Cómo el choteo, el desenfreno y el jolgorio de Juana Bacallao incomodaron al régimen cubano

Cómo el choteo, el desenfreno y el jolgorio de Juana Bacallao incomodaron al régimen cubano
Cómo el choteo, el desenfreno y el jolgorio de Juana Bacallao incomodaron al régimen cubano

Una mujer negra que pasó su infancia en la escuela de unas monjas oblatas porque quedó huérfana de niña. Cuando era joven se ganaba la vida como trabajadora de limpieza hasta que, en las escaleras de un edificio ubicado entre las calles Laguna y Perseverancia de Centro Habana, Obdulio Morales, reconocido compositor, la escuchó cantar mientras hacía las labores de limpieza. ella. Morales la invitó a una audición para un proyecto llamado El milagro de Oshún —diosa yoruba de los ríos—. Y desde entonces, sin estudios musicales y sin una voz prodigiosa, se convirtió en una diva que se apoderó de los cabarets, la televisión, el cine y el teatro.

Su éxito -ahora su huella- radicó en construir un personaje, una mujer indomable, que colocó los gestos, actitudes y lenguaje del “inframundo” en el panorama artístico cubano. Antes y después de la Revolución —1959—, Juana Bacallao habló por y como los negros, los pobres, los desprotegidos, los marginados. Quienes, en su momento, fueron desatendidos tanto por el crudo capitalismo de los años 30, 40 y 50 en Cuba como por el socialismo que vino después. Este desprecio significó que las elites sociales y culturales enterraran lo que los actuación de Juana salvó.

Juana Bacallao no sólo simboliza el folklore cubano: el choteo, el desenfreno, la juerga. Su mayor mérito fue, a través de su personaje, mostrar una Cuba desnuda. Esa realidad, gran enemiga de Fidel Castro desde que asumió el poder de la isla, fue castigada: quedó relegada durante más de tres décadas a la oscuridad de la noche, a los cabarets. La cultura oficial ignoró su trabajo. Una verdad demasiado pesada para que ella sea el centro de atención. No sólo por lo que representó, sino por su discurso irreverente, insoportable, sorprendente. Juana Bacallao fue sincera y dijo, en cualquier ámbito, lo que se le ocurría, lo que realmente pensaba, pecado capital en el castrismo.

“Juana se hizo a sí misma”, dijo de sí misma a Associated Press en 2010. Una frase –que la define– expresada cuando la Revolución, astutamente, recapacitó, devolviéndola a la escena pública oficial. Una ganancia. A lo largo de los 65 años de castrismo, estos rescates de figuras artísticas que habitaban las células del ostracismo cultural –Antón Arrufat, José Lezama Lima, Delfín Prats, etc.– han sido habituales. La apertura de estas células no busca más que limpiar la imagen intransigente del Gobierno y siempre terminan con el mismo patrón: la entrega de premios que reconocen cínicamente la obra de vida de estas personas que ya están al borde de la muerte. Este fue el caso de Juana Bacallao, quien a sus 94 años recibió el Premio Nacional del Humor.

Unos años antes del premio, en una fiesta nocturna en La Habana, Juana Bacallao conoció a mi esposa, quien al verla se acercó a saludarla. No se conocían de nada y mi esposa sólo quería profesarle admiración. Tras el saludo, la diva preguntó: “¿Puedes traerme un refresco?”. “Claro”, respondió mi esposa. “Pero que se cierre”, aclaró de nuevo Juana Bacallao, quien quería que la lata se la llevara a su casa.

El desabastecimiento que sufrió Juana Bacallao es el mismo que padecen hoy los cubanos en la Isla, que han vuelto a salir a las calles a exigir alimentos y electricidad en sus hogares.

Juana Bacallao falleció el 24 de febrero a los 98 años. Y deja el mejor legado posible para la construcción de la Cuba del futuro: pensar y expresarse libremente.

 
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