En las universidades, la inteligencia irlandesa supera la vivacidad criolla

En las universidades, la inteligencia irlandesa supera la vivacidad criolla
En las universidades, la inteligencia irlandesa supera la vivacidad criolla

“Irlanda demuestra que las limitaciones no son económicas, sino mentales y políticas… los irlandeses se miraron al espejo y se dieron cuenta de lo obvio: su país se estaba quedando atrás no por una conspiración del resto, o porque el pasado fuera sagrado, no porque las importaciones desplazaron sus productos locales, no porque hubiera falta de capital o de inversión u oportunidades de exportación, sino simplemente porque ellos mismos eran inertes… Una vez que ellos (los irlandeses) estuvieron dispuestos a enfrentar sus deficiencias y organizarse para aprovechar su potencial, se abrieron mágicamente oportunidades económicas. arriba.”

Luis Rubio, académico mexicano, en La Reforma, México, 27 de marzo de 2005, citado por Andrés Oppenheimer en “Cuentos chinos” (2005)

Una de las historias literarias más curiosas de Argentina puede ser la de la primera traducción de “Ulises” del irlandés James Joyce al español. Un periodista brasileño publicó en 1977 dichos de Borges sobre el tema: “Creo que el mundo prestó demasiada atención al ‘Ulises’ de Joyce. Aquí en Argentina fue una locura. Recuerdo que por los años 40 querían hacer una traducción de ‘Ulises’. Salas Subirats tradujo el libro antes y puso fin a ese calvario de interminables reuniones –explicó Borges, riendo–. No logré leer el libro completo de Joyce, ni tampoco la pésima traducción de Salas Subirats, pero todos aplaudieron esa tontería. .” ¿Qué ha pasado? Borges y un grupo de intelectuales se reunían semanalmente para intentar traducir un libro publicado en 1922 que fue popular en los años 40, al menos en los círculos más cultos. Fracasaron una y otra vez y un buen día de 1945 el editor Santiago Rueda sacó a la venta unos 2.500 ejemplares con traducción de un tal J. Salas Subirats, personaje de segunda categoría en el mundo intelectual porteño. ¿Quien era él? Hijo de inmigrantes que había terminado la escuela primaria a los 23 años y vendía seguros para ganarse la vida. Sabía poco inglés y había estudiado para poder afrontar su tarea. Una rareza argentina más, sobre todo porque esta traducción sigue circulando y algunos escritores, como Juan José Saer, consideran que tiene una prosa extraordinaria, a pesar de Borges.

Con el tiempo, Ulises se convirtió en uno de los libros menos leídos y más influyentes del siglo XX. Joyce introduce, junto con otros escritores como Virginia Woolf y William Faulkner, lo que se ha conocido como la corriente de la conciencia. Es decir, la novela contemporánea recoge el pensamiento de los personajes como relato de la historia que se cuenta. Mientras que antes escribías “Pensamiento de fulano de tal” y luego decías lo que había planeado, ahora el texto en sí era ese pensamiento. Otra forma, en la época de Sigmund Freud, de investigar la mente humana. Joyce lo lleva al extremo en un libro de difícil lectura, casi imposible por momentos aunque apasionante, y cuenta las aventuras del señor Bloom a lo largo de un día siguiendo sus pensamientos y su futuro por las calles y bares de Dublín. . Hasta el más mínimo detalle de la vida y obra del enigmático Salas Subirats se conoce gracias a un delicioso y notable libro de Lucas Petersen, “El traductor de Ulises. Salas Subirats. La historia desconocida del argentino que tradujo la obra maestra de Joyce” (2016).

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La situación es verdaderamente sugerente porque pone de manifiesto que un traductor desconocido e inadecuado dio a conocer en el mundo hispánico una obra muy influyente, que marcaría la literatura desde su aparición. Algo que Borges, otro de los escritores imprescindibles del último siglo, no había conseguido pese a su pasión por la literatura inglesa. Desde la aparición de “Ulises” Borges escribió sobre el libro y siguió la trayectoria de su autor. Esta sugerente relación literaria muestra uno de los múltiples contactos entre Irlanda y Argentina, donde reside una de las mayores comunidades de descendientes de irlandeses fuera de su país.

Hace unos días, el presidente Javier Milei dijo: “No me voy a conformar con ser como Alemania, quiero ser como Irlanda. Quiero una revolución liberal profunda”. Puso el foco en ese país, que en los últimos años ha tenido una historia de revolución liberal. Un buen punto de partida para conocerlo puede ser el libro de Andrés Oppenheimer “Cuentos chinos. El engaño de Washington, la mentira populista y la esperanza de América Latina” (2005). Siguiendo su método de investigación, viajó a Dublín y escribió el capítulo “El milagro irlandés”. Visitó diversos lugares entrevistando a personalidades para desentrañar qué había sucedido para que en doce años pasara de ser uno de los países europeos más pobres a uno de los más ricos. Eligió Irlanda porque la consideraba uno de los países europeos más “latinoamericanos”. Tenía un 18% de desempleo, un 22% de inflación, una alta pobreza y una gran deuda pública. Lo que se recaudaba en impuestos se destinaba al pago de deuda y no había dinero para programas de desarrollo.

El periodista indagó entre funcionarios, empresarios, dirigentes sindicales y escribió: “fue una combinación entre empresarios y trabajadores de apostar a la apertura económica, las ayudas europeas, la eliminación de obstáculos a la creación de nuevas empresas, la desregulación de la industria de las telecomunicaciones. , lavado de dinero, recortes de impuestos individuales y corporativos, una fuerte inversión en educación y el hecho de que los sucesivos gobiernos del país habían mantenido el rumbo a pesar de los tropiezos iniciales. Es decir, un programa ultraliberal con continuidad. Pero sobre todo, con una fuerte participación estatal para lograr ese acuerdo entre empresarios y sindicatos bajo un programa que muchos rechazaron.

Irlanda sufrió un fuerte revés en 2008, con la crisis global y con diversos mecanismos de ajuste comenzó a recuperarse. Ha habido muchas preguntas sobre su modelo. Se habla de que lo que se llamó “Tigre Celta” es en realidad un modelo difícil de definir. Tuvo su burbuja inmobiliaria, como otros países, con resultados catastróficos. Debido a sus excesivas ventajas fiscales, se instalaron muchas empresas digitales globales que aumentan artificialmente el PIB per cápita y esto ha sido cuestionado a la hora de medir. Pero al final del camino, lo que nadie puede negar es que estaba entre los pobres y sus condiciones eran muy malas, con corporaciones que vivían de un status quo que los beneficiaba pero ralentizaba el desarrollo. Cuando acordaron un modelo liberal, se lanzaron a jugar en las grandes ligas hasta el día de hoy, con altibajos incluidos. Otra objeción es que por estar en Europa ha recibido ayuda comunitaria. Sin embargo, fueron menores que los llegados a la Argentina desde el FMI y también sirvieron para renacer, no para ir de mal en peor. Cuando Oppenheimer preguntó a un líder sindical experimentado sobre la oposición de los sindicatos al libre comercio y la integración europea, que votaron en contra y perdieron, el hombre respondió con resignación: “Obviamente, estábamos equivocados”. El capítulo del libro destaca dificultades, algunas que Irlanda todavía tiene hoy, y en las que trabaja, como la brecha entre ricos y pobres, los problemas de vivienda o el acceso a la salud debido a la gran inmigración que ha recibido. Oppenheimer concluye: “Pero eran problemas inherentes al desarrollo, que la mayoría de los países estancados preferían al desempleo, el crimen y la pobreza”. Es muy diferente ser pobre en Argentina que ser pobre en Irlanda.

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En estos días de debate sobre las universidades y observando que Oppenheimer habla de un aumento de la inversión educativa como clave para el despegue, vale la pena leer su investigación: “Antes de ingresar a la UE, Irlanda, como los actuales países latinoamericanos, tenía una enorme porcentaje de sus estudiantes en carreras vinculadas a las ciencias sociales. Pero el país decidió que necesitaba científicos y técnicos, y menos sociólogos. En los años noventa, el número de universitarios creció un 80 por ciento, al igual que el de estudiantes. Los que siguen carreras científicas y tecnológicas aumentaron en más del 100 por ciento. Los estudiantes de informática, por ejemplo, aumentaron de 500 en 1996 a 2.000 en 2003, según cifras oficiales. “En la Unión Europea hemos tenido una política estatal deliberada para asignar más recursos a las escuelas de ingeniería y ciencias”, me dijo Dan Flinter, presidente de Enterprise Ireland, una especie de Ministerio de Planificación del gobierno irlandés. Lo hicimos creando dos nuevas universidades, específicamente para estas carreras.’ Desde la escuela primaria, los profesores irlandeses -siguiendo las orientaciones del Ministerio de Educación- incentivan el estudio de carreras técnicas con cualquier excusa, me dijeron varios padres de niños en edad escolar. “Es el camino opuesto al seguido en Argentina y que pocos han discutido hasta ahora. El trabajo de las cuatro fundaciones que integraron Juntos por el Cambio en las últimas elecciones arrojó un diagnóstico sólido sobre este tema: “No existe ningún vínculo entre la oferta del sistema educativo (universitario) y los empleos del futuro. Según el Foro Económico Mundial, las áreas con mayores vacantes están vinculadas a las ciencias de los datos y la información, la automatización de procesos y transformaciones digitales, el software, las aplicaciones, el internet de las cosas, el desarrollo y la gestión de negocios. de proyectos, entre otros. Si comparamos esta información con las matrículas de pregrado y posgrado, la brecha sale a la luz: Ciencias Sociales 35,8%; Ciencias Aplicadas 21,4%; Ciencias Humanas 20,1%; Ciencias de la Salud 19% y Ciencias Básicas 2,5%”. Potente. Una tarea por hacer es comparar la oferta educativa de las universidades creadas en los últimos veinte años en el conurbano bonaerense, con esta necesidad de desarrollo nacional.

Un gran mérito que se puede señalar en la actuación del presidente Milei es que en sus cuatro meses de gestión se han cuestionado muchos aspectos opacos y se han abierto debates esenciales. El perfil de la educación en un país pobre y estancado como Argentina, que necesita generar riqueza, es uno de ellos. Pero el demérito del presidente es que al mismo tiempo que abre los debates los cierra. Su particular manera, su estrategia, que parece más centrada en los métodos de llegada al poder que en su gestión, lleva a una situación como la vivida esta semana con las universidades. La metodología logró que lo que hay que revisar en las universidades y su vida interna quedara oculto detrás de una manifestación que simbólicamente puede leerse como su “125”. Apareció un sujeto social que no parecía reconocer y que marcaba límites: con la educación estatal no se juega. Y menos aún con teorías que nada tienen que ver con una larga experiencia cultural del país. ¿Significa esto que las universidades están cumpliendo bien y adecuadamente su papel en el desarrollo nacional, como las creadas por los irlandeses para acompañar su revolución liberal? No, pero si en lugar de generar acuerdos para poner todas las cartas sobre la mesa, se pone una bandera como la de la educación pública a lo peor de lo que esconden las universidades, se consigue el efecto contrario al buscado. Lo lamentable no es que se fueran Massa, Lousteau o D’Ela, sino que junto a los cientos de miles de estudiantes, profesores y buenas autoridades universitarias, también se fueron quienes encarnan lo peor que acecha en las universidades. Después de la marcha todo sigue igual, pero peor. Porque las cosas malas ahora tienen el escudo de la educación pública, al igual que las cosas buenas. No parece un buen negocio para el país. Irlanda lo hizo diferente y le fue bien.

 
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