“Mi madre comenzó a beber para no quedarse sola”dice Ángeles Caballero, sin bajar la voz. Está sentado en el BoNOS Aires Hotel Bar en el que está alojado. El periodista y escritor español viajó a Buenos Aires para presentar en la feria del libro “The Atraction Parks también cerrada”, su primer libro en el que revela secretos de su familia y cómo fue el cuidado de sus padres en la vejez. “Todo es 100% real”, dice al comienzo de la entrevista con Infobae.
“En mi familia, tener una alta tolerancia al alcohol era como ser una estrella de cine”Ríete con una ironía que apenas disfraza la herida de los recuerdos. Todo se celebró, todo se ahogaba, todo fue olvidado con el alcohol. Pero había una regla: los secretos fueron enterrados y nunca designados. Hasta que llegó el texto de los ángeles.
Durante años, Angels no sospechó nada. O no quería sospechar. Una cerveza a la hora del almuerzo, una copa de vino en el escritorio, y luego sigue la vida como si nada. “Era sala de beber social”Él dice ahora. Hasta un día, a las nueve de la mañana, su madre ya era maloliente de alcohol. Era un despertar brutal, imposible de esconderse. “Comenzó a armar piezas, como quién descubre una infidelidad: todo lo que no entendiste tiene sentido”.
En el centro de esa red de silencios estaba Manuel, su padre. Un hombre que asumió la enfermedad de su esposa como una penitencia personal. “Mi padre lo tomó como una cruz. Nunca quiso admitirlo, ni siquiera frente a nosotros”Recuerda a los ángeles. Protegerla, protegerlos a todos, era su misión secreta. Pero el deterioro avanzó: olvido, inconsistencias, llamadas que no asistieron, excusas que no resistieron el más mínimo análisis.

El colapso era lento pero inevitable. Hasta un día en el hospital, mientras su madre deliraba por el síndrome de retiro, los médicos levantaron dos caminos: llevar su casa y controlar las dosis de alcohol o internar en una residencia. Angeles eligió la segunda opción con una frialdad que todavía es extraña hoy. “Bajé las escaleras de la clínica como un androide”dice. No hubo lágrimas, no hubo culpa inmediata. Solo la certeza de que, si no lo hiciera, toda su vida disminuiría.
Encontró un lugar en una residencia privada, el único disponible en ese momento. cuando su madre recibió la alta médica, en lugar de regresar a la casa habitual, subió a un automóvil y se fue a su nueva residencia. “Fue la decisión más racional y cruel que tomé en mi vida”Confiesa a los ángeles, sin buscar indulgencia. Él sabe que no había otra salida, pero eso no alivia la herida que se abre cada vez que vuelve a revelar ese día.
Antes de ese momento, Ángeles entró en una especie de Rueda de hámster, entre las enfermedades de su padre y su madre. Alrededor de los hospitales, las horas de entrenamiento y metro, programas de radio, artículos para el periódico, cuidados intensivos y cenas improvisadas entre tubos séricos. La vida propia se convirtió en un paréntesis, un intervalo entre dos emergencias. “Estaba tan involucrado en la rutina que no tenía tiempo para pensar en lo que sentía”.dice. Pero el cuerpo, siempre más sabio, pronto aprobó el proyecto de ley. “Me convertí en la madre de mis padres”. Esto está definido por el escritor.
A veces, cuando salió de los hospitales al amanecer, el sarcasmo estaba permitido como salvavidas. “Me preguntaba qué mierda era esta vida. ¿No debería estar en una ceremonia de entrega de premios, en una fiesta? Y luego me reí de mí mismo, porque la vida real era eso: trenes, frío y hospitales”. Aunque el humor lo sostuvo en público, sintió que perdió el momento más valioso de su vida. “Tuve muchos años con mis padres”admite. Y no es una frase ligera a la ligera: es el dolor crudo de aquellos que dieron todo a vacío.

El dinero, admite Angels, era una mesa de salvación. Gracias a una situación económica estable, pudo pagar a los cuidadores nocturnos y una residencia privada para su madre. “El dinero hace la diferencia entre dormir en la cama o pasar la noche en una silla de hospital”dice. Y aunque en España hay una ley de dependencia, en la práctica la ayuda lleva tanto tiempo que a veces llegan cuando ya no hay que cuidar. “El cuidado es un privilegio de clase. Entendí cuando creía la mejor hija del mundo”.
Durante esos años de extrema agotamiento, los ángeles siguieron escribiendo. En las salas de espera, en las cafeterías del hospital, en los pasillos llenos de ecos. Primero fueron columnas dispersas, textos nacidos de la urgencia. Cada vez que escribía sobre la enfermedad de sus padres, la respuesta de los lectores era un bálsamo pequeño. “Me dijeron: ‘Usted le dijiste exactamente lo que sentí cuando cuidé de mi padre’”recordar. Hasta que su editor, Pedro Vallín, hizo una propuesta que cambiaría todo: “Esto tiene que ser un libro”.
Los ángeles dudaron. Siempre había sido considerado “La mujer de escritura corta”. Más de una página y media y el sujeto estaba agotado. Pero decidió intentarlo. Comenzó a escribir a través de escenas, como quién reconstruye un fuego de fuego. “Todo fue muy orgánico, pequeño premeditado”explica. Un dolor que se escribió solo, como una hemorragia que nadie puede detener.
Antes de publicar el libro, se lo envió a su hermana. Miedo al carcomy. No quería lastimarla, o abrir viejas heridas muy curativas. Pero la respuesta fue inesperadamente luminosa. “Me llamó y dijo: ‘Estoy asombrado. Entendí cosas que no sabía. Vi que me protegió”.Angeles dice. Desde entonces, su relación es mejor que nunca. “Creo que temía que el libro fuera un ajuste de las cuentas, una lista de quejas. Pero él entendió que no era eso”.
La reconciliación con su hermana contrasta con la reacción de otros miembros de la familia extendida. Su tía Mari Carmen, por ejemplo, sufrió en su propia carne el peso de la exposición. “No quería ir al peluquero porque pensé que todos habían leído el libro y lo miraron”.dice ángeles. En Getafe (ciudad cerca de Madrid), los secretos eran como pecados mortales: no importaba si eran adicciones o infidelidades. Tenías que esconderlos, tragarlos, negarlos. Que la “chica desvergonzada” los trajo a la luz se vio casi como una traición.
Con el paso del tiempo, los ángeles no solo entendieron el dolor de su tía. “Vivo en Madrid, puedo pasar desapercibido. Vivieron en una ciudad donde todo se sabe -Reflexión-. No es que no quieran ser conocidos. Nunca pensaron que alguien pudiera decirlo. “
El impacto de toda esta historia no terminó en el libro. También la llevó a mirarse a sí misma. Ángeles comenzó a cuestionar su propio consumo de alcohol. “Me di cuenta de que tres bebidas de vino al día no eran normales”Él confiesa. Decidió dejarlo en agosto pasado, sin fanatismo, sin militancia. “No lo extraño. Pero tampoco sirvo a los demás. Cada uno tiene su historia”.
Hoy, Angeles está planeando su próximo proyecto: Un ensayo sobre mujeres y alcohol. Un problema que se siente urgente, necesario, brutalmente ignorado. “El alcohol es una droga aceptada, pero destruye lo mismo que cualquier otro”dice. No quiere dar lecciones, no busca señalar a nadie. Solo quiere abrir una conversación que todavía cuesta demasiado para comenzar.
Mientras tanto, observa a su hija Julia, quien a casi 18 años prefiere beber agua o Acuario en las fiestas. “Creo que ella no quiere perder el control”Dice Angels, con un discreto orgullo. Tal vez ese es el verdadero legado. La capacidad de mirar la herida familiar, para nombrarla y sanar.