‘El Palacio’: Polanski perpetra la mayor debacle final de la carrera de un grande del cine

En una clasificación quizás un tanto restrictiva, la parte final de la carrera de los mejores cineastas de la historia, cuando llegan a ese momento en el que el presente proyecto puede ser con toda probabilidad el proyecto final de una vida en este arte, podría dividirse entre aquella de los directores posibilistas, que ya hacen lo que pueden y se les permite, y el de los autores personales a quienes todavía les queda una bala relevante en la revista, que consideran como un posible testamento final.

Actualmente, en un momento en el que hay bastantes directores septuagenarios, octogenarios e incluso nonagenarios que continúan en el hueco, el paradigma del primer grupo sería Woody Allen, apartado de la producción por sus problemas relacionados con la moral, que no la ley, que lleva años haciendo películas aquí y allá con más prisa que calma y que, en cualquier caso, aunque ninguno de sus últimos trabajos tiene la más mínima apariencia de testamento, todavía queda ese punto de frescura en algunos de ellos lo que concede la falta de pretensiones. Un lugar donde también podrían encajar nombres ilustres como Billy Wilder (Aquí un amigo) y Alfred Hitchcock (la trama).

En el otro lado de la clasificación, con casos tan importantes en la historia del cine como los de John Huston (y la sublime dublineses), Sidney Lumet con Antes de que el diablo sepa que estás muertoStanley Kubrick con Ojos bien cerrados y John Ford, cuyo siete mujeres Fue un fiasco en su momento, aunque hoy se considera la extraordinaria obra que dejó para legar, podrían incluirse a cineastas contemporáneos como Marco Bellocchio, Víctor Erice y Hayao Miyazaki.

El caso de Roman Polanski, como el de Allen, pero añadiendo aquí lo legal y lo jurídico a lo moral, está envenenado desde hace tiempo por sus antiguos problemas con la justicia estadounidense, pero la polémica con su anterior película, ésta, con aureola de testamento, acabó dinamitando su obra, su situación artística, política, social y ética. En los premios César a las mejores obras del año 2019, calificados por muchos como el “César de la vergüenza”, El oficial y el espía., un relato en torno al mítico caso Dreyfus y su injusta sentencia judicial, podría verse como una (escandalosa) parábola de la situación del propio Polanski y, en opinión del director franco-polaco, de su estado de indefensión frente a la Ataques del feminismo. El director, que no estuvo presente en la gala, se llevó los premios a mejor película, dirección y guión en plena pelea.

Por todo lo anterior, resulta tan incomprensible ver una película tan estúpida como El Palacio. Más de cuatro años después de aquella gala, en la que Polanski se defendió (como pudo) con, al menos, una buena obra de cine, resulta inconcebible que el director de barrio chino y La semilla del diablode El inquilino quimérico y El pianista, de 90 años, se vio envuelto en un loco lío de producción entre Polonia, Italia, Suiza y Francia, en un incomprensible rodaje de 17 semanas, según algunas fuentes de la producción, lo que resulta vergonzoso. Un viejo guion de comedia escrito con otro octogenario (y gran director, Jerzy Skolimowski), de efecto año 2000 (su falta de vigencia es irrisoria), ambientada en un hotel de los Alpes suizos repleto de oligarcas rusos y caras asquerosas cinceladas con lo peor cirugía estética, filmada con los pies (llena de planos medios en los que la comedia física se hace invisible), con una fotografía deplorable, plagada de rancios chistes homofóbicos, misóginos y escatológicos, y un carrusel de viejas glorias entre las que llama demasiado la atención. atraído por el brillante John Cleese de Monty Python, a quien no se le había escapado nada en esta exasperante caricatura del que alguna vez fue, al menos como profesional del arte, el pequeño gran polaco. El Palacio Es quizás la mayor debacle final de un grande del cine en toda la historia.

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