La casa del escritor que guarda miles de recuerdos en “la habitación de las antigüedades” y que recibe visitas – .

Siempre soñé con ser escritora e irme a vivir al delta del Paraná, incluso cuando era niña.
Nunca pude ir al delta pero de alguna manera soy escritor, circunstancia por la que me alegro. Un escritor regional, sí. Es decir fiel a mi lugar en el mundo.

Y además desde pequeña me gustaba armar cosas. Un hábito que con el paso de los años, al igual que Pablo Neruda, poeta de Chile y el mundo, se ha vuelto compulsivo.
Por eso molesto a mis amigos y me alegro mucho cuando me regalan alguna pieza rara o antigua. Y mis amigos están felices de traerme o enviarme cosas.

Jorge Castañeda, escritor valchetano.

Irma, mi pareja, con un estoicismo digno de admirar, se encarga de limpiar la biblioteca (más de tres mil libros y más de mil dedicados por sus autores) y la sala de antigüedades.
Eso sí, aclaro, no es un museo per se, para eso está el Museo Provincial “María Inés Koop”, que es maravilloso y digno de visitar, regentado por la amable Romina. Es sólo una parte de lo que yo, con cierta pretensión, llamo “La Casa del Escritor”.

Hay de todo como en una farmacia; mapas antiguos, planos, retratos, libros raros, documentos históricos, artesanías, botellas raras, damajuanas, latas viejas: galletas, varias latas de té, dulces de membrillo Bagley cuando venían en una lata con forma de maleta pequeña, vino, café con la historia. de chocolate, bombones de Saint, etc., un bolso de conductor de autobús, llaves antiguas, utensilios de cocina, restos de monedas de Patacones, carteles de otras épocas, elementos de dibujo técnico, radios de la época de María Castañeda, numerosas cámaras fotográficas (una con forma de Budweiser lata de cerveza), mayólica exquisitamente elaborada, el micrófono donde cantó por última vez Azucena Maizani, una escala romana, un calentador Bram Metal cuadrado rojo, varios ceniceros, una colección de mates, una plancha de hierro con su respectiva plancha para planchar, mayólica exquisitamente elaborada, de mi madre. Máquina de coser Singer y la plomada de mi padre (ella era modista y él albañil), una picadora de carne, revistas, casetes y discos de pasta y vinilo con sus respectivos aparatos para escucharlos; los discos, la mayoría dedicados a sus intérpretes, una hermosa combinación con el respectivo radio Winco y tocadiscos en perfecto estado de uso, sacapuntas, un encendedor carusita y otro en forma de pistola, llaveros, llaves de todo tipo. y facturas, despertadores, pulsera y bolsillo, un gran cartel con todas las razas de ovejas del mundo y otra de las portadas de Destino, un auténtico sombrero mexicano regalo del escritor mexicano Abel Gallarzo Medina, bolígrafos con logos, un retroproyector de hojas, una de diapositivas, varias máquinas de escribir, incluida una hoja de cálculo que usaba mucho, monedas y billetes, alfileres para bufandas y muchísimas cosas. Los que dice nuestro Jorge Luis Borges seguramente vivirán más que nosotros.

Pero antes de cerrar esta crónica, un gran agradecimiento a todos los que me habéis regalado estas piezas.
Y los que quieran visitarla que vengan a mi casa de Valcheta y serán bien recibidos. Porque también me gusta recibir visitas.

 
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