Paul Schrader vuelve a abordar la redención, una obsesión siempre presente en su obra

Paul Schrader vuelve a abordar la redención, una obsesión siempre presente en su obra
Paul Schrader vuelve a abordar la redención, una obsesión siempre presente en su obra

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El jardín del deseo (Maestro jardineroEstados Unidos/2022). Dirección y guión: Pablo Schrader. Fotografía: Alejandro Dinán. Edición: Benjamín Rodríguez Jr. Elenco: Joel Edgerton, Quintessa Swindell, Sigourney Weaver. Duración: 111 minutos. Calificación: Apto para mayores de 13 años. Nuestra opinion: bien.

Con esta película que se estrena con otro de los títulos extravagantes que suelen proponer las distribuidoras locales con la esperanza de hacer más evidente su trama, Paul Schrader cierra una trilogía que comenzó con El cura (2017) y continuó con El contador de cartas (2021).

Los contextos de las tres películas son diferentes, pero los temas de fondo son claramente los mismos: empezando por la redención, un tema siempre presente en la obra de un guionista y director –con una rígida formación calvinista– que se hizo famoso trabajando en colaboración con Martin Scorsese. en clásicos como Conductor de taxi (1976) y toro salvaje (1980).

En este caso, quien busca la liberación de un pasado oscuro es un personaje gélido interpretado con solvencia por el australiano Joel Edgerton, un hombre esquemático y reservado que esconde detrás de una vida notoriamente espartana un pasado neonazi del que escapó dedicándose tiempo completo para mantener el ostentoso jardín de una finca del sur. Misteriosamente, fue contratado por una mujer que tiene tanto dinero como orgullo (Sigourney Weaver) y con quien tiene algo más que una relación puramente profesional.

Ambos en El cura como en El contador de cartas el enfoque está mucho más definido que en esta tercera pieza del rompecabezas moralista de Schrader: la radicalización de un ministro cristiano ante la amenaza del cambio climático en uno, y los fantasmas de crímenes pasados ​​en Abu Ghraib que atormentan a un exsoldado transformado. en jugador de cartas profesional en el otro.

Pero en El jardín de los deseos La perspectiva se diversifica, empujada obstinadamente por un guión que intenta abarcar demasiados problemas, incluso cuando hacerlo implica forzar la máquina. Al siniestro pasado del protagonista y al perverso vínculo con su empleador se suma la inesperada aparición de una joven afroamericana con algunos problemas relacionados con las drogas (una Quintessa Swindell algo suave por el drama que tiene que encarnar). La niña tiene una relación familiar llena de asuntos pendientes con el dueño del lugar, que en el presente de la historia se llama Gracewood Gardens pero antes -hay indicios que lo confirman- era una plantación de algodón mantenida por esclavos negros.

Schrader siempre trabaja sobre los traumas agudos y persistentes de la sociedad estadounidense desde un punto de vista en el que generalmente domina la gravedad. En esta ocasión, el tono se torna por momentos excesivamente solemne. la sucesión de recuerdos que refuerza todo lo que el cuerpo copiosamente tatuado del personaje de Edgerton nos dice con claridad meridiana. Pero también es cierto que el rigor de su puesta en escena, las densas atmósferas que logra y el peso específico de sus reflexiones –transmitidas esta vez por la voz en off de un narrador superado por la culpa– son inusuales en el ambiente general del cine. mucho más convencional que el que se produce en abundancia en su país.

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