Cuando la motosierra y la batidora no son suficientes – .

Cuando la motosierra y la batidora no son suficientes – .
Cuando la motosierra y la batidora no son suficientes – .

El conflicto con la universidad lo inició Javier Milei. No me sorprendió porque él sabía que en algún momento esto iba a pasar. Al respecto, para nadie es un secreto que Milei no está de acuerdo con las universidades públicas gratuitas. Las universidades privadas son lo suyo. Lo dijo y lo repitió varias veces, por lo que no hay derecho a acusarlo de incoherente o solapado. Como dice el refrán: “El que avisa no es traidor”. A excepción de la licuadora y la motosierra, Milei no tiene ningún proyecto que supere la actual universidad pública. Si tienes alguna duda, consulta el programa o los puntos del publicitado Pacto de Mayo. No sólo falta la palabra “universidad”, sino que también falta la palabra “educación”. Si la memoria no me falla, a mediados de enero un funcionario de la universidad me dijo que el presupuesto para 2024 sería el mismo que el de 2023. La herramienta en este caso no sería la motosierra, sino la licuadora. Y los resultados serían más o menos los mismos: despidos y cierres. A estas alturas, la extrema derecha nacionalista y la extrema derecha liberal suelen darse la mano. Cuando se ataca a una institución pública, siempre hay argumentos que lo justifican. La universidad no es una excepción. Por supuesto que hay problemas y vicios. No conozco ninguna institución nacional que no los tenga. Pero sospecho que los problemas de Milei con la universidad pública no son sus vicios sino sus virtudes. “Adoctrinan y hacen política”, exclama. Nada original. Acusaciones de este tipo se vienen formulando contra la universidad pública desde hace más de un siglo. Mi experiencia me enseña que los únicos que intentaron adoctrinar en las universidades fueron los renacuajos de la extrema derecha militar, civil y clerical. Y en los últimos tiempos, a la única que vi intentando adoctrinar en un colegio fue a Milei. ¿Y los peronistas? A decir verdad, cada vez que pudieron hacerlo lo hicieron. Desde “La razón de mi vida” hasta panfletos estilo “Las venas abiertas de América Latina”. Aunque para Gustavo Martínez Zuviría y Giordano Bruno Genta el libro de lectura obligada era la Biblia, mientras el cura peronista Raúl Sánchez Abelenda recorría las aulas arrojando agua bendita e incienso para ahuyentar a los demonios rojos. Lo cierto es que por una razón u otra se produjo el choque entre la universidad reformista y la derecha estrecha. Y en aquella ocasión Milei aprendió que la universidad es un caballo difícil de domar, que no se libra con canto de gallo ni apariencias guapas.

La universidad argentina es una institución donde la gente estudia e investiga. Hay problemas, pero los objetivos fundamentales se cumplen. Profesionales, científicos, intelectuales, políticos, empresarios, en su mayoría salieron de la universidad pública. También nuestros premios Nobel. Y es público y notorio que periódicamente un estudiante o un egresado universitario recibe reconocimiento internacional. La universidad es también una distinguida tradición nacional. Ese “detalle” se le escapó a Milei porque está convencido de que desde 1916 la Argentina está gobernada por el comunismo, lo que la sumió en el abismo de la decadencia y la disolución. Equivocado. En 1918 en la universidad argentina, en Córdoba para ser más precisos, se produjo la reforma universitaria, uno de los acontecimientos culturales y políticos más importantes de América Latina, y una de las gestas que nos honra en el mundo. Los reformadores del siglo XVIII no pretendían dar origen a una versión criolla de la revolución rusa. Sus verdaderos objetivos eran la crítica de la mediocridad académica y el oscurantismo religioso. Los líderes reformistas querían leer a Sigmund Freud, Karl Marx, Friedrich Nietzsche y todo lo que significaba ciencia, progreso y luz. Esa tradición, con los avatares y oscilaciones del caso, se transmitió de generación en generación. Los momentos de oscuridad ocurrieron durante las dictaduras militares: 1930, 1943, 1966 y 1976. Hubo despidos, censura, expulsiones, cárceles y muerte de disidentes. En la UBA, la gestión peronista se dio el lujo de instalar modernas salas de tortura en las aulas, además del nombramiento de guardias peronistas dedicados a exigir documentos de identidad para ingresar a las facultades. En la tradición reformista están presentes como fantasmas los nombres de los citados Genta y Martínez Zuviría, también los de Atilio Dell’ Oro Maini, Oscar Ivanisevich, Alberto Ottalagano, por mencionar sólo los más siniestros. Los ataques a la universidad siempre vinieron de la mano del fascismo, del autoritarismo clerical y distorsionado, o del izquierdismo y el populismo mesiánico. El precio a pagar fue alto: miles de estudiantes y profesionales se exiliaron. La “Noche de los Bastones Largos” (29 de julio de 1966) es un paradigma, un símbolo que bien hubiera merecido la inspiración pictórica de Goya para instalar imágenes de un pasado oscuro.

Contra todas esas reservas democráticas, tradiciones, gestas, afectos, luchas y hasta mitos creativos, Milei entró creyendo que su motosierra era implacable y su licuadora, infalible. Las principales ciudades universitarias de Argentina presenciaron una vez más el espectáculo de universitarios en las calles defendiendo una tradición y una institución que, insisto, más allá de sus defectos sigue siendo uno de los pilares de la vida nacional. ¿Estoy exagerando? Poco y nada. Si creemos en las encuestas, la universidad pública es la institución mejor considerada de Argentina. Si Milei no lo sabía, ahora debería aprenderlo. Esta movilización, este temblor de ánimo, no perjudica a la universidad actual. Quienes suponen que las multitudes en las calles le hicieron el juego a funcionarios universitarios que no son dignos de ocupar esos cargos se equivocan. Al contrario, lo iniciado no va a parar ni se contentará con volver al silencio, a la resignación o al conformismo.

La universidad es una institución compleja con realidades diversas. Algunos están a la altura de sus responsabilidades históricas; otros dejan mucho que desear; y más de uno, no tiene más pretensiones que ser una academia Pitman o un corral conchabo para militantes y proxenetas. En Argentina todo está contaminado y las universidades no son la excepción. Que no se equivoque Milei y mucho menos algún funcionario universitario indigno. Las multitudes que salieron a las calles salieron a defender la universidad reformista, la universidad que estudia e investiga, la universidad que ejerce los hábitos de la libertad. Las multitudes suelen ser justas, pero no puras. Arrastran desperdicios, estiércol, basura, pero lo que los define es el impulso liberador. Un impulso que se orienta hacia el futuro, pero que no niega el pasado, ese pasado que, como muy bien definió Walter Benjamin, es un sueño en el que encontramos nuestras raíces.

 
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