‘Ora et scribe’ en la Casa de las Glosas – .

Quienes no lo saben ni siquiera pueden imaginar lo que significa transcribir un códice completo en folios de pergamino durante meses. Quizás pienses que es una actividad que no cuesta mucho y que la dificultad es mínima, pero conocelo, te lo cuento. Os aseguro que es un trabajo enorme y en la mayoría de los casos ingrato. Practicar escribir todos los días daña la vista, curva la espalda, aplasta el estómago y las costillas, produce dolor de riñones y genera molestias en todo el cuerpo.

Se trata sólo de un testimonio literario (un fragmento de la novela ‘El escriba y el rey’, de Demetrio Guinea, publicada por Los Libros del Rayo), pero un testimonio perfectamente documentado en las fuentes originales que bien describe las fatigas de los monjes copistas. . de escritorios medievales como los de San Millán o San Martín de Albelda. Fueron ellos los artífices de que La Rioja se convirtiera en “un importante centro de cultura monástica” en la primera mitad del siglo X, como afirma Ramón Menéndez Pidal.

«Desde el año 927 –defendió el eminente historiador y filólogo- floreció el gran monasterio de San Millán de Berceo o de la Cogolla, en la misma frontera de Castilla, que, aunque quemado por Almanzor en el año 1002, fue inmediatamente restaurado por Sancho el Viejo, y lo mismo antes que después del desastre, mantuvo un fértil escritorio, del que se conservan importantes códices, principalmente de tipo mozárabe.

San Millán había surgido, mucho antes, como un centro ermítico en torno a la figura de San Emiliano (472-573). Con el tiempo se convirtió en monasterio y finalmente, en el año 1030, aceptó, como la mayoría de las comunidades religiosas europeas de la época, la regla benedictina. Gracias a la protección de los reyes de Navarra y los condes de Castilla, fue un monasterio económicamente privilegiado que pudo escapar de las obligaciones alimentarias y dedicarse principalmente a las intelectuales: el estudio y copia de códices. Así, la máxima del padre San Benito, ‘ora et labora’, se convirtió aquí en ‘ora et scribe’.

Torre y scriptorium del monasterio mozárabe de San Salvador de Tábara (Zamora).

Archivo Histórico Nacional

Trabajo en equipo

«En esta época – afirma Víctor Hermosilla, agustino recoleto continuador de la tradición emiliana de los benedictinos – ya vivía en San Millán. [primero en Suso y posteriormente también en Yuso] un grupo de monjes cuya presencia y actividad van ganando notoriedad con el paso de los años. Aquí ya existe un escritorio donde los monjes copistas escriben maravillosos códices. Es también aquí donde algunos de aquellos monjes escribirán las famosas Glosas, consideradas el primer testimonio del castellano.

La protección de los reyes de Navarra y los condes de Castilla permitió a San Millán dedicarse a ocupaciones intelectuales.

Según el copista Pedro, dedicarse a escribir “resalta los ojos, duele la espalda y junta el pecho con el estómago”.

Al margen de estas prácticas singulares y espontáneas, todo el scriptorium funcionó como un equipo bien organizado dedicado a copiar las numerosas obras de interés que circularon por estos monasterios debido a la relevancia adquirida en el estudio y la enseñanza entre los más eruditos monjes y sus alumnos. .

Según se describe en la Biblioteca Gonzalo de Berceo, el dueño del escritorio era el scrittori, “un erudito que sabía griego y latín”. Su trabajo consistió en “el editor y director de arte, con total responsabilidad en el diseño y producción de los manuscritos”. Bajo su mando, los copisti “eran escribas que pasaban los días encorvados sobre la mesa, escribiendo con pluma, con un estilo entrenado y aprendido”.

El escriba Vigil en su escritorio, en el Códice Vigiliano o Albeldense.

Biblioteca del Monasterio de El Escorial

El colofón de un manuscrito, una inscripción generalmente colocada al final del texto, solía contener datos sobre su producción y autores. Muchos de ellos informan que el trabajo del copista era “difícil y agotador”.

En el colofón de cierto manuscrito iluminado, un copista llamado Jorge escribió que, “así como el navegante anhela un puerto seguro al final de su viaje, así el escritor anhela la última palabra”. Otro copista, el párroco Pedro, describió la escritura como una prueba terrible para todo el cuerpo que “apaga los ojos, hace doler la espalda y junta el pecho con el estómago”.

Artistas iluminadores

Por otro lado, el iluminador o ilustrador era el artista responsable de los ornamentos y la imagen, como soporte visual del texto. Los scrittori “ordenaron la composición de las páginas para indicar dónde debían agregarse las ilustraciones una vez escrito el texto. A veces esto se hacía con un boceto, pero a menudo una nota escrita al margen le decía al ilustrador lo que debía dibujar en el espacio.

La ilustración y la ornamentación no eran mera decoración. “Los superiores de los monasterios estaban preocupados por el valor educativo de los dibujos y la capacidad de los ornamentos para crear matices místicos y espirituales”.

Dos copistas trabajan copiando códices junto al maestro scrittori en el escritorio del monasterio.

En La Rioja destacó también por sus obras iluminadas el monasterio de San Martín de Albelda, de donde surgió la obra maestra del escriba Vigila, autor, junto a Sarracino, al que refiere como socius (compañero), y su discípulo García, del llamado Códice Vigilano o Albeldense, hoy en la Biblioteca del monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Otra joya perdida de un esplendor ya lejano en el tiempo y, lamentablemente, también en el espacio.

Pero si hubo un foco cultural dedicado a la transmisión de conocimientos fue San Millán, donde sus monjes contaron con las obras más relevantes para una formación amplia y, como dice Claudio García Turza, con la “finalidad filológica de compartir conocimientos”. “Esta misma formación les permitió sentir curiosidad por temas muy diferentes, que intentaban satisfacer copiando nuevos manuscritos”.

Gracias a ellos y a su duro trabajo, “todo lo interesante que circulaba en el Norte de la Península acabó conociéndose en San Millán, el centro cultural más significativo de los reinos occidentales de Hispania en los siglos X y XI”. Y no es de extrañar que el lugar donde se escribió por primera vez en la nueva lengua fuera aquí, en la casa de las Glosas.

 
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