
Casi dos semanas tuvo el fotoperiodista Óscar Corral (Santiago de Compostela, 43 años) cubriendo la tragedia del Dana en Valencia cuando llegó la foto, en mayúsculas. El “momento decisivo” del cual habló el emblemático Henri Cartier-Bresson. De repente, por delante de su objetivo, los bomberos cruzados con un poste dañado por las inundaciones en la ciudad de Alfafar, mientras que la vida, un señor que pasa junto a un carro lleno de comida, llegó a todos los costos. Sabía que la imagen era importante en ese momento, admite, aunque tal vez imaginaba cuánto: la escena, que recordaba lo que Joe Rosenthal cayó en Iwo Jima, despertó a un país ya anestesiado por el barro y fue erigido como un símbolo de solidaridad y trabajo común en el momento en que todo estaba en cuestión. “Esta fotografía es un homenaje a los servicios públicos que otorgan al callo y arrojan que la gente salva a la ciudad porque el estado estaba allí”, dice el fotógrafo, quien ha tomado el premio Ortega y Gasset a la mejor fotografía.
Todo fue una gran oportunidad. Para estar en el lugar correcto en el momento correcto, conocer y disparar. Corral dice, de hecho, que la imagen icónica tiene mucho del “momento decisivo” porque fue así. Literalmente: “Vi la imagen y la capturé”. Y solo eso valió la pena: “Como fotógrafo muy plástico, traté de corregir muchas cosas, pero mantuve la primera imagen porque fue la que funcionó, por la posición de los bomberos y la necesidad de otro elemento: el hombre que pasa por el derecho, que trae la vida cotidiana a la escena. La imagen fue que: no unos pocos segundos antes o unos pocos segundos después, porque entonces ya no tenía la misma fuerza informativa”.
Unas horas después de recolectar el premio, Corral regresa a ese 12 de noviembre, cuando había estado pateando las ciudades afectadas por el Dana durante casi dos semanas y fue barro a las narices, literal y figurativamente. “Hay elementos comunes en la tragedia que debe usarse, pero no puede quedarse allí. Debe evolucionar su trabajo. Llega un momento en que el barro ya anestesia y debe jugar con nuevos elementos para mantener la atención pública sobre el trabajo. Y quizás una de las teclas de esta imagen de que esta imagen funcionó es que se jugó con otro tipo de información, evitando elementos que estaban muy manejados”, dice.
Corral ha estado con la cámara durante dos décadas y más de 15 años vinculados a El País. Hace ejercicio, sobre todo, en Galicia, pero va y se toca. Amigo de una larga cobertura, para trabajar con calma, tranquilamente, el fotógrafo considera este premio “un premio a la constancia en el trabajo, a la perseverancia en cobertura”. Pero supone que la tragedia de Dana “no puede resumirse en una imagen”. Por mucho que sea recompensado y que esté en la memoria de la gente, dice. Hay elementos que no se cuentan en esa instantánea, ya que hay otros que suceden durante este tipo de desastres y que deja pasar. “Hubo imágenes que no hice porque no me gusta la lágrima), los cargados de emoción por la dureza de lo que está sucediendo. Son imágenes que vi frente al objetivo y las dejó ir”, dice con fuerza.
El fotoperiodista todavía se sonroja de felicitaciones y reconocimiento. Pero su voz no teme reclamar el papel de la profesión en un mundo donde cualquiera puede capturar la vida con el móvil. “El Dana es el claro ejemplo del papel de los fotoperiodistas de informar una catástrofe. Si nos detenemos a pensar en esa tragedia hoy, es probable que solo queden cuatro o cinco imágenes en la memoria. Y esas imágenes no fueron tomadas por anónimos, sino por el fotoperiovelo.