Educación ajustada | Marcha de la Universidad Federal – .

Educación ajustada | Marcha de la Universidad Federal – .
Educación ajustada | Marcha de la Universidad Federal – .

Esta última semana, a raíz de todo lo que está pasando con los recortes a la educación universitaria pública, era casi imposible no leer alguna noticia o ver algún debate en redes, incluso en televisión. Se esperaba que hubiera una reacción: en nuestro país la educación pública, gratuita y universal es un derecho adquirido y ocupa un lugar muy importante en el corazón de todos los argentinos.

La noticia de que la UBA tuvo que declarar emergencia presupuestaria el 10 de abril para mitigar gastos fue, para muchos, un límite. Entre otras cosas, para que tomemos dimensión, señalaron que la factura eléctrica se multiplicó casi siete veces entre abril de 2023 y este año por la eliminación de subsidios. Ante este negro futuro, el rectorado decidió cancelar los servicios de aire acondicionado frío o calor, redujo el uso de los ascensores universitarios sólo para aquellas personas con movilidad reducida o situaciones específicas y prescindió de los servicios de gas en las calderas de los edificios universitarios, con el excepción de los hospitales universitarios. Todo esto afecta a las trece facultades con 100 cursos de pregrado y casi 500 cursos de posgrado en los que estudian más de 300 mil estudiantes y 23 mil profesores imparten clases.

¿En qué momento olvidaron que esta universidad lleva más de 200 años recibiendo reconocimiento mundial, además de prestigio y un alto nivel académico? ¿Podemos olvidar tan fácilmente que casi todos nuestros presidentes vinieron de allí y que de allí se formó a los cinco premios Nobel que tiene nuestro país?

En distintas declaraciones a lo largo de los años, el presidente Javier Milei dejó claro que no es amante de las universidades públicas gratuitas. Incluso esta semana pudimos escuchar cómo intenta instalar la idea de que es un espacio de adoctrinamiento, algo que varios rectores negaron categóricamente.

Se habla mucho de la UBA por su importancia, magnitud y reputación, pero sabemos que en otras universidades nacionales el panorama no es muy diferente: en la UNQUI, por ejemplo, se cortó la oferta académica y anunciaron que con estas condiciones no pasan el otoño.

¿Qué piensa el gobierno cuando expresa que tanto la UBA como el resto de las universidades públicas de nuestro país tienen que adaptarse al ajuste que aplica para todos los argentinos? De momento, parece que están decididos a profundizar más en este asunto. Me cansa bastante ese estribillo del pueblo que debe sacrificarse y resistir hasta que lleguen tiempos mejores. No fue el caso de los senadores que por unanimidad aumentaron sus salarios. ¿Qué estamos haciendo, chicas? ¿Todos hacemos el esfuerzo? ¿Hasta cuándo las castas seguirán impunes? ¿No hay dinero para un derecho básico como la educación, como dice nuestra constitución, pero sí hay dinero para comprar aviones de 1978 para un país que, afortunadamente, no tiene conflictos que la diplomacia no pueda resolver?

Para mí, que vengo de un barrio suburbano, como para tanta gente de mi generación, la universidad fue un logro, un giro de tu destino hacia un futuro mejor.

En mi familia ni mis padres ni mis tíos y tías tenían acceso a la universidad. Básicamente porque para ir a la universidad primero había que hacer la primaria y la secundaria. Para ellos, que vivían en el campo y provenían de una familia con trece hijos, la escuela sólo era aprender a leer y escribir. El trabajo era lo más importante y algo fundamental para la economía familiar. Dejaron de jugar y aprendieron desde muy pequeños la responsabilidad de poner comida en la mesa. Recuerdo en las largas mesas familiares cuando mis tíos insistían en que estudiáramos para no acabar como ellos, en trabajos precarios y mal remunerados.

De niña soñaba con ir a la universidad y sé que aún es una asignatura pendiente para mí. La búsqueda de mi identidad me llevó por otros caminos. Comencé mi transición a los 17 años y fue muy difícil intentar encajar en una sociedad que nos consideraba invisibles. Ser una persona trans en los años 90, en un contexto sin leyes de diversidad, e intentar acceder a la universidad era algo que muy pocos se atrevían a hacer. Cris Miró, en una charla en nuestro camerino, me contó una vez lo crueles que habían sido algunos profesores y compañeros de facultad con ella.

Una encuesta realizada en 2016, en la Ciudad de Buenos Aires, reveló que el 60% de las mujeres trans y travestis tienen un nivel educativo inferior al establecido como obligatorio por el Estado. Sólo el 24% terminó la escuela secundaria y sólo el 6% alcanzó un nivel terciario o universitario. En el caso de los hombres trans, casi el 73% de ellos ha completado la secundaria o más. No es demasiado difícil imaginar que estas cifras, ya bajas, se desplomarían si la universidad dejara de ser gratuita.

El 23 de abril marchamos todos por nosotros, por nuestros hijos y los hijos de sus hijos, porque la universidad pública es un orgullo nacional y una herramienta fundamental para nivelar la enorme desigualdad y el desarrollo de una nación.

 
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