Sónar revoluciona el mapa mundial de la música electrónica – .

Y de repente, Red Hot Chili Peppers tocó en el Sueño. Retro Vade, Anthony Kiedis. ¿Sacrilegio? A saber. Se han escuchado cosas más extrañas. Incluso escuchado. Especialmente aquí, donde la sorpresa y el shock ya son rutinarios. Así que por más que se suba, aparece lo mismo. La gaditana Judeline está aquí para bajarle la tensión y las revoluciones a ‘La Tortura’ de Shakira que los japoneses Yousuke Yukimatsu Se sitúa a ras de suelo y, acto seguido, sube para rodar ‘Otherside’. Sólo que en realidad no es ‘Otherside’, sino más bien una versión maltratada y cortada del himno de los californianos. El trance de una tarde de verano. Hype por las nubes, los ‘bmp’ al galope y el público, detrás, con la lengua fuera. ¿El tiempo? Siete y media de la tarde. Poco más de tres horas de funcionamiento y Sónar ya avanza a toda velocidad. Primer día, recorre el mapa mundial sonoro y el territorio australiano Surusinghe Encerado del césped artificial del Village. Aquí vamos.

A primera hora, y quizá por el desconcierto, una brisa primaveral a las puertas del verano, una sobremesa en manga larga y un bodegón de guitarra con batería de fondo para inaugurar la jornada. En el escenario, pablopablo, Hijo de Jorge Drexler y socio ocasional de C. Tangana, patenta su pop de dormitorio y sábanas desordenadas entre erupciones de distorsión y voces saturadas de ‘vocoder’ y ‘autotune’. Para tenerlo, incluso tiene una camioneta. A la hora de la merienda, el melodrama de teclados con luces de cabaret galáctico y la canción del autor estreno (“Esto lo hice hace dos semanas”, dice para presentar ‘De ti’) poco a poco se fueron fusionando con esas otras músicas que empezaron a estirarse en el resto de las etapas.

Una aceleración de la música orgánica, del pop artesanal hecho a mano y a máquina, en una edición marcada por los nuevos debates que genera la irrupción de la Inteligencia Artificial en materia creativa. “Estamos entrando en pánico porque esta tecnología parece muy humana”, afirman temprano en la mañana los expertos reunidos en la conferencia inaugural. Y ahí mismo, en esa brecha entre humanidad y tecnología, encaja un festival que llega a su 31ª edición con un equilibrio casi perfecto entre deseo exploratorio y alegría hedonista.

MÁQUINA COMPLETA
Sónar inauguró este jueves su XXXI edición con artistas como Pablopablo y el rapero sudafricano Toya Delazy
ADRIAN QUIROGA

Así, mientras en las entrañas del Complex, refugio de soñadores y radicales libres, el italiano Valentina Magaletti Se embarca en una exploración densa y oceánica del ritmo alternando dos pilas, un vibráfono y un juego de luces que queman las córneas y hacen bailar a los alumnos, sobre el césped artificial del Village el torbellino del rap zulú comienza a dejar su huella. Toya Delazy. Con un chaleco salvavidas (?) y un gorro achaparrado de la escuela Grace Jones, el sudafricano abre una nueva ventana sonora de polirritmia febril, injertos tribales y palabras escupidas a toda velocidad.

Otro giro al mapa mundial, a esas Naciones Unidas de la Música Avanzada que es Sónar, a la que pronto se suma la compañía iraní Sevdaliza, diva por un día y rompecabezas sónico hecho con piezas de R&B, electrónica sucia y punk digital. Sobre el papel, un descubrimiento apetitoso. En el escenario, como si alguien hubiera metido a Dua Lipa y Charlie XCX en una máquina de planchar. Fan a máxima potencia, trajes recién salidos de Asgard y ganchos pop con vistas al reguetón y la música de club. Un poco de todo para que no falte nada.

Antes, en el Parque, trap por bulerías y la banda sonora de una generación de gente cansada. Debuts Judelina, que acababa de abrir a J Balvin en su gira europea, y lo hace en el mismo escenario que ha visto brillar a Morad y Rojuu, La gaditada, relacionada con Rosalía a través del raiz y el flamenco, sale en modo estrella, pero el sonido no acompaña . Desmayos electrónicos y voz enterrada bajo toneladas de autoajuste. Sobre el escenario, una gigantesca puerta de ‘atrezzo’, quién sabe si como metáfora de su ansiado acceso a las altas ligas del pop, y el aroma a conquista de temas como ‘Canijo’ y ‘En el cielo’. Así nacen las estrellas, algo que Sónar sabe desde hace mucho tiempo.

La iraní Sevdaliza, durante su actuación

ARIAN QUIROGA

En el extremo opuesto, el del ruido atroz y el grito desgarrador, opera negro, Asfixiante proyecto del británico Tom Hayes, coreógrafo y portavoz de la desesperación que transforma la Sala en un agujero negro del nihilismo industrial. Oscuridad, peligro y sonido infernal. Luces agresivas, temblores espasmódicos dentro y fuera del escenario y un millón de taladros trabajando en los tímpanos del público que aguanta el aguacero. Así suena un apocalipsis. O una colisión múltiple. A su lado, el delirio de neón ácido de shyboi Sonaba como música alegre de ascensor. Y hoy llega Air, los de la belleza del audio.

 
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