El Congreso de Babel – Noticias – .

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Sucedió en Buenos Aires, es verdad. Pero sucedió en Babel.

Los injustificables actos de violencia que vivimos ayer en las afueras del parlamento de nuestro país nos ponen, una vez más, ante escenarios lamentables.

Y, más allá del tradicional toma y daca de diputados y senadores, con picardías y argucias incluidas, reconozcamos que dentro de las premisas la democracia y la ley aún subsisten.

En la calle no era así.

El colmo del dantesco: la quema de un vehículo de Cadena 3, con sus ocupantes -gracias a Dios- fuera del auto.

La imagen inmediatamente me transportó al capítulo 11 del Génesis, donde se cuenta la historia de la torre de Babel.

¿Porque? Porque allí el fuego hace su aparición en la Torá, cuando esos hábiles constructores queman sus ladrillos para cocerlos y así hacerlos casi tan fuertes como las piedras.

El texto bíblico nos informa que, en aquel momento iniciático, toda la humanidad hablaba una única lengua, algo que incluso podía parecer virtuoso.

Sin embargo, la búsqueda de las alturas más altas por parte de tal civilización fue una cruel evidencia de un deseo voraz de dominación absoluta, de poder total (totalitario, diría…).

Este pequeño cuento fantástico que acaricia en sus párrafos el motivo mítico para explicar el surgimiento de diferentes lenguas no oculta el divino desprecio por lo atrevidamente unívoco.

La ausencia de pluralismo es una afrenta a la Creación (por eso, con mayúscula). Bueno, aunque pueda parecer paradójico, el universo es diverso por definición.

Y que exista una sola lengua, con una única torre que la concentra y al mismo tiempo la vigila, es una muy mala noticia para toda la humanidad.

Por tanto, cuando a los discursos les falta espacio para los demás, cuando intentan –sin darse cuenta de que son sólo una parte– apoderarse por completo del espacio público, que evidentemente es de todos, sobreviene Babel.

Y hay ladrillos y hay ardiendo y hay piedras. Y vuelve a reinar la confusión y el posterior arrepentimiento.

El problema nunca fue que hubiera tantos idiomas ni que cada uno hablara como quisiera.

El problema era, y sigue siendo, querer imponer lo propio por la fuerza.

Y, por si fuera poco, no nos esforzamos lo suficiente en intentar entendernos a pesar de tantas diferencias.

Para lograrlo, se necesita más democracia y más leyes.

 
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