La hora de la verdad para La Roja

Desde hace años, la selección española ha vuelto al término medio de la neutralidad o la tibieza, ese territorio de la insensibilidad que un día derrocó a la mejor generación de la historia: una colección de talento y virtuosismo encarnados en jugadores como Xavi, Iniesta, Busquets, Xabi Alonso, Ramos, Villa, Fernando Torres… El equipo que nos hizo campeones y disfrutó del fútbol tenía, además del gen artístico, una virtud mayor: ganar.

El fútbol es, como hizo famosa la diatriba obsesiva de Luis Aragonés, ganar y ganar, y volver a ganar. No existe en el deporte de élite otro antídoto contra la indolencia o las palabras. Los hechos mandan por encima de la estética y la selección no debe tener otro objetivo que ese, ganar.

La cultura deportiva en España, especialmente en el fútbol, ​​reside en el predominio que ejercen los ganadores, aquellos que dominan un ecosistema. Cualquier detalle sobre Rafa Nadal es infinitamente interesante por encima del esfuerzo o las lesiones, aunque sean iguales o mayores, que las de cualquier otro tenista español. La personalidad de Fernando Alonso hechiza porque un día dominó un deporte clandestino. Su legado es un peso para los demás. Estábamos motivados todas las noches de la NBA porque Pau Gasol iba directo al anillo de campeonato.

Y en el fútbol funciona la cultura de clubes, sobre todo la rivalidad Madrid-Barça. A menos que el equipo gane. Entonces se abre un paréntesis, todo el mundo se pone la camiseta roja y durante un rato se calman las preocupaciones del Real Madrid o del Barcelona que a veces hacen insoportable la actualidad futbolística diaria. Aquel equipo, primero dirigido por Luis Aragonés y luego Vicente del Bosque, era el orgullo por encima de los colores. La gente presionó tanto para el gol de Iniesta como para la parada de Casillas o las galopas de Fernando Torres.

Tres Mundiales decepcionantes y un par de Eurocopas sin finales han generado la habitual sensación de menguante entusiasmo hacia el equipo, aunque las federaciones venden adecuadamente el título de la Liga de las Naciones como un logro superior. La Eurocopa es la medida oficial, el sensor que debe decretar tamaño, abundancia o decepción.

Dos mundos

Los cambios de ciclo suelen proporcionar lugares comunes, abismos en los que caen los clubes o equipos hasta que se renueva el talento. España pasó de Luis Enrique y sus ruedas de prensa en el contexto del conflicto y la trifulca a Luis de la Fuente y su concepción de la gente de bien como argumento ineludible para acudir a las convocatorias. Dos mundos. Del león al pacificador. Un tránsito que necesitó tiempo en un clima tóxico proveniente de las oficinas de la Federación.

De la Fuente ha intentado revertir la tendencia que impera en España desde hace siglos. Dijo en su primera rueda de prensa que quería 48 millones de jugadores y no 48 millones de seleccionadores. O en palabras de Vicente del Bosque, todo aficionado en España conoce a alguno de los suyos para ir a la selección. El mensaje de Luis de la Fuente habrá calado en según qué áreas son difíciles de valorar más allá de la percepción subjetiva, pero la única realidad que se puede aplicar es la tabla de resultados. Gana, gana y vuelve a ganar.

Un grupo de jugadores para los más amantes del café asisten a la Eurocopa. El público en general, aquel que se enganchó en masa a los heroicos maratones de Nadal o se montó en el Renault campeón de Alonso hace décadas y no sabía una palabra de neumáticos duros o blandos, encenderá el interruptor de la emoción si el equipo juega y gana, si domina a Croacia, Italia y Albania en la fase de grupos, si genera esa motivación compartida e indefinible que corresponde al carisma.

De momento el gran público no distingue fácilmente a Zubimendi de Álex Baena, por citar dos nombres al azar. Al aficionado le falta esa empatía con los apellidos de jugadores solventes y eficaces, profesionales muy valiosos, pero que aún no han penetrado en el mundo de las emociones colectivas. Rodri, Morata, Carvajal, Nacho, Lamine Yamal y Nico Williams han traspasado esa frontera por su trayectoria en clubes.

El modelo

España aún conserva algunos principios que le vienen de aquella gloriosa selección campeona del mundo y de Europa, a la que muchos futbolistas de la actual selección nunca han visto jugar, ni siquiera en vídeos de Youtube. Es el modelo del porcentaje de posesión, la presión alta para recuperar el balón, la salida prolija con el balón y el juego con los pies del portero como argumento innegociable.

A esta fórmula extendida desde la cima de la Champions a los partidos de barrio del juvenil, la selección suma un guión personalizado y esperanzador, los dos laterales. Lamine Yamal y Nico Williams aparecen en las narices de los aficionados como garantes de una alternativa diferente, virtuosa y letal. Dos jugadores para pensar en grande y volver a soñar con una selección porque convencen y ganan.

 
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