donde puede ser más efectiva, es presionando al legislador para que tome medidas pensando en el bien común, e ignorando la presión de estos lobbies.

Los ciudadanos comunes y corrientes son, en muchos casos, más víctimas que culpables. Recordemos, por ejemplo, las personas que fallecieron por el aumento de las olas de calor. O aquellos que viven cerca del mar y, en las próximas décadas, pueden quedarse sin hogar.

Víctor Resco de Dios, Catedrático de ingeniería forestal y cambio global, Universidad de Lérida

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

 
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