La medicina del filósofo – .

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El calificador de epicúreo Históricamente se ha utilizado para descalificar a cualquiera que señale una grieta en el edificio de la Verdad Absoluta. Incluso hoy en día, los judíos ortodoxos llaman apóstatas o herejes a quienes consideran, es decir, a todos aquellos que no son como ellos. apikoros ‘epicúreos’. En LilithPrimo Levi cuenta cómo en el horror de Auschwitz, otro judío polaco deportado le cuenta las aventuras de este personaje de tradición oral.

¿No conoces la historia de Lilit? Él no la conocía y esbozó una sonrisa indulgente: ya sabes, todos los hebreos de Occidente son epicúreos, apikorsim, incrédulos.

El mismo autor italiano asume el término como propio, y una vez finalizada la narración sobre la primera esposa rebelde de Adán, escribe que “es una paradoja que el destino haya elegido a un epicúreo para repetir esta piadosa e impía fábula”. Para colmo de males, el racista rabino Kahane, partidario de la expulsión de Palestina de todos goyim y enemigo mortal de cualquier matrimonio mixto, aludió a los judíos que criticaban sus ideas con el nombre de Chusma helenizada. Esta identificación con el griego de todo lo que se opone a la fe irracional del carbonero es una constante duradera en el campo del monoteísmo.

En Constantinopla, en el año 562, los cristianos arrestan a los helenos – epíteto insultante […]– paseándolos por las calles de la ciudad. […] Se enciende una inmensa hoguera a la que se arrojan sus libros (Onfray: Tratado de ateología).

Quienes viven de la fe ajena, exigen obediencia absoluta a sus interpretaciones o practican la más abyecta sumisión para ganarse el Paraíso, saben muy bien cuál es su peor situación.r enemigo. Se llama logotipos, razón, discurso lógico, recurso a la inteligencia, libertad de pensamiento, elogio de la vida y sus placeres. Y eso huele a griego. Pero buena parte de lo que mejor se ofrece en los estantes del almacén intelectual de Occidente es originalmente helénico, o su continuación por otros medios. En su esfuerzo por encontrar epítetos insultantes, los talibanes cristianos de la antigua Bizancio no podrían haber estado más equivocados.

No es casualidad que esta corriente filosófica haya sido perseguida, distorsionada y ridiculizada hasta el punto de que hoy, para una gran mayoría, epicúreo Es sinónimo de perseguidor del placer de los sentidos. Los fundamentos de la filosofía epicúrea son la ética como camino hacia una vida plena basada en una rigurosa teoría del conocimiento, el estudio de Físico (física ‘naturaleza’) y una visión teológica muy especial. Se trata de determinar criterios de verdad que permitan a la persona evitar el error y aspirar a la felicidad (Teoría del Conocimiento). Su física, basada en atomismo de Demócrito y Leucipo, busca explicar la multiplicidad de las cosas y sus modificaciones sin recurrir a entidades metafísicas, sin necesidad de demiurgos ni de inteligencias suprahumanas. Su concepción de los dioses como seres realizados que no tienen ningún interés en los hombres implica una negación del miedo a lo sobrenatural y al más allá. En todas estas ideas epicúreas aparece una clara preocupación por la libertad. Y en defensa de esto, también intenta eliminar el miedo a la muerte, fuente común de poder de los intermediarios de lo divino.

Así, el más terrible de los males no es nada para nosotros, ya que mientras existimos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente, entonces no existimos. Por lo tanto, no tiene ningún efecto ni sobre los vivos ni sobre los muertos, porque para los primeros no existe y los segundos ya no existen. El sabio, en cambio, ni rechaza la vida ni teme no vivir. Porque no le pesa vivir, ni considera malo no vivir (Epicuro: Carta a Meneceo).

Que el placer –no sólo lo que solemos pensar– es el incentivo esencial que utiliza la naturaleza para hacernos esforzarnos por alcanzar nuestros objetivos es algo sobre lo que la neurociencia moderna tiene pocas dudas. La zona prefrontal izquierda del cerebro está en la base de los grandes proyectos, los objetivos que dan sentido a nuestra vida. A su vez, la derecha parece funcionar como inhibidor de conducta. Una región nos invita a llegar hasta el final, a correr riesgos para obtener lo que queremos, mientras que la siguiente nos desanima mostrando las desventajas de la empresa. El punto de vista epicúreo –el verdadero, no la distorsión interesada y caricaturizada con la que los monoteísmos han tratado de ocultarlo– permite una adecuada convivencia y equilibrio entre ambas mitades. Si bien redimensiona y pone freno a las ambiciones del hemisferio izquierdo, suaviza y apacigua los recelos del derecho.

Un “epicúreo” que adhiere a la doctrina de Epicuro es una persona equilibrada que exprime la felicidad de los muchos pequeños placeres de la vida, supera sus miedos y vive socialmente y en armonía con los demás (Precht: ¿Quién soy yo y… cuántos?).

Es este apego a lo que hay, a la realidad cruda y desnuda, y su rechazo de todo consuelo a través de ensoñaciones imaginarias y construcciones idealistas, lo que ha motivado el odio al epicureísmo a lo largo de los siglos. En la lista de cargos contra él destaca su refutación de un alma inmortal. El propio Dante lo despacha al sexto círculo del infierno: “Su cementerio en esta parte tiene / con Epicuro todos sus seguidores / que el alma, dicen, muere con el cuerpo” (Divina Comedia). La adicción de Hegel al orden consideraba bueno –por lo que no dudó en agradecer a Dios– que las obras de Epicuro no se hubieran conservado (Lecciones de la historia de la filosofía). El empirismo incorruptible de su teoría del conocimiento y el elogio de la alegría y la felicidad que esmaltan el discurso epicúreo son insoportables para sus impasibles enemigos. Al parecer, las últimas palabras del maestro fueron “Vive con alegría y recuerda mis doctrinas”. Añadamos la frase estampada en su Carta a Meneceo: “La alegría es el principio y el final de una vida feliz”.

No es difícil adivinar las razones de profesar tal odio hacia quienes, defendiendo y propagando inquietudes condenatorias de la carne, consideran esencial sofocar todo atisbo de placer. Sin embargo, un epicureísmo bien concebido no es incompatible con creencias profundas. Basta evocar el poema de Fray Luis de León vida jubiladael que comienza:

que vida tan tranquila
la del que huye del ruido mundano
y el escondido sigue
camino donde han ido
los pocos sabios del mundo que lo han sido!

Casi todas las frases que aparecen en los versos podrían ser ilustraciones del ideal epicúreo. Otro aspecto de esta escuela que llamó la atención durante siglos fue su convicción de que la sociedad se constituye a través de un acuerdo de no agresión entre hombres. El concepto de pacto de convivencia o contrato social reenviar la carta como base y origen del Estado, puso en duda el origen divino del poder y de la autoridad tan caros a cualquier concepción religiosa, y más aún a quienes se aprovechan de ella. Parece sensato reivindicar la relevancia de Epicuro, su Jardín y su escuela, ya que “la medicina […] propuesto por el filósofo de Samos […] Bien podría ser un parapeto contra la vorágine que amenaza con arrastrarnos” (Cardona: Filosofía helenística).

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