‘Le Restless’, de Gérard Garouste: el artista maldito que construyó una carrera improbable pese a su enfermedad mental

‘Le Restless’, de Gérard Garouste: el artista maldito que construyó una carrera improbable pese a su enfermedad mental
‘Le Restless’, de Gérard Garouste: el artista maldito que construyó una carrera improbable pese a su enfermedad mental

Gérard Garouste (París, 1946) es un artista visual: su obra ha sido expuesta en Berlín, París y Nueva York y actualmente puede verse en lugares tan importantes como la Catedral de Évry, el Palacio del Eliseo y la Ópera de Châtelet. Que sea reconocido como uno de los pintores más radicalmente originales del siglo XX –y distinguido con exposiciones individuales en lugares importantes como la Fundación Cartier, el Museo Nacional de Arte Moderno de París y el Centro Pompidou– roza un milagro, y Esto se debe a dos razones. El primero, su clase social, que en aquella época –y más hoy aún– determinaba que personas como él, sin vínculos personales ni filiaciones evidentes, no tuvieran derecho a aspirar a una carrera artística. La segunda razón, la enfermedad mental. Un día de verano, dejó a su esposa embarazada en casa de un amigo y tomó un tren a París, donde se instaló en el Ritz con el dinero que había robado a sus padres y destrozado una habitación. Estaba convencido de que debía hablar con un sacerdote. Como no encontró ninguno, se dirigió a un bar. Acabó en el hospital psiquiátrico de Villejuif.

El artista francés Gérard Garouste, en una exposición en la Galería Templon de París, en abril de 2021. JOEL SAGET (AFP/Getty Images)

“Viví esa época como un viaje por una tierra extranjera”, recuerda. Durante su internamiento, Garouste logró escapar en varias ocasiones; en una ocasión, desnudo. Pasó los siguientes 10 años sumido en una depresión improductiva de la que dos acontecimientos, nuevamente, excepcionales lo sacaron. La primera fue la petición de que decorara una nueva discoteca en París que se convertiría en el famoso Le Palace. La segunda parece aún más inverosímil: antes incluso de ver su obra, el galerista estadounidense Leo Castelli, uno de los más grandes marchantes de la segunda mitad del siglo XX, decidió representarlo. Pero la obra visual de Garouste está demasiado anclada en su historia personal y en sus influencias –Dante, la Torá, Cervantes, el Talmud…— y es excesivamente celosa de sus secretos para ser relevante en “una época débil, borracha de televisión, dinero y actuaciones”; Además, no es tan abundante como para que su creador pueda aspirar a estar entre los artistas contemporáneos más cotizados. Peor aún: los episodios psicóticos continuaron ocurriendo y Garouste, como la mayoría de las personas que padecen un trastorno psiquiátrico, vive con el miedo constante de volver a derrumbarse. La última vez ingresó en el Hospital Sainte-Anne de París. Le cedieron la habitación que perteneció al filósofo Louis Althusser.

“Las palabras para referirse a mí han variado según la época: me han llamado maníaco depresivo o bipolar… Un siglo antes, simplemente me habrían calificado de loco”

“Las palabras para referirse a mí han variado según la época: me han llamado maníaco depresivo o bipolar… Un siglo antes, simplemente me habrían calificado de loco”, afirma. Cada vez con mayor frecuencia, la desaparición o fin del periodo de mayor actividad de la generación de los baby boomers nos enfrenta a historias como El inquieto, que cierran una trayectoria y reflejan una época. No hay razón para evaluar estéticamente lo que es una simple cuestión demográfica. Pero lo interesante de este muy buen libro es que expresa un cambio de paradigma. “Salí de la nada. Mi familia roía los huesos de los oscuros tabúes. La escuela no me había abierto ningún camino. No me habían transmitido nada”, recuerda el autor. Lejos de quejarse, de permitirse a sí mismo y a los demás verlo como una víctima, Garouste creó al superviviente de un trauma o de un trastorno. Sólo cuando pinta, dice, tiene la sensación de haber “comprendido” y “hecho algo” con su vida. El final de su generación nos enfrentará cada vez menos –de hecho, ya lo hace– a esa actitud, la de crear belleza a partir de la fealdad más profunda y aprovecharla.

Gérard Garouste y Judith Perrignon
Traducción de Iballa López Hernández
Fe de erratas naturales, 2024
192 páginas. 19,50€

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