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más frecuente que agresivo -.

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Este artículo pertenece a la serie Atlas de cáncer actualDonde los expertos más reconocidos sobre los diferentes tipos de cáncer que existen explicarán a los lectores de la conversación lo que pueden desencadenarlos, qué incidencia tienen, cómo actúan y cuáles son los últimos avances en su detección y tratamiento.

El cáncer de tiroides es el séptimo tipo de cáncer más común en todo el mundo y ocupa el primer lugar entre el origen endocrino. Su incidencia siempre ha sido mucho mayor en las mujeres, que representan el 75 % de los casos.

A pesar de su alta frecuencia, el cáncer de tiroides ha disfrutado de una tasa de supervivencia global bastante esperanzador. Sin embargo, estos datos dependen en gran medida del subtipo de cáncer, así como la etapa en la que se diagnostica.

Los más comunes de todo son el papilar (84 %), cuya tasa de supervivencia de 5 años es mayor al 95 %. Este buen pronóstico se basa fundamentalmente en el hecho de que es un modo tumor de crecimiento lento y el excelente resultado de los tratamientos habituales.

En el extremo opuesto está el carcinoma anaplásico, que representa poco más del 1 % de todos los casos y es el peor pronóstico, con una supervivencia promedio de solo 6 meses.

¿Qué factores aumentan el riesgo?

La exposición a la radiación ionizante es el principal factor de riesgo asociado con el desarrollo del cáncer de tiroides. Esta relación se ha verificado en personas sujetas a ciertos procedimientos diagnósticos o terapéuticos que implicaban el uso de estas radiación (como puede ocurrir con el uso de TC o radioterapia), y muy evidente después del accidente nuclear de Chernobil (1986).

El riesgo de desarrollar esta patología aumenta con la dosis recibida y especialmente si ocurre en edades tempranas, como la infancia o la adolescencia. Factores adicionales como la obesidad o la exposición a los disruptores endocrinos (sustancias que pueden interferir con la función normal de las hormonas) también parecen desempeñar un papel importante en las probabilidades de su desarrollo.

Hay otras afecciones no evasables, como la edad, ser una mujer o la existencia de factores genéticos, aunque estos últimos apenas suponen entre el 5 % y el 15 % de los diagnósticos.

¿Cómo se detecta?

En la mayoría de los casos, este tipo de tumores no tienen una manifestación clara. La palpación de un nódulo en el cuello por el paciente o el profesional de la salud durante una exploración, así como su hallazgo incidental en las pruebas de imagen, suelen ser el punto de partida para el diagnóstico.

En las últimas décadas, el número de casos de cáncer de tiroides ha aumentado sorprendentemente. Sin embargo, es muy probable que detrás de este aumento haya un fenómeno de sobrediagnóstico debido a un mayor y fácil acceso a las pruebas de detección, que en otras circunstancias no habrían manifestado ni supuestamente un riesgo para la salud del paciente.

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Corte de una vista de glándula tiroides del microscopio.

Una vez que se sospecha la presencia de un nódulo, la ultrasonido tiroidea es la herramienta de elección para evaluar sus características. A través de esta técnica de imagen, puede estudiar una serie de parámetros clave en la evaluación de riesgos, como el tamaño y la forma, la definición de sus bordes, la presencia de microcalcificaciones o su ecogenicidad (qué tan brillante u oscuro se ve).

Si más tarde se necesita un estudio más exhaustivo, se guía una punción aspirativa con una aguja fina (PAAF) por ultrasonido. Con esta técnica, puede extraer una pequeña muestra de las células del paciente para evaluar de manera más detallada con la ayuda de un microscopio.

A pesar de su enorme confiabilidad, en el 20-30 % de los casos el procedimiento PAAF puede producir resultados indeterminados. Entonces, las pruebas de caracterización molecular podrían ser muy útiles. Estos permiten detectar la expresión de marcadores moleculares característicos que ayudan a clasificar los tumores y evaluar su riesgo, evitando cirugías innecesarias.

Tratamientos clásicos y futuros

La mayoría de los tumores diferenciados pueden tratarse con éxito mediante ablación quirúrgica, llamada tiroidectomía. Este procedimiento tiene algunos inconvenientes, como la posibilidad de dañar el nervio recurrente (lo que afectaría la función de las cadenas vocales) o las glándulas paratiroides que están muy (alterando los niveles de calcio en nuestro cuerpo). Por lo tanto, siempre que sea posible, se prefiere llevar a cabo una hemitiroidectomía, que retiene parte de la glándula y reduce el riesgo de complicaciones.

En los últimos años, además, se están realizando y perfeccionando cada vez más alternativas, como la ablación térmica. Consiste en destruir células tumorales aplicando temperaturas muy altas a través de diferentes técnicas mínimamente invasivas.

Por otro lado, la administración de yodo radiactivo después de la cirugía se practica en algunos casos de tumores diferenciados cuyas células pueden capturar ese elemento. Las células tumorales mueren incorporándolo, por lo que puede usarse para destruir posibles restos de tejido tumoral, dada la presencia de metástasis o en el tratamiento de pacientes con alto riesgo de recurrencia.

La tendencia actual es tratar de minimizar las intervenciones a cambio del aumento de la vigilancia en aquellos casos cuyas características tumorales lo permiten, como carcinomas papilares muy pequeños y de bajo riesgo.

Para casos diferentes

Además, se están desarrollando nuevos enfoques para esos tipos de cáncer de tiroides con el peor pronóstico o opciones de tratamiento más bajas. Uno de ellos es la terapia con redifferenciación, en la que se trata de restaurar la susceptibilidad de las células tumorales al yodo radiactivo en aquellos casos en los que se ha perdido.

Otra opción es el uso de diferentes inhibidores de la enzima quinasa tirosina, con resultados alentadores en algunos casos en los que ha permitido intervenir quirúrgicamente tumores que se consideraron despresados.

Los avances en el diagnóstico molecular, la aplicación de la inteligencia artificial y el desarrollo de terapias dirigidas podrían revolucionar el manejo del cáncer de tiroides en los próximos años, mejorando la supervivencia de aquellos con el peor pronóstico y optimizando los resultados de las intervenciones clínicas.

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