Un comodidad innatural acompaña la lectura de la palabra logotipos (estudio) junto a la palabra Terrates (pesadilla o monstruo). Me da la falsa garantía de que el enfoque académico de la deformidad resta la fuerza del rasguño inexplicable que aparece en el lienzo de certeza. Pero los monstruos que conjura Rodrigo Simons escapan de ese estudio. A pesar de tenerlos en las manos, arrestados entre páginas, conjurados a través de letras, entre las tapas oscuras del libro, habitan y respiran, se mueven y solo necesitan alimentarse de una lectura para tomar nuestro aliento de vida y caminar nuevamente entre nosotros. El autor es uno de los grandes exponentes del terror de Cruceño, ejercido desde su propia admiración por lo desconocido y perfeccionado en su trabajo narrativo.
Ninguna de las historias es las mismas o sigue el mismo formato. La narrativa en el hombro de la primera persona, la historia de los eventos del pasado de la tercera persona, la tragedia del género epistolar de tener el último recuerdo de los hechos que trajeron la desgracia, la sofocante e irresistible fuerza que nos hace revisar una narración encontrada, Rodrigo Simons los usa todos los mezcla para generar un mononter de múltiples extremidades y nos brinda la cierta ceguera de no tener una narración que no tiene una realidad de la realidad. Su forma, como antecedentes, comienza desde la incomodidad y se llega a la fructificación basada en historias con estructuras naturales y aterradoras. En su mundo, la ficción es normal, y el normal aterroriza al que parece demasiado para echar un vistazo. Pero el piso es de las arenas de Movedizas, y como las peores maldiciones, una vez que comienza una, debe terminar como lo da.
Teratological es un libro de cuentos en el que se invierte el placer de la lectura. En todas sus historias, llega un momento en que uno deja de leer la lectura, con comprensión de lectura, palabras de aprendizaje, y continúa leyendo horrorizados, tratando de acelerar la lectura sin perder rastreo como si huyó por un camino de tierra por la noche, ansioso por ansioso por la seguridad de la presunta seguridad, pero sin atreverse a mirar hacia atrás para que el monstruo no lo alcance, por lo que la maldición no lo pasa, así que la noche pasa la noche. Pero la noche nunca pasa.
De la dedicación, el libro sugiere la sorpresa, el estupor. “¿Qué siempre hacía el Rodrigo?”
La caminata a través del índice, que siempre es mirar por la ventana antes de entrar furtivamente en el libro, es una historia de horror en sí misma que la fachada de las casas abandonadas advierte sobre su contenido. Este lugar no es un libro común. No hay refugio ni espacio etéreo. En estas cartas viven los monstruos, los seres sin nombre, aquellos que se alimentan de nuestra carne y beben nuestro aliento. Y sin embargo (o tal vez para eso) uno decide comenzar a leer.
“Apareció en el techo”: el protagonista de esta historia descubre los rincones de la comunión con los espíritus. Se desarrolla con dominio en esa ruleta de pactos que no están sellados con un apretón de manos, sino con el decreto de los deseos de aquellos que no tienen carne y sangre. Pero sobre la palabra de los muertos y el compromiso de los vivos, hay más que un apretón de manos. Simons usa espacios duros y sangrientos, lugares físicos muy reales para que el lector recuerde que la ficción no siempre necesita volar a reinos imaginarios. A veces está hecho de cosas que sucedieron. A veces, el dolor es lo que más tenemos en común entre nosotros.
“La noche del buitre”: en la gira por curar a su hijo de un mal que no tiene explicación, una madre se entera de que nadie puede hacer nada contra el destino, y que los crueles juegos de azar son el único hechizo seguro. Nos preparamos contra la desgracia, nos ponemos con magia y amuletos, pero no se puede hacer nada contra Chance y sus diseños caprichosos. Esos cultos particulares, que no deberían ser malos para nadie, empeoran nuestras enfermedades. Y descubrimos que algunos sacerdotes nos envenenan.
“Zombies y Stand Up”: para esta altura del libro ya te has dado cuenta, sabes con certeza que nada irá bien. Que el horror del autor puede manchar a todos los demás géneros sin problemas. En este caso, las tres historias que se reúne esta matriosaka de horror. Y hay tres historias cortas, enormes en su desgracia, conjugadas en la tragedia. La historia dentro de la historia dentro de la historia. No necesitan que los monstruos lo dejen incómodo en el lugar donde desafortunadamente comenzó a leer. ¿El padre que sueña con el Hijo que sueña con el Padre que sueña con el Hijo?, ¿Él mismo?, ¿A su padre? Me molesta que las piezas de palabras perfectas sirvan para dejarme deliberadamente inquieto a la tragedia de la narrativa. Y esta historia lo hace.
“Children of the Jungle”: una composición de thriller y aventura trágica. Como el autor sabe cómo convertir su propia caja de sorpresas, y en este caso el monstruo no viene del Averno, no escapó de una tumba, no es otro humano como nosotros. Es la jungla densa, inmensa y abrumadora la que sirve como un monstruo de esta historia. Un monstruo que no está quieto como parece, y que, aunque no puede explicarse, llama a los desprevenidos entrar en la boca.
“Nocturno para un hombre trabajador”: el comienzo ya te liquida. Que el último mensaje del protagonista solo tiene una parte para sus wawas, que no quiere que escuchen el resto, ya pone el tono de lo que sucederá. Es lo terrible en las narrativas epistolares, en el último mensaje de un hombre perdido. Los detalles que extraen de una ficción de la imaginación para sembrar en realidad con un lugar, una hora, un esposo, una mujer y un monstruo. Incomoda la comodidad de conocer al lector y te quema con la certeza de conocer tu testigo. Y Simons lo sabe. Úsalo. Esta es la historia del terror imparable. Nada termina bien. Renuncia a las convenciones terroristas para darnos algo peor: una tragedia maliciosa con metamorfosis.
“Vecinos”: No presumiría conocer a mis vecinos, tal vez o los he visto. Pero si tengo una idea más o menos precisa de lo que son. Porque son como yo, o deberían ser algo similar a mí, ¿verdad? Ya escribí que nada es lo que parece en las historias de Rodrigo. En esto, la regla da otro giro, un giro trágico en su historia, pero para sorprender, casi con orgullo, el lector con la capacidad del autor para jugar con las posibilidades de la narración. Con las herramientas que ya no son las habituales, pero se usan para divertirse al narrador y asombro de alguien que no sabe si está leyendo o si lo está leyendo.
“La lluvia y la noche”: aparte de la habilidad de hacer una historia corta, y de hacerlo muy bien, en este punto del libro uno ya está convencido de que no importa cuál sea el texto, al menos en apariencia, porque con Rodrigo Simons nunca habrá un curso normal. Incluso las actividades más rutinarias, que nos aburre de nuestro día común, se convierten en hechizos espeluznantes. Y terminas pidiendo que el aburrido regrese, no se vaya, que nunca nos quejaremos de lo ordinario de nuestras vidas. Deje que nuestra otra opción sea el horror desconocido de no saber qué entró en nuestra casa.
“Morir no es la respuesta”: en el género sangriento Gore, el golpe para el lector proviene de una adición de ingredientes vivos, filetes con mano de carnicero y cocinado para hervir para cuestionar físicamente al lector sobre la integridad de su carne. Esta suele ser una construcción de masacre y sangre hecha en páginas y páginas para el deleite mórbido de los cultistas del género. Rodrigo Simons lo consigue aquí con una línea. Una oración. No necesita más para sorprender al lector y mostrarle que esto no es todo lo que tiene en su bolsa de tumbas. Y tenga cuidado, que no lo impida que continúe dando un giro final a esta historia, que tuerce su complot mientras su cuello gira. Como en todas sus historias.
“Doble funeral”: como las historias son en realidad Ríos, en esta historia el Rodrigo lleva tres ríos a un canal increíble. El amor que mata, el amor que duda, el amor que muere. Son comunes, pero la marca de su tragedia es el denominador. Un dominio de la historia corta que, como buenos venenos, solo necesita una caída para matar.
“The Tree House”: Justo cuando los juegos infantiles son los más serios para ellos, también debemos tomarlos en serio. No sabemos qué esconden, qué planes, qué presencias. Nos acercamos a la inexperiencia de los adultos, pensando en comprender ese mundo que creemos tan simple. Pero ese es el horror de esta historia, que crees que no puede matarte.
La escritura de Rodrigo Simons se encuentra con ese máximo de las grandes historias: no es una batalla por largas rondas, te golpea por Knock Out. El golpe final llega en diferentes momentos de cada historia, pero eso es lo que hace que sea tan agradable leerlo. Nunca hay una fórmula o rutina predecible en la escritura de Rodrigo que nos permite presentar el horror o la tragedia que viene. Está ahí, es tu única certeza. Y sabes que te observa, esperando el momento para saltar de los arbustos. Pero no sabes cuándo. Lo único que te queda en tus manos es la comodidad que cada historia tiene un final. Y solo una historia, cierras el libro rápido, convencido de que terminaste de leer y que (por ahora) los monstruos se quedaron entre páginas. Pero mientras miras tu entorno inmediato, tienes la sensación de la piel que llevaste algo contigo. No sabes si tienes la cara de una mujer, colmillos de bestia, aliento del alma o hechizo de maldición, pero estás contigo. La tapa del libro te mira con ojos vacíos, cuencas negras que ocultan su verdad en las sombras.