Fredy Heer y los retratos de quienes nos revelan – .

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lunes 29/04/2024

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Última actualización 11:26

A 450 metros del obelisco, sobre la Avenida Corrientes, el Teatro San Martín tiene una galería de fotos. Es menos un pasaje a la calle Sarmiento que un esquivo pórtico a otra dimensión, donde el denso bullicio urbano queda silenciado. Quienes se pasean por allí estos días son observados con tranquila intensidad, a partir de retratos fotográficos en blanco y negro.

Hay 63 rostros mirando de una pared a otra, identidades en su mayoría desconocidas o poco menos conocidas por la audiencia masiva. Sin embargo, se han instalado en la conciencia –en el imaginario– de muchos argentinos. Son “fotógrafos contemporáneos” a quienes, por una vez, Fredy Heer puso al otro lado del objetivo.

Fredy dejó Esperanza -y un productivo negocio familiar que le ofrecía estabilidad- en 1972; Lo hizo impulsado por una pasión que nació cuando su padre –antiguo laboratorista de Fernando Paillet– le regaló una Kodak.

Su profesión había crecido desde 1964 hasta allí, junto a la de su amigo Hugo Raina; Las carreras de autos en Rafaela y la zona, el peñón de los años 60 en la isla Berduc, fueron algunas de sus excusas.

Las alpargatas que suele usar en el barrio porteño de Palermo son testimonio de una identidad de origen que Fredy transitó por las noches estridentes de Mau Mau -reflejada durante años en el papel de El Litoral- así como por los salones de arte, por las Casa Rosada y Congreso, en las canchas de fútbol.

Monzón, Susana, Moria, Olmedo, Diego, Charly, Sandro, Mirtha, el gol 100 de Bichi Fuertes, el “no” de Reutemann a Duhalde, el Mundial de Francia, De Niro, Depardieu, artistas plásticos, escritores, obras de arte.

Larrea, Fredy y el cartel de la exposición, emblema de “Foptoheerholga” (en Facebook) donde el culto a la cámara de plástico se convierte en arte. Foto: Maximiliano Vernazza.

Por la mirada de Fredy pasaron personas importantes o momentos anónimos en la calle. El hombre observa, compone, dispara. Dibuja viñetas, construye mundos, desafía a los espíritus.

En Buenos Aires, Fredy fotografió la obra de Raúl Soldi y Benito Quinquela Martín, entre otros artistas. Trabajó en la revista El Expreso Imaginario y en el diario La Razón. Realizó retratos de Adolfo Bioy Casares, Olga Orozco, Abelardo Arias, Miguel Briante y José “Pepe” Bianco.

A su primera exposición, en el Centro Cultural Recoleta, le siguió otra en la Galería Arcimboldo, de imágenes tomadas con un celular, cuando los dispositivos apenas contaban con una lente elemental.

Menos cámara, más foto

Leica, Nikon, Rolleiflex, móviles. Heer se deshizo de los dispositivos para guardar una cámara china, incluso el plástico en la lente. “Las fotos con Holga salen bien, el secreto es la paciencia. Tiene una sola velocidad, es una maravilla. Es tan simple que es complicado”.

Parece una paradoja, es una declaración de principios. Fredy optó por deshacerse de la cámara, quedarse con la foto: su mirada, medir la luz, componer, disparar una sola vez. No mucho mas.

Con Gustavo, su nieto. El buen amor siempre ilumina la escena. Foto: Maximiliano Vernazza.

“Dos o tres tomas por retrato”, incluso cuando “las fotos de Holga no salen bien. El secreto es la paciencia; las cámaras modernas toman 20 fotografías por segundo; La Holga sólo tiene una velocidad”, afirma.

Andy Goldstein –curador de la exposición, amigo– se sumó a la edición de los “retratos”, trabajo que le llevó dos años.

Entre sus modelos se encuentran Sara Facio, Juan Travnik, Julie Weisz, Adriana Lestido, Alberto Goldenstein, Eduardo Grossman, Rafael Calviño, Fabián Laghi, Alfredo Srur, Julieta Escardó, Andy Goldstein, Esteban Pastorino, el santafesino Marcos López y Eduardo Longoni. Cualquier lista incompleta es injusta para todos y para el trabajo.

“Hay gente que dice que para hacer un buen retrato hay que conocer a la persona. Es mentira”, dice, “necesitas ojo y una cámara. Nada mas.”

Fredy ahorra palabras mientras perfecciona las tomas de sus fotografías, compuestas con arte, cuidado y sabiduría. Mide el aire de sus pulmones; Es escaso ya que son pocas las tomas que puede hacer con una película cara y limitada.

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Sufre de esclerosis lateral amiotrófica; Es la magnitud del obstáculo lo que no quebranta su espíritu, su pasión. Sigue adelante con el amor turbulento de Cecilia, su esposa; de sus hijos Tamara y Martín, de su nieto Gustavo. Y amigos que son innumerables.

El estudio forma parte de su casa, en el tercer piso de un edificio de época sobre la calle Scalabrini Ortiz, a media cuadra de la Avenida Santa Fe. Es un espacio rodeado de libros de fotografías únicos. Una hermosa biblioteca, como pocas en el país. y ecos de conversaciones entrañables. El lugar es parte inseparable de Fredy.

“Fotografié a un total de 80 compañeros con la premisa de que todos ellos, además de tomar buenas fotos, habían realizado alguna acción destacable fuera del trabajo, como una forma de dejar un legado. Es el regalo que quiero hacerle a la fotografía argentina”.

Desde su silla de ruedas, Fredy no se detiene. Da instrucciones, pide montar el trípode, apunta los flashes y mide la luz que entra por la ventana. Ella compone sobre el negro infinito, un banco, el personaje retratado y nada más.

Su mirada no se parece a la de un mortal incauto; observa como lo hace la lente Holga; Sabe que la cámara devolverá sus rebeliones, es cómplice de ellas. Trabaja en su nuevo proyecto: retratos de pareja.

Entre los profetas de las luces absolutas y las tinieblas infinitas, Fredy no deja de eternizar los momentos contrastantes que regala la vida. A quien ella sabe tomar.

 
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