Vincenzo nibali ha sido uno de los grandes nombres del ciclismo moderno. Un campeón total, capaz de conquistar las tres grandes vueltas, el turno, la gira y la lavuelada, y para cepillar la gloria también en los monumentos. Pero detrás de sus triunfos hay una historia marcada por la dureza, los sacrificios, la sospecha del dopaje de los demás y una infancia al borde del abismo. En una entrevista con Corriere della Sera(a través de su periodista Marco Bonarrigo), el campeón italiano, ahora retirado, abre su alma sin filtros: “Era un chico de la calle. El ciclismo me salvó”.
De Messina al mundo
Nibali nació en Messina, en una sicilia que en los años 90 no era exactamente un nido de la mafia, pero no un lugar fácil para crecer. “En mis armas de mi escuela circulaban. Tenía colegas que iban con una pistola en mi mochila”, revela. Sus padres, dueños de una papelería, llegaron a recibir amenazas reales: “Nos dejaron notas, explotaron una botella de gasolina detrás de los ciegos, destruyeron la casa como una advertencia. El ‘pizzo’ existió, y la sufrimos”. El ciclismo, dice, fue su escape.
El primer gran punto de inflexión fue a los 15 años, cuando ganó una carrera en Siena. “Decidí no irme a casa. Amo a Sicilia, pero nunca sentí nostalgia o arrepentimiento. Tal vez esa frialdad, que a veces me ha lastimado, me permitió irme sin peso”.
Una adolescencia en escape
Su adolescencia estuvo marcada por la emigración interna. Se mudó a la Toscana para crecer como ciclista. Vivió con otras promesas en la casa de su director deportivo y estudió en Empoli. “Nunca fui un estudiante modelo. Cuanto más me obligaban, más rechazaba todo”, recuerda. Aun así, se resistió. “Muchos emigrantes. Solo yo me quedé”.
El fantasma del dopaje
En su testimonio más marcado, Nibali no evita una de las grandes sombras de ciclismo: el dopaje. “Me derrotaron”, dice sin rodeos. Recuerde dos casos: Maksim Iglinskiy, quien robó la liebre en 2012 y luego dio positivo, y Ezequiel Mosquera, con quien se jugó un regreso a España y posteriormente fue sancionado. “Nunca me he preguntado cuánto perdí por dopaje. Probablemente mucho”, admite.
Pero más allá de las derrotas, lo que duele fue la sospecha injusta. “Me vieron, me siguieron, revisaron el auto y el teléfono. Estoy convencido de que ingresaron a mi casa buscando evidencia de que no existían. Gané, era italiano y el jefe de mi equipo, Vinokoutov, tenía un pasado dudoso. Eran objetivos fáciles. Pero nunca, nunca lo consideré. Me han controlado un millón de veces. En una cabeza alta, siempre”.
La amarga gloria de la gira
Su mayor éxito, la gira por Francia que ganó en 2014, también dejó cicatrices. “Fue la mayor alegría de mi carrera … y también el infierno. La fama me superó. Fuimos a caminar con nuestra hija en el carro y asediado. Con Rachele, mi esposa, solo queríamos huir. Me tomó años volver a vivir normalmente. Realmente comencé a vivir después de detenerme a competir”.
La caída que cambió todo
En los Juegos Olímpicos de Río 2016, Nibali tenía oro en sus manos hasta que una caída lo dejó fuera a pocos kilómetros de la línea de meta. “Decidí arriesgarme a un centímetro más en la curva. Era mi culpa y mi derrota. A veces sucede”.
Una vida en las alturas
El ciclista siciliano también recuerda los largos retiros en el Teide, en las Islas Canarias, como una forma de vida monástica. “Dos años de mi vida pasé allí, como monjes en la luna. Allí aprendimos a conocernos sin palabras: Vanotti, Tiralongo, Scarponi, Agnoli … éramos solo un cuerpo”.
Regresar a casa
Ahora, dos años después de su retiro, Nibali vive con otro ritmo. Promueve el turno, pasa más tiempo con sus hijas y ha regresado a Sicilia como turista. “Fuimos a Cephalú, Agrigento, Piazza Armerina … Por primera vez, vi mi tierra con nuevos ojos. Mi hija Emma me preguntó qué había en el Museo Regional. Dije: ‘Él es Antonello, un gigante de arte’.
Una figura de leyenda
Con Fausto Coppi, Gino Bartali y Felice Gimondi, Nibali es parte del Olympus del ciclismo italiano. Su registro lo dice todo: ganador de Rotation, Tour y Lavuelta, de Sanremo, Lombardía y más de 50 grandes pruebas. Pero su legado va más allá de los trofeos: representa una generación que luchó por limpiar el ciclismo, lo que sobrevivió a las sospechas y que, como él dice, siempre caminó “con la cabeza alta y recta hacia atrás”.