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Así viajaba un ábside medieval de Segovia a Manhattan – .

Así viajaba un ábside medieval de Segovia a Manhattan – .
Así viajaba un ábside medieval de Segovia a Manhattan – .

En la madrugada del viernes 14 de febrero de 1958, el carguero ‘Monte Navajo’, de la Kerr Steamship Line, llegaba al puerto de Nueva York con un monumento nacional español en sus bodegas. Desmembrado en 3.396 sillares de piedra empaquetados en 839 cajas individuales, el ábside de la iglesia de San Martín de Fuentidueña, en Segovia, tesoro arquitectónico del siglo XII, viajaba al museo Los Claustros, la sección de arte medieval del Museo Metropolitano de Nueva York (MET), en el corazón de Manhattan, donde hoy se erige como una de sus piezas más icónicas. La joya segoviana estaba declarada monumento nacional desde 1931, es decir, el Estado era el encargado de velar por su protección e impedir que saliera de España. No solo no lo hizo, sino que Franco movió todos los hilos para favorecerlo.

El libro ‘De Fuentidueña a Manhattan’ (Cátedra) narra la connivencia del franquismo con una operación diplomática que llevó años de negociaciones secretas con las autoridades norteamericanas y en especial con el director del MET, James J. Rorimer, uno de los Monumentos ilustres Hombres de la Segunda Guerra Mundial, y la implicación directa del aparato administrativo español, las academias de Bellas Artes y de la Historia, la Iglesia e incluso el propio Vaticano. Todo un rosario de turbias maniobras con un objetivo muy buscado por la dictadura: estrechar las relaciones con Estados Unidos para salir del aislamiento internacional en el que se había metido Franco tras ganar la Guerra Civil.

Los autores de la publicación, María José Martínez Ruiz, catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, y José Miguel Merino de Cáceres, catedrático de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, han estudiado en profundidad la documentación de la época (incluidos cables diplomáticos y personales cartas, incluidas las de algunos anticuarios que hacían de intermediarios reclamando su trozo del pastel) para contar la dura realidad de lo que bien podría ser el guión de la memorable ‘Bienvenido, Sr. Marshall’ (1953).

El gobierno franquista planteó lo que, según los firmantes del libro, era un “despojo del patrimonio nacional” como una operación muy ventajosa para los intereses de España, ya que a cambio de “unas ruinas rotas”, como calificaba la prensa del régimen el ábside para desacreditar su valor histórico-artístico, el Estado obtuvo para el Museo del Prado seis frescos románicos del siglo XII procedentes de la ermita de San Baudelio de Berlanga, en Soria, que el Metropolitano había adquirido poco antes a un anticuario por 65.000 pesetas, pensando ya en el vergonzoso intercambio.

Distintas fases del desmontaje del ábside de la iglesia medieval de Fuentidueña para su traslado a Nueva York.

Archivo Alejandro Ferrant

«En este intercambio con Norteamérica, el Gobierno español ha procedido con el mejor criterio y ha conseguido una adquisición de gran valor. A cambio de piedras dispersas, olvidadas y ubicadas en lugares que casi nadie visita, se adquieren frescos medievales. Buen viaje las piedras de San Martín de Fuentidueña, poco nos hacen daño y estimable beneficio». Así fue como en 1958 los diarios españoles, sin lugar a la disidencia y siguiendo las directrices del régimen, despacharon la noticia de la partida de un monumento protegido de casi mil años de antigüedad.

La dictadura se confabuló para silenciar la salida del ábside y amplificar el retorno de las pinturas. «Se procuró no señalar en ningún caso el valor del ábside, ni por supuesto que fuera declarado monumento nacional. Esto preocupó especialmente a las autoridades españolas, ya que el despojo de un monumento nacional era algo que no encajaba bien con el discurso nacionalista”, ilustra el historiador Martínez Ruiz (Valladolid, 1974).

De Bilbao a Nueva York

Los sillares, cada uno con su correspondiente numeración, cruzaron el Atlántico recorriendo los 5.600 kilómetros que separan los puertos de Bilbao, desde donde zarparon, y Nueva York, a donde arribaron a mediados de febrero de 1958. En la primera semana de marzo traslado del envío a Los Claustros, donde se inició el lento proceso de desembalaje y clasificación de las piezas, y su reensamblaje, que se completó por completo en 1961. España perdía así uno de sus monumentos nacionales, un patrimonio cultural que, todo hay que decirlo, estaba en ruinas cuando los estadounidenses se interesaron por él. Y que llevaban décadas detrás de su viejo “tesoro español”.

La primera vez que se fijaron en la bóveda de Fuentidueña fue en 1935 cuando el magnate John D. Rockefeller Jr. -impulsor de The Cloisters- entregó a James J. Rorimer -que por entonces ya era un reputado medievalista licenciado en Harvard- unas fotografías con iglesias y claustros que podrían adquirirse en Europa para completar la colección del museo de Nueva York. Entre ellos estaba el ábside segoviano. A partir de ese momento, Rorimer, un tipo habilidoso y astuto negociador que se movía a las mil maravillas entre bastidores, se metió de lleno en la tarea de hacerse con la joya del románico, pero sin resultados positivos desde la declaración de monumento nacional que se había acordado en la Segunda República impidió su exportación.

Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, el atrevido medievalista olfateó una nueva oportunidad al intuir que Franco estaba interesado en un acercamiento diplomático con Estados Unidos, el país que podría abrirle las puertas del mundo occidental (y del mercado) tras la caída de la Alemania nazi y la Italia fascista que tanto había ayudado a los rebeldes a ganar la guerra. Se puso manos a la obra y en 1953, el mismo año en que se refrendaba el nuevo marco de relaciones diplomáticas entre EEUU y España con la firma de los Pactos de Madrid, representantes estadounidenses visitaban la pequeña localidad segoviana de Fuentidueña con el objetivo de adquirir su Iglesia medieval de San Martín.

Obreros retiran sillares numerados del monumento.

Archivo Alejandro Ferrant

El ábside del templo fue una excelente construcción que, por su belleza, historia y dimensiones, se consideró ideal para completar una de las salas medievales del MET. Y allí comenzó a tejerse una enorme y sutil telaraña con diplomáticos de ambos países hilando muy finamente para, por un lado, allanar la salida del monumento sin hacer ruido y, por otro, fortalecer los intereses estratégicos de la dictadura. . “La diplomacia funcionó desde el primer momento en esta operación”, explica el profesor Martínez Ruiz. También se alzaron voces críticas, algo que los autores han podido documentar y que había permanecido en la sombra hasta ahora.

«Dos valientes académicos alzaron la voz contra la salida de Abdise, pero la decisión vino de arriba y se tomó»

“Se llegó al apoyo de las Reales Academias de Bellas Artes e Historia para la operación, pero la decisión no se adoptó por unanimidad, sino por mayoría”, explica Martínez Ruiz, que elogia la valentía de dos académicos que arriesgaron la vida. carrera al manifestar su firme rechazo al despojo. « La sesión en la que se debatió el tema en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando fue tensa, y hubo académicos que mostraron su clara oposición, incluso el arquitecto alicantino César Cort i Botí dejó constancia de su particular voto en contra de apoyar tal despojo, mientras que en la Real Academia de la Historia, el arquitecto Leopoldo Torres Balbás, también granadino, manifestó su disconformidad con tal decisión”, señala el catedrático.

Operación “inadmisible”

En Segovia, la Comisión Provincial de Monumentos también expresó su enérgica protesta y dirigió durísimas palabras a ambas academias por haber dado cobertura y apoyo a una operación “inadmisible”. Pero la decisión ya estaba tomada desde arriba y había figuras muy relevantes del mundo académico apoyando tal iniciativa, entre ellos Francisco Javier Sánchez Cantón, subdirector del Museo del Prado, y Manuel Gómez-Moreno, respetada autoridad de la Real Academia de Bellas Artes. de San Fernando y de la Real Academia de la Historia, y cuya hija Carmen, curiosamente, fue contratada por Rorimer como conservadora adjunta del MET tras colaborar en el traslado de las piedras. Otras partes implicadas (el Obispado de Segovia, el propio pueblo de Fuentidueña o algunos anticuarios que servían de intermediarios) también recibieron sus prebendas. El MET financió la reconstrucción de lo que quedó de la iglesia de San Miguel y el mantenimiento del cementerio del pueblo, poco dinero comparado con lo que se llevaron los norteamericanos.

Arriba, exterior de la abadía en su ubicación en The Cloisters, la sección de arte medieval del MET, en Nueva York. En el centro, la bóveda cuando se empezó a desmantelar. Y abajo, en el interior del ábside al que se han añadido otras piezas procedentes de España.

Archivo RC y Alejandro Ferrant.

Nunca sabremos si el ábside de Fuentidueña habría acabado desapareciendo por abandono o despojo nacional sin la ‘intermediación’ yanqui. “En España hemos visto monumentos que han ido desapareciendo lentamente, pero también muchos otros que se han recuperado, consolidado, y que tienen una vida completamente nueva en un contexto en el que son más apreciados”, dice el historiador, que recuerda que a lo largo de En el Durante el siglo XIX y principios del XX, muchas obras de arte (partes de edificios, tapices, pinturas, esculturas, techos, sillería…) salían de España casi siempre con destino a Estados Unidos. De hecho, los dos autores de ‘De Fuentidueña a Manhattan’ han escrito extensamente sobre el magnate William R. Hearst, el mayor comprador de arte español de su tiempo, un coleccionista compulsivo que saltaba todo tipo de barreras legales para saciar su insaciable apetito. para piezas artísticas.

Muy lejos de Fuentiduena, su antiguo ábside continúa su historia en Manhattan. Sobre su bóveda no brilla el ancho cielo de Castilla, sino un abigarrado paisaje de rascacielos donde ha encontrado el mimo que aquí no tuvo. Cuidado con esmero por los curadores del MET, deslumbra a sus visitantes, pero con otra vida, en otro lugar y, como un Frankenstein de piedra caliza, formando parte de otro cuerpo.

-¿Cree usted, profesor, que hay alguna posibilidad de que el ábside vuelva a España?

-Muy dificil.

 
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