Durante 35 años han desafiado juntos los duros inviernos de la Patagonia

Orfelia González tenía 27 años cuando empezó a soñar en grande. “Lica” como la llaman todos en el pueblo, nació en El Cuy e inició el taller de hilado y tejido en 1989. Su deseo y el de sus fundadoras como Emilia, Guillermina y Silveria, mujeres rurales de los rincones más recónditos del sur del país. región, fue tan profundo que no sólo perduraron, sino que formaron una gran familia de mujeres.

Emilia había abandonado el campo para darle una oportunidad a sus hijos y enviarlos a la escuela. “Vine con diez hijos (sus hijos)”, reveló. Cuando se disponía a regresar al campo, Lica le dijo que quería hacer un taller de hilado y se quedó. “El dinero que ganaba no era mucho, pero siempre teníamos un pesito”, recuerda la mujer de 80 años.

Cerremos los ojos y pensemos que vamos a tener una habitación grande. Soñemos”, recordó aquellos tiempos de hacinamiento donde éramos 20 en un pequeño cuarto de 2×2. donado por la iglesia en 1989. “Felizmente, a través de proyectos, de ayuda, de campañas, logramos esto”, reveló Orfelia, una de las fundadoras.

Así nació la asociación civil “Milikilin Huitral”, que significa “mujeres juntas haciendo un telar”. en lengua mapuche. Durante todos estos años más de 60 mujeres pasaron por lo que hoy es una reconocida institución en El Cuy y el pasado 14 de abril celebraron su 35 aniversario. Actualmente son 15 mujeres y para ellas tejer es una tradición, pero también una forma de encontrarse a sí mismas, como mujeres, madres y artesanas.

“La idea fundamental de las tejedoras era fortalecer a la mujer a través del telar mapuche. Y eso fue como dignificar, revalorizar el trabajo de las mujeres.r. Porque si no sucediera, repetiría la historia otra vez”, dijo Orfelia.

Eran años de vida pero también de supervivencia. Le levantaron solo su espacio, a fuerza de voluntad y luchando contra el abandono y el desamparo. En esas cuatro paredes criaron a sus hijos, crecieron, se aconsejaron. Se acompañaron en los peores momentos. Se calentaron con leña durante más de tres décadas, sin gas, y con el tiempo, tiranos, consiguieron formalizar la asociación en 1997.

Luisa, María, Rosita, Ángela, Orfelia y Emilia, de 80 años; con un delantal violeta, Ellos demostraron con orgullo y humildad lo que lograron con su trabajo y todo lo que pudieron superar, unidos. Amas de casa, ellas mismas reconocen que cargan con historias dolorosas. “Nadie vivía tranquilo en el campo. Pasamos por muchas necesidades, pobreza. Y lo que más golpeó fue que no se podía estudiar. Porque aquí no había escuela secundaria”, dijo Orfelia.

El La mayoría dijo que no tuvo la oportunidad de ir a la escuela. Apenas saben leer y escribir. “A medida que crecimos en el campo“No tuvimos la suerte de que nuestros padres nos mandaran a estudiar”, subrayaron.

“Soy artesano de corazón porque lo hago en invierno, verano, es mi terapia. Cuando estoy enferma, mis tejidos están horribles. Cuando me siento bien, las telas son muy buenas”.

Orfelia González, artesana y tejedora de El Cuy

Aprendieron desde niños a hilar con lana rústica. Luisa recuerda a su abuela entre husos y ruecas, quien le enseñó a dar los primeros pasos. “Aprendí a hilar cuando tenía diez años. Y aquí vine a aprender a tejer”, dijo.

María es ama de casa y apasionada. “Vengo aquí porque me gusta. Aquí aprendí a tejer y a la larga me he formado como persona. Llevo aquí 27 años. “Mis hijos crecieron aquí en esta misma habitación”, dijo.

Rosita, en cambio, es una mujer de vida nómada que se radicó en El Cuy hace 9 años. Llegó a la Argentina hace 23 años procedente de Chile.. Vivió un tiempo en Neuquén y también en Roca. “Me quedé embarazada, tuve a mi bebé. Me son de mucha ayuda. Porque puedo compartir y hablar”, dijo Rosita.

Ellos aprendieron para confeccionar colchas y todo tipo de prendas de vestir. Y durante años dieron a las personas que más lo necesitaban, También hacían colchas para sus casas, si no había dinero, al menos había trabajo y refugio. En tiempos difíciles elaboraban conservas.

Cuando no hubo lana para ellos, separaron un puñado para cada uno. “Eran 200 gramos por cada uno. “Eso nos ayudó a compartir”, reconocieron. Cuando no tenían nada para compartir de mate, sólo cuatro tortas fritas para 20, las dividieron en 20 pedacitos.

“El que quiere hilar, hila. La que quiere tejer, teje. Y cuando no tenemos ganas de hacer nada, no hacemos nada. Nos sentamos en una mesa, ponemos una tetera con agua y el mate”, reconocieron entre risas. Por suerte, no hay ningún patrón.. Tampoco hay salario.

«Aquí no hay salario. Hay que tener alma de artesano. La que viene pone su voluntad y todo su trabajo, su fe”.

Emilia, una de las tejedoras fundadoras de la asociación

Él El grupo es innovador y marca una nueva concepción. Porque según ellos mismos, sus antepasados ​​hilaban en soledad.. Todos lo hicieron solos. “Antes de nosotros nunca hubo un grupo de mujeres tejedoras, es el único que perduró”, afirmaron.

Cada objeto tiene algo del alma, quien hace una tela, un hilo, pone todo en él”.contaron y así pasaron más de 60 mujeres, cuyos nombres estamparon con figuras de manos en un pizarrón a la entrada de la sala.

“Formamos una familia”


“No es fácil empezar un grupo de la nada. Hoy es una asociación civil sin fines de lucro. Y las mujeres han encontrado apoyo. Tenemos nuestras discusiones porque no todo es color de rosa. Tenemos idas y venidas pero sabemos que quien pasa por aquí deja atrás todo lo que ha sembrado, sus historias, su colaboración, su enseñanza, el compartir vida. (…) Me ayudaron, fueron el pie fundamental. Porque yo era joven y no tenía experiencia grupal”, dijo Orfelia.

Es como un segundo hogar para ellos. “Cuando te sientes mal a lo mejor tienes problemas en casa y vienes aquí y te sientes bien”, reveló María.. Compartieron tantos días, tantos problemas domésticos y familiares que no se resolvieron pero al menos se olvidaron por un tiempo.

“No es fácil construir una habitación como ésta y mantenerla. Lleva 35 años en pie. Cuando uno no estaba siempre había otro para sostenerse”, dijo María. En el año 2000 lo construyeron y en 2002 construyeron una ampliación que hoy utilizan para teñido y procesos con lana cruda. Tienen instalación de gas desde hace dos años. qAsaron 33 inviernos con leña y abrazaron el calor de su sacrificio.

El mensaje que pretenden dar es esperanzador y parte del reconocimiento de la dura realidad. “La situación no es difícil, es más que difícil, pero ¿Qué vamos a hacer? ¿Deberíamos quedarnos en nuestras casas y mirar las paredes? Llora, ¿nos vamos a deteriorar como personas?reflexionó el líder del grupo.

Las tejedoras dieron sentido a sus vidas y a sus historias, a su ser “mujeres”. “La mujer tiene que quererse, valorarse, tiene que ser“Sentirnos útiles y no porque no hayamos tenido la oportunidad de estudiar, de ser profesionales, no significa que no tengamos valor humano”, sentenciaron.

Celebraron su aniversario tras años de desamparo


Para celebrar 35 años, en el palco La asociación tenía 6.000 pesos, pero aun así invitaron a todo el pueblo y sus alrededores. Montan una muestra de sus productos, con historia y la exhibición para quienes pasan por la Ruta 6. Hubo fiesta, bingo y rifas, música y bailes típicos para toda la familia.

Todo Las familias ayudaron y colaboraron con su granito de arena para que el evento se hiciera realidad. a pesar de las lluvias del pasado fin de semana. “Nadie nos ayuda, lo mantenemos con nuestro sudor”.

Si hablamos de crisis, la vida en el pueblo es totalmente diferente a la ciudad. (…) Mientras tengamos patatas, harina, un poco de tallarines y ganas de vivir bien, hay que vivir bien. No se trata de vivir respirando toda la malaria que viviríamos hoy en términos de cómo está la provincia y el país. Pero en estos pueblos todavía se respira vida sana (…) Las cosas pasan como en cualquier lugar, pero todavía podemos ayudarnos”, dijo Orfelia, recordando años de incertidumbre e impotencia cuando ninguna autoridad los escuchaba.

Lana y materias primas de la propia región sur.


La lana de oveja que utilizan para sus creaciones proviene de la zona y llega cruda, donada o comprada a bajo precio. Las localidades de la región sur de Río Negro son zonas ganaderas por lo que la materia prima está cerca.

Algunas de las tLas tejedoras dominan más que otras las técnicas para realizar el proceso de principio a fin, desde que llega la lana cruda hasta terminar la prenda. Utilizan herramientas hechas a mano en madera, así como tintes y pigmentos que provienen de la naturaleza.

 
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