P. ¿Puedes decirme el comienzo de tus lecturas?
R. Vengo de una familia tradicional y comprometida con la vida de pueblo, subí a los escenarios ya en el vientre de mi madre, y luego interpreté papeles infantiles a los cuatro años. La literatura ya estaba ahí.
P. ¿En forma de obra de teatro?
R. En mi casa había una pequeña librería de teatro y venía mucha gente a buscar sketches, entremeses, leyendas, y en el desván teníamos la biblioteca de escritores catalanes. Folch i Torres, por ejemplo.
P. Y empieza a leer.
R. Mis dos hermanos mayores me iniciaron en las revistas de cómic, con Roberto Alcázar y Pedrín, y La guerra explota escrito por varios autores.
P. ¿El primer libro que te marca?
r. Las extraordinarias aventuras de Massagran, de Josep María Folch i Torres. Descubrí la idea de la aventura, de viajar. Y entré en el mundo de Julio Verne, el de los personajes bizarros, de los viajes imposibles. Literatura que alimentó mi espíritu aventurero.
P. Lector de historias, entonces.
R. Toda mi vida. Luego fui a Barcelona, al Institut del Teatre, y al final de curso montamos la obra No plus plis y ahí nació Comediantes.
P. ¿Tuviste profesores que te influyeron?
R. Jaume Vidal i Alcover y María Aurèlia Campmany, que fue muy importante para mí, vital, feminista, cercana, entrañable. Su trabajo es un gran legado. Con Vidal hice mi primer viaje en avión.
P. ¿En catalán?
R. ¡Sí, y hubo algunos problemas! También he representado cuentos alrededor del mundo. Están presentes en mi vida. El retablo de las maravillas de Cervantes lo dirigí sobre sainetes y entremeses.
P. ¿Recomiendas historias?
R. Los de Ramón Besora son cuentos muy gráficos, ilustrados, sencillos.
P. ¿Algún descubrimiento inesperado?
R. Roald Dahl, no lo terminas.
P. ¿Autores cercanos?
R. Ramón Gener, con Historia de un piano. Albert Espinosa, con La noche que nos escuchamos.
P. ¿Qué significa un libro?
R. Me encanta el libro como objeto, cómo huelen, cómo se abren, los libros de plástico.
